Desde Santiago

Antes de finalizar su última cadena nacional por TV el presidente Sebastián Piñera —que mañana viernes le entregará el cargo a Gabriel Boric– señaló: “Una casa dividida no puede prevalecer”. Una cita al Evangelio que pasó más o menos desapercibida pero que tenía una lectura política y un receptor claro: la Convención Constituyente y una ola de reformas que están siendo cuestionadas por el mundo conservador y de elite que Piñera representa.

Por ejemplo, la idea de un Estado plurinacional que interpreta a Chile como una suma de diversas naciones que incluye a los pueblos originarios o la desaparición del Senado tal como lo conocemos. “Somos un solo país y todos somos chilenos (…) Es irresponsable y poco sabio intentar desmantelar lo que con tanto esfuerzo hemos construido para poder alcanzar un desarrollo más integral”, diría para reforzar la idea. Y luego criticaría el “excesivo afán refundacional”, de algunos sectores a los que no quiso identificar.

Burlas y risas

Pero en verdad, poco les afectó sus palabras a los chilenos que están acostumbrados a su uso (y abuso) de citas bíblicas, heredado de una familia democratacristiana y reforzado por asesores que creen que apelar a la fe surte efecto, En redes sociales o incluso desde los edificios que subieron el volumen a la televisión, como sucede acá con este tipo de mensajes, hubo burlas, risas y cierto alivio de que finalmente termina su mandato.

Mientras la Convención Constituyente sigue avanzado en el texto que debería ser plebiscitado a fines de este primer semestre —entre críticas y el caos propio de un proceso inédito en la historia reciente—Piñera llegará al cambio de mando, según analistas, “derrotado políticamente”. Esto, debido a su incapacidad de mantener a una derecha cohesionada, la crisis migratoria y de empleo y una forma confusa de manejarse ante las expectativas de la ciudadanía. De hecho, según la encuesta CADEM, su gobierno está evaluado como el peor desde el retorno a la democracia en 1990.

Escalada

Si en su primer mandato (2010-2014) el empresario logró salir adelante intentando liderar la reconstrucción del país tras el terremoto y protagonizando el rescate de los 44 mineros, ambos en su primer año de gestión, ahora la situación es otra. Aunque logró dominar sus célebres tics nerviosos y torpes salidas de libreto (conocidas como “Piñericosas”) e incluso intentó dejar de llevar a sus amigos de directorios o empresas a los ministerios, no pudo contra la efervescencia de los chilenos que estaban cansados de que subieran los precios, los sueldos se mantuvieran bajos y los ministros dijeran ante los micrófonos que para ahorrar plata en transporte debían “levantarse más temprano”. Todo esto fue escalando hasta terminar con el centro de Santiago junto a sus estaciones de subte destrozados por violentos enfrentamientos entre los estudiantes que protestaban y los carabineros que terminaron con la ciudad bajo estado de sitio el 18 de octubre de 2019.

Lo más increíble de todo esto es que Piñera estaba en una pizzería del barrio alto, celebrando un cumpleaños, ajeno a los gases lacrimógenos y el caos que se había desatado también en otras ciudades del país. El llamado “Estallido Social” tendría su núcleo más duro hasta el acuerdo por una nueva Constitución el 15 de noviembre de ese mismo año. Se comenta, siempre off the record, que Piñera estaba en crisis, tomando medicamentos, prácticamente escondido de las cámaras. Lo cierto es que esas semanas la peor cara de la derecha chilena —a la que supuestamente el mandatario iba a renovar— salió a la luz publica: Piñera habló de “una guerra contra un enemigo poderoso” antes de desaparecer de los medios, los carabineros empezaron a disparar balines (y a veces balas de verdad), llegaron las fuerzas armadas y tanques militares recorriendo el centro de Santiago en un espectáculo que obviamente recordaba la Dictadura y una cifra de 34 fallecidos y más de 300 jóvenes que perdieron los ojos por la estrategia de la policía de reprimir disparando a la cara. El presidente chileno, conocido por su capacidad casi sobrenatural de salvarse de todo tipo de situaciones, esquivó la destitución apareciendo, al fin, en la TV como uno de los arquitectos del acuerdo para plebiscitar una Nueva Constitución que terminó aprobándose un año después. En realidad, no tenía otra alternativa.

La pandemia

Otro extraño giro de los sucesos fue la Pandemia. Si bien en los primeros meses su gestión estuvo marcada por la mala gestión de su amigo personal, el ministro de salud Jaime Mañalich, que no quería decretar cuarentenas y decía que el virus podía “transformarse en una buena persona”, cuentan sus más cercanos que el presidente quería borrar el Estallido y pasar a la historia por liderar la campaña de vacunación. Envió representantes a todos los laboratorios importantes de ese momento, usó todos los recursos disponibles, firmó acuerdos (muchos confidenciales) para que los chilenos accedieran a vacunaciones expeditas y gratuitas.

Sin embargo, por alguna razón los chilenos no lo reconocen como el líder del proceso. Es más, sus escasas y hasta humillantes ayudas a las familias en crisis —una caja con mercadería de dudosa calidad solo durante un mes y préstamos bancarios— fueron pésimamente evaluados. “A nosotros nos ha tocado especialmente difícil”, dice Piñera en la TV intentando que los chilenos se pongan en su lugar, calificando al estallido como una “ola irracional de violencia”. 

Crisis migratoria

Obviamente no se refirió a cuando invitó a los extranjeros en crisis —particularmente venezolanos— a venir a Chile, en un intento de volverse líder regional, lo que se ha traducido en la más grave crisis migratoria de la historia del país. Para el Piñera saliente, que seguramente volverá a sus negocios, sacará algún libro y opinará de la actualidad, todo es culpa de las circunstancias, nunca de él. Aunque admita a regañadientes, “cometimos errores” para luego agregar, “pero les aseguro que siempre entregamos lo mejor de nosotros mismos y lo que creíamos era lo mejor para Chile”. 

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