Es probable que ninguna vez, desde nuestra recuperación democrática, haya habido un momento más complicado para orientar políticamente eso de la dialéctica. Es decir, la eventual resolución de contradicciones.

Hablamos, en forma principal pero no excluyente, de la catástrofe endeudadora dejada por el macrismo.

Hablamos de cómo trazar opiniones (y decisiones, por parte de quienes gobiernan si es que todavía aspiran a mantenerse como Frente) que no caigan ni en las garras posibilistas de los ajustes tradicionales ni en las de destemplanzas irresponsables.

Hasta acá, la hipótesis más cercana a lo comprobable es que el Gobierno, mediante un anuncio sobre la hora, evitó un golpe de mercado que era inminente a través de disparar el dólar hasta índices de conmoción cambiaria, social, política, su ruta.

No hay aún acuerdo corroborado con el FMI. Sólo hay que el Gobierno ganó tiempo, en medio de sus sismos internos que incluyeron una renuncia de Máximo Kirchner perfectamente entendible desde las convicciones personales. Y altamente polémica en cuanto a la oportunidad dispuesta, junto con su falta de propuestas alternativas.

Una lógica binaria lleva a extremos lamentables: Máximo es el cuadro valiente y romántico que la Patria necesita, o apenas un caprichoso portador de apellido que bombardea al Gobierno en su circunstancia más dramática (como si, agregado, hubiera dicho que se va del Frente de Todos, que la derecha ya califica como el Frente de Algunos).

La derecha, quede claro. ¿O ahora resulta que Kicillof, que respaldó el anuncio de acuerdo, es de derechas? ¿Es de derechas el Chivo Rossi, quien también suscribió la movida como único recurso temporal para frenar un golpe financiero devastador?

¿Quién pude creer, seriamente, que las metas de principio de acuerdo con el Fondo son cumplibles? Ni el propio FMI, a no dudarlo.

A la barrabasada de pagos al organismo, que se acumularán hacia mediados de la década, se suma que en 2025 y hasta 2034 vencen entre 5 y 7 mil millones de dólares anuales con los acreedores privados. Es lo que reestructuró Guzmán en 2020. Carece de sentido común y de tolerancia social que eso podrá satisfacerse. Mientras tanto, el Fondo le prestará a Argentina para que Argentina pague con plata del Fondo los vencimientos del monstruo macrista.

Todos juguetean con ese mientras tanto de pulseada política. No existe que la Argentina pueda pagar.

Ahí es donde entra que esa tragedia de endeudamiento dejada por las tropas macristas es el monumental problema agregado que tiene el Gobierno.

Es la madre de todas las batallas si se lo mira como el hecho que, en cualquier caso, comprometerá por generaciones los ingresos y la calidad de vida de la inmensa mayoría de los argentinos.

Pero también vale insistir con lo siguiente.

Aun en la conjetura delirante de que la deuda desaparezca por arte de magia, que se la pague con bonos de la oligarquía de la pampa húmeda o que se entre sin más en un default que Cristina, Máximo, La Cámpora y el Frente de Todos en su conjunto jamás propusieron (sin siquiera ingresar a cuáles podrían ser las consecuencias inmediatas del no pago a secas, para los sectores más postergados), subsistirían dramas estructurales a cuyo centro el Gobierno sigue sin atacar.

La inflación no es el único factor decisivo, pero casi.

¿Cuál explicación técnico-productiva, sensata y por ejemplo, puede haber para justificar que en plena pandemia, con la actividad económica detenida o limitada a lo sustancial, se hayan mantenido índices inflacionarios que el mundo observa estupefacto?

Visto en la actualidad “estricta”, puede tomárselo desde el precio del kilo de lechuga (por lo menos acá, en donde atiende Dios).

Con los productos frescos, pasa inevitablemente que sus saltos gigantescos se adjudican a factores climático/estacionales.

Siempre hay alguno de ésos que sirven a fines argumentativos, en lugar de cuestionar cómo puede ser que no se los prevea, que no haya estrategias y tácticas capaces de amortiguarlos, que las explicaciones no suenen a sarasa.

A continuación, o antes: el pan, la leche, la nafta, los cortes de carne, el alquiler, el transporte público y los subsidios. Etcéteras varios, o múltiples.

De vuelta, asimismo, hay la pregunta de si acaso todo eso es cuestión de cómo se arregla o no con el Fondo Monetario. Y la respuesta de que puede incluirlo, tanto como lo excede.

Igualmente renovado, está el interrogante de si no será que ponerse a favor o en contra de “acordar” con el Fondo sirve al ideologismo, antes que a la ideología, en vez de interpelar a qué intereses del Poder debe afectarse -con cuál construcción de fuerza político-social- para aunque sea demostrar alguna vocación confrontativa.

Esa actitud y aptitud requieren de planteamientos que superen una poética de frases para la tribuna, muy comprensiblemente embroncadas o furiosas, que aguantan expresarse en un foro o en charlas al paso, pero no en aquello de las efectividades conducentes.

Algunos modelos, respecto de lo último, son hacer reclamos jurídicos internacionales, como si hubiera chances de éxito de períodos insondables y en instituciones absolutamente cooptadas por la razón neoliberal. Confiar en chinos y rusos, que en primer lugar nos mandaron a acordar con el Fondo para seguir hablando. El infantilismo práctico de que Macri y los grupos que acabaron soltándole la mano paguen la deuda de su bolsillo, cuando encima esa deuda se contrajo desde un gobierno elegido democráticamente.

Propuestas, faltan, que tomen nota de la sociedad en que se vive, y no en la que se desea que fuese.

Un primer dato o apreciación, quizá y sólo quizá, sería asumir que el FdT, o más ampliamente el peronismo, o más grandemente todavía todo lo que se opone al retorno probable de un gobierno explícito de derechas, son hoy y como mucho una herramienta de resistencia bien antes que de cambios profundos.

Los precios de las materias primas que Argentina tiene y produce vuelan por las nubes. Claramente hay recuperación económica, por más que no signifique distribución justa y que parezca un rebote de gato muerto.

En ese marco hay la probabilidad de que el Gobierno recobre imagen y alcances electorales positivos, evitando hacia 2023 que Larreta sea número puesto. Y que a partir de ahí se encaren transformaciones (pocas, algunas, bastantes), dentro de lo que, nos guste o no, es la victoria transitoria o aplastante, universal, del neoliberalismo.

Pero, desde ya, podría ocurrir parcial o completamente todo lo contrario: el Fondo se pone firme en la letra chica; el ajuste contra quienes menos tienen se manifiesta a poco de andar; la clase media se subleva por, pongámosle, un saque en las tarifas de los servicios públicos; un grueso de la sociedad representativa o significativa no lo resiste y… (sólo eso: puntos suspensivos, excepto que alguien tenga el diario del lunes y certifique una repentina conciencia social por izquierda, o bien un giro marcado a derecha con Macri/sucedáneos redivivos).

Es un juego de probabilidades frente al que quien asegure tener certezas totales es, simplemente, tremendo chanta analítico. Porque no es otra cosa que eso quien afirme disponer de la posta y carecer de contradicciones o inseguridades.

Respecto de los pies en la tierra, sirvámonos de un episodio baladí o demasiado contundente. Como se quiera.

La conferencia de prensa de la portavoz presidencial dio cabida al episodio más lisérgico que haya podido imaginarse en un ámbito público-institucional.

Periodistas, por decir, preguntando si Argentina virará al comunismo tras el viaje del Presidente a Rusia y China. Reclamando que haya respuesta oficial a un off desde Washington, en torno del disgusto del Departamento de Estado por afirmaciones del Presidente sobre la necesidad del multilateralismo geopolítico. Planteando que hubo elogios presidenciales desmedidos hacia connotados criminales políticos (Putin, Jinping, dale que va) con quienes se reúnen y negocian todos los líderes políticos del orbe.

La parte fácil, como ocurrió, es señalar que el cipayismo no tiene límites y que Saborido/Capusotto quedaron en la lona.

La parte difícil, muy difícil, consiste en reconocer que, para haberse producido el paisaje “periodístico” más desopilante de que se tenga memoria, es imprescindible una aceptación social (enorme, o considerable) capaz de legitimar esos valores de ignorancia, u opereta, o sobreactuación. Consumirlos. Estimularlos. Y votarlos.

Sería interesante que lo tengan en cuenta quienes confunden deseos con realidad.