El viceprimer ministro de Israel, Gideon Sa’ar, cuyo padre nació en la Argentina, y el ministro de Justicia nacional, Martín Soria, serán los principales oradores del acto en el que se recordarán los 30 años del atentado contra la Embajada de Israel. La conmemoración será a las 14.50 de este jueves en la plaza seca de Arroyo y Posadas donde estaba el edificio de la embajada israelí en Buenos Aires. Sin dudas, la recordación girará alrededor de dos temas: los funcionarios israelíes insistirán en la responsabilidad de Irán en el ataque, con la ejecución a cargo del ala militar de la organización pro-iraní Hezbolah, en tanto que es muy probable que Soria ponga el acento en el fracaso del servicio de justicia en la investigación. En el caso de la Embajada nunca hubo un detenido, ni siquiera se esbozó una hipótesis de quién entró y salió del país para cometer el atentado ni cómo se adquirió la camioneta Ford F-100 con el que se concretó el ataque ni la existencia o no de un suicida. La investigación, que estuvo a cargo de la Corte Suprema de Justicia, fue aún peor que en el caso de la AMIA. En algún momento, el exembajador de Israel Itzhak Avirán dijo en su país que “Israel ya envió al otro mundo a la mayoría de los responsables del atentado”, algo que la cancillería de Jerusalem desmintió. Igual, quedó flotando la duda.

El acto del jueves será el punto alto de los homenajes por las tres décadas del atentado. Además de Sa’ar y Soria, hablarán la embajadora de Israel en la Argentina, Galit Ronen, y Miriam Ben Zeev, viuda de Eli Ben Zeev, que era agregado de la embajada en aquel entonces. Al finalizar el acto habrá una conferencia de prensa. De todas maneras, la delegación israelí, que incluye al viceprimer ministro y a Ben Zeev será recibida por el presidente Alberto Fernández y también irá al Congreso Nacional donde se reunirá con el titular de Diputados, Sergio Massa, y con los líderes de la oposición.

El atentado del 17 de marzo de 1992, en tiempos del gobierno de Carlos Menem, fue investigado por la Corte debido a que las embajadas --en este caso la de Israel-- son territorio extranjero y, por lo tanto, la competencia le corresponde al máximo tribunal. La instrucción fue un auténtico desastre, al punto que ni siquiera se determinaron con exactitud las víctimas. De entrada, se habló de 29 muertos, pero un trabajo hecho varios años después por el secretario penal de la Corte, Esteban Canevari, estableció que los fallecidos fueron 22. Esos son los nombres que figuran en la placa colocada en la plaza seca. Aún así, hasta en actos oficiales siguen mencionando la cifra de 29.

En realidad, la responsabilidad de investigar el atentado debía ser de las fuerzas de seguridad y de inteligencia bajo el mando de la administración Menem, pero hubo poca o nula voluntad de profundizar en la pesquisa. La estrategia del riojano fue más bien calmar las aguas, por lo que la mala investigación del atentado a la embajada le abrió, de hecho, las puertas a la masacre de la AMIA, cometida con una metodología casi calcada, dos años después. 

Tampoco existió por entonces una intensa colaboración internacional. En aquellos tiempos --anteriores al ataque a las Torres Gemelas-- el terrorismo no era un tema prioritario para Washington y ni siquiera el Estado de Israel se presentó como querellante en la causa: Jerusalem privilegió la buena relación con el gobierno de Menem.

La Corte Suprema hizo poco y nada. Rápidamente asumió los informes de inteligencia de Estados Unidos e Israel y adoptó a Irán como autor intelectual y a Hezbollah como mano de obra. Mandó unos pocos exhortos al Departamento de Justicia norteamericano pidiendo información sobre ciertos y determinados individuos, en especial de la Triple Frontera y miembros de la familia Barakat, acusada de recolectar fondos para Hezbollah en Ciudad del Este, Paraguay, y en Foz de Iguazú, Brasil. El Departamento de Justicia contestó muy de vez en cuando. El último exhorto planteado por la Corte es de hace cinco años, pero, en total, el máximo tribunal envió apenas 15 en 30 años, de los cuales cuatro son reiteraciones de pedidos de información anterior.

Transcurridas tres décadas, el fracaso de la investigación se constata de manera categórica:

* No se sabe quién compró la camioneta Ford F-100 en una concesionaria de la avenida Juan B. Justo. La compra se hizo con un documento brasileño a nombre de un tal Ribeiro Da Luz. Esto hace pensar que, como en el atentado a la AMIA, hubo cierta mano de obra que vino del país vecino.

* El mecanismo fue igual al del ataque de 1994: la camioneta, ya con los explosivos, se estacionó en un parking de la Avenida 9 de julio. Alguien la retiró minutos antes del atentado y la hizo volar en la calle Arroyo, frente al edificio de la embajada.

* Por supuesto que no se sabe de dónde salieron los explosivos ni hay evidencia alguna de cómo y dónde se armó la camioneta-bomba.

* Tras la muerte de Alberto Nisman, la procuradora Alejandra Gils Carbó designó a tres fiscales al frente de la investigación del atentado contra la AMIA. Esos fiscales hicieron un magnífico trabajo utilizando las últimas técnicas genéticas y el microscopio de barrido electrónico. De esa manera determinaron que restos encontrados en las víctimas se correspondían con metales de la camioneta Trafic usada para el atentado contra la mutual judía. Ese trabajo no se hizo en el caso Embajada. Se supone que se usó la Ford F-100 porque se encontró también el motor en un edificio contiguo.

* No se sabe quién entró ni quién salió del país para perpetrar el ataque ni si hubo o no una conexión local.

En resumen, no hay prácticamente nada esclarecido. Se le adjudica la responsabilidad a Hezbollah e Irán sólo por informes de inteligencia. Desde el punto de vista del expediente, la principal responsabilidad recayó en el jefe del ala militar de Hezbollah, Imad Mughniyeh, al que los israelíes mataron en Damasco, Siria, en 2008, con un explosivo puesto en su vehículo.

Tampoco se supo nunca por qué se eligió Buenos Aires para los ataques. No faltan quienes creen que fundamentalistas consideraron que Menem, de origen islámico, traicionó a los suyos haciendo buenas migas con Washington y Jerusalem y enviando dos naves al Golfo Pérsico para respaldar las operaciones norteamericanas contra Saddam Hussein, tras la invasión de Irak a Kuwait. Otros afirman que Menem prometio transferir tecnología atómica a Irán o misilística a Siria, incumplió, y los atentados fueron una especie de venganza.  

Todos estos ingredientes estarán en el acto del jueves. Por un lado, los oradores israelíes pondrán el eje en el papel de Irán y del terrorismo internacional. Soria, en cambio, es seguro que hará notar que la investigación del atentado contra la Embajada, así como en el de la AMIA, exhiben la imperiosa necesidad de hacer cambios en una Justicia que, en los casos claves, no logra esclarecer nada de nada. 

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