El avance de la guerra entre Rusia y Ucrania provoca desconcierto, discusiones y opiniones en múltiples direcciones. En términos económicos se observan algunas de las consecuencias tradicionales de grandes conflictos bélicos. La forma simple de pensarlo es con la suba de los precios de las materias primas. El barril de petróleo por encima de 100 dólares, la soja arriba de 600 la tonelada y el trigo en niveles record de su historia.

Pero en plena época de la digitalización, internet y reinado de lo virtual aparecen también consecuencias no tradicionales que introducen debates nuevos y profundos. Uno de las más interesantes ocurre sobre el Swift y los sistemas de pago electrónicos.

El Swift es básicamente la red internacional para poder realizar envíos de dinero entre distintos países en forma segura y digital. Se creó a principio de los '70, define el estándar para hacer transferencias electrónicas entre diferentes bancos del mundo y es manejado por las principales potencias de Occidente.

Por ello el bloqueo a bancos rusos para pagar a través del esquema Swift reavivó el planteo sobre cómo deben organizarse los sistemas de pago digitales.

¿Las redes en las que se mueve el dinero por el mundo deben ser centralizadas (permitiendo incluir o excluir participantes) o descentralizadas (sin restricciones de entrada) como promueven las criptomonedas?

La respuesta excede el análisis del impacto del bloqueo para la economía de Rusia, la cual registró fuerte devaluación, el cierre de operaciones bursátiles, la imposición de controles de capitales y posibles incumplimientos de deuda. También excede las posturas a favor o en contra de esta guerra.

Lo que ocurre ahora con algunos bancos rusos (no todos porque aún tienen permisos de conectarse a la red las entidades que procesan pagos vinculados al comercio de energía con la Zona Euro) podría ocurrir con otros países en otras circunstancias.

Por este motivo los promotores del bitcoin y blockchain refuerzan la postura acerca de que el avance de la tecnología permite romper con las lógicas de exclusión del Swift.

En otras palabras, el dinero que circula por Internet puede funcionar a través de esquemas descentralizados (sin dueños) que le permitan a cualquier individuo, empresa o banco sin importar la situación geográfica o política tener acceso a enviar y recibir saldos electrónicos y tener una cuenta segura donde almacenar esos fondos.

Estas lecturas que ponen el foco de la atención en el avance de la tecnología –la cual permite reemplazar las entidades de clearing con matemática, lógica booleana y algoritmos- parecen olvidarse de un punto central.

¿Estados Unidos dejará que una red que no controla plenamente se convierta en el articulador de los pagos internacionales? El aspecto geopolítico parece más importante que cualquier innovación o desarrollo de computación.

Los pesimistas sobre el futuro de las redes descentralizadas plantean que bitcoin y otras criptomonedas pueden tener utilidad para reciclar una parte del dinero opaco que se mueve en el mundo. Hasta ese punto no parece una molestia para el sistema. Sin embargo, resulta difícil pensar que las potencias de Occidente las dejen crecer hasta ceder el dominio de los pagos internacionales (transferencias cross border).

En un mundo en el que sostener un esquema de importaciones y pagos con otros países a gran escala con onzas de oro parece inviable, el predominio (centralización) del esquema de transferencia electrónica es estratégico. Posiblemente sea un punto clave que le impedirá a las criptomonedas ser mainstream de la arquitectura financiera global.