“Cada vez que mantenía relaciones sexuales con Habara, ella le contaba una extraña y apasionante historia. Como la Sherezade de Las mil y una noches”, escribe Haruki Murakami en Sherezade, uno de los cuentos que integran el volumen Hombres sin mujeres. En esa treintañera que relata historias “reales, inventadas o una mezcla de verdad y ficción” durante y después del goce corporal, en el retrato de una adolescente que supo ser lamprea adherida a las piedras del fondo del mar y ahora se mete de prepo en el dormitorio de un compañero de escuela del cual se ha enamorado, el realizador japonés Ryusuke Hamaguchi encontró una de las inspiraciones de su más reciente largometraje, Drive My Car. En realidad, Hamaguchi y su coguionista Takamasa Oe tomaron ideas centrales de Sherezade y de Drive My Car, más una pizca de Kino, tres relatos breves incluidos en ese libro, para construir un guion deudor de los conceptos del autor de Tokio blues y Kafka en la orilla, pero al mismo tiempo absolutamente autónomo. No tanto una adaptación en el sentido que suele adjudicársele usualmente a esa palabra, como un ente independiente que tiene algunas de sus raíces enterradas en los textos originales. Ganadora del galardón al Mejor Guion en el Festival de Cannes, donde tuvo su estreno mundial el año pasado, y nominada a cuatro premios en la inminente entrega de los Oscar –nada menos que el cuarteto Mejor Película, Mejor Película Internacional, Mejor Director y Mejor Guion Adaptado-, Drive My Car tendrá un lanzamiento en la plataforma MUBI el 1° de abril, además de cuatro exhibiciones especiales en la Sala Leopoldo Lugones. Para muchos espectadores, el altísimo perfil que ha adquirido la película permitirá acercarse por primera vez a un cineasta que viene construyendo sin demoras, desde hace más de una década, una filmografía idiosincrática y potente, un favorito de los festivales de cine que ahora llega a la alfombra roja de Hollywood. En ese sentido, la historia del actor y director teatral Yusuke Kafuku, y sus viajes en automóvil por las calles de Hiroshima durante la preparación de una particular puesta de Tio Vania, es apenas el último eslabón a la fecha en una obra que ha hecho de las relaciones humanas y las emociones –muchas veces contendidas, tantas otras a flor de piel– una de sus piedras angulares.

RYUSUKE HAMAGUCHI

No es la primera vez que Ryusuke Hamaguchi recurre a un viaje en auto como ámbito ideal para empujar la narración. En la anterior La rueda de la fortuna y la fantasía (2021) –film estrenado en el Festival de Berlín apenas unos meses antes que Drive My Car, y con estreno local anunciado para el jueves 31–, la primera de sus tres historias comienza durante un viaje en taxi, cuando la confesión íntima de una joven a otra dispara el recuerdo de un amor del pasado que así regresa con fuerza al presente. En Asako I & II (2018) la travesía hacia ninguna parte en un automóvil de lujo dispara el arrepentimiento de la protagonista respecto de una intempestiva decisión, y el retorno a un hogar que había construido pacientemente para destruir en cuestión de segundos. Pero Drive My Car, que no incluye en la banda sonora la célebre composición del cuarteto de Liverpool, aunque el deseo original del realizador era precisamente ese (los derechos legales suelen deparar malas pasadas), no comienza en un auto, sino en un lecho. El amanecer parece estar cerca y Yusuke y su esposa Oto, una guionista de televisión de cierto éxito, acaban de tener sexo. Como Sherezade en el cuento de Murakami, Oto comienza a relatar la historia de la chica que ingresa a la casa del chico que le gusta cuando no hay nadie en casa. De cómo un día deja un tampón sin usar en el fondo de uno de los cajones y toma un lápiz como souvenir. También como en otra de sus visitas la muchacha comienza a masturbarse y cae en la cuenta de que, en una vida anterior, fue una lamprea, un animal que no es pez ni anguila y cuyas fuertes ventosas le permiten adherirse a otros seres y beber su sangre, como si se tratara de un vampiro submarino. Luego del sueño, Oto no recuerda sus invenciones y es tarea de su pareja memorizarlas. Durante los primeros cuarenta minutos de los casi 180 de duración de la película, Hamaguchi presenta la vida cotidiana de la pareja, su presente y algo del pasado. Se sabe que ambos fueron padres veinte años atrás, pero que la vida de su hija fue arrancada muy temprano. Que Yusuke (Hidetoshi Nishijima, quien ha actuado a la orden de directores como Takeshi Kitano y Kiyoshi Kurosawa) está a punto de estrenar una adaptación multi lingüística de Esperando a Godot. Que Oto está trabajando en un nuevo drama televisivo junto a una joven estrella. Y entonces, un viaje cancelado y una aparente revelación que no es tal. Y la tragedia, que golpea sin aviso y prepara todo lo que vendrá, dos años después, con el duelo todavía a cuestas.

UN AUTO ROJO

“Kafuku llevaba doce años conduciendo aquel Saab, que ya pasaba de los cien mil kilómetros”, puede leerse en el cuento de Murakami. “La capota de lona también se veía ajada. Los días de aguacero, debía estar atento a las goteras que se formaban en las junturas. Pero de momento no tenía intención de cambiarlo por un coche nuevo. Hasta entonces nunca había tenido ninguna avería grave y, ante todo, sentía un cariño especial por aquel vehículo”. El color amarillo original fue reemplazado en el film por el rojo, pero el modelo sigue siendo el mismo: un Saab 9000 Turbo, liftback de cinco puertas con tracción delantera, fabricado por la automotriz sueca Saab a partir de 1984. El auto con el que Yusuke Kafuku se mueve en la ciudad, escuchando en un cassette la lectura de los textos de Tio Vania que Oto grabó antes de morir y que el actor complementa con los parlamentos de su personaje, el protagonista de la pieza de Chéjov. Textos que conoce al dedillo, pero que necesita repetir para no perderlos en la memoria. Entrevistado recientemente por la revista Filmmaker, Hamaguchi reflexionó sobre el uso de los automóviles como elemento dramático: “Hay un artista iraní llamado Abbas Kiarostami. En sus películas hay escenas muy llamativas en las cuales hay un conductor y el entorno siempre cambia. Al mismo tiempo, las relaciones entre los personajes también cambian. Comencé a pensar que esa imagen es de alguna manera una condensación de la vida. Algo similar ocurre con Wim Wenders y sus escenas en medios de transporte: los cambios de entorno ayudan a entender que algo está evolucionando. Eso es algo que me inspira”. 

En cuanto al concepto de adaptación no lineal de los textos del escritor, en conversación con la revista online Notebook, editada por MUBI, el cineasta afirmó que “trasladar la literatura al cine es un proceso forzado: siempre hay que luchar contra algún tipo de imposibilidad. Agregar imágenes a las palabras que has leído… para mí eso no es una adaptación cinematográfica. Para que todo funcione, primero tienes que encontrar la emoción central que sentiste al leer el texto y luego expandirla en una película. Cuando le escribí por primera vez a Murakami para decirle qué clase de adaptación estaba intentando hacer, una de las cosas que enfaticé fue que no podía utilizar los diálogos tal como los había escrito, porque la gente en la vida real simplemente no habla de esa manera”.

Yusuke es invitado a dirigir una puesta de Tio Vania en el marco de un festival teatral en Hiroshima. La llegada, luego de conducir 800 kilómetros desde Tokio, lo enfrenta a una buena noticia y a otra mala. La buena: según sus deseos, el festival le ha conseguido para su estancia de dos meses una bella casa frente al río, a una hora de viaje del centro de la ciudad. La mala: por cuestiones ligadas al seguro el auto no podrá ser conducido por el artista sino por un chofer contratado especialmente. Las reticencias iniciales (el auto es su segundo hogar, un refugio, el lugar donde la voz de su mujer aún resuena con fuerza) son derribadas por el experto uso del volante de Misaki (la actriz y cantante Toko Miura), una joven de veintitrés años que aprendió a manejar desde muy pequeña. Superado el trance, las audiciones para la puesta confirman el carácter políglota del proyecto: actores y actrices de origen japonés, chino y filipino pronuncian las líneas de texto en su propio lenguaje, que será a su vez traducido a diferentes idiomas en una pantalla ubicada sobre el escenario. Se suman a ellos una mujer coreana sordomuda que recitará sus parlamentos en lenguaje de señas y Koshi Takatsuki, aquel joven actor que supo protagonizar el último programa escrito por Oto y que ahora ha caído en desgracia luego de un escándalo sexual, transformado por los medios amarillistas en pasión nacional. Si bien Tío Vania está presente en el cuento de Murakami, la relevancia de la creación de Chéjov en la película es mucho mayor, al punto de ir revelándose paulatinamente como esencial. Para Hamaguchi, “Tío Vania es un texto muy fuerte. Ya lo había leído en el pasado y, al leerlo de nuevo para el film, me sorprendió cuán potente era. A partir de allí pude ver los otros sentimientos que están presentes en ese increíble texto. Sostener la historia de forma paralela en la película me ayudó a poner de relieve la cualidad inmutable, inquebrantable de los textos de Chéjov. Es una confirmación de que Chéjov puede desencadenar las emociones más poderosas cuando se actúa y leen todas las líneas de la obra”.

LOS TRAUMAS Y LAS CICATRICES

Hay dos escenas extraordinarias promediando la proyección de Drive My Car. Dos escenas encadenadas, una detrás de la otra, una dependiente de la otra. En la primera, Yusuke y Misaki son invitados por uno de los asistentes del festival a cenar a su casa, junto a su esposa. Hay una sorpresa que no conviene detallar aquí, pero lo que sí puede revelarse es que el diálogo entre los cuatro comensales (en realidad, tres de ellos, ya que uno permanece casi en silencio) ofrece uno de los momentos más sutilmente emotivos de la película. Una de las primeras instancias de la historia en la cual se advierte que la vida puede estar comenzando a imitar al arte y viceversa. Luego de la despedida, el director de teatro y su chofer rompen el muro profesional que los separa para compartir por primera vez detalles de su vida previa, recuerdos y traumas, confesiones que sólo suelen hacerse cuando se ha comenzado a tener confianza en el otro. Podrá suponerse que los rostros usualmente impenetrables de Yusuke y Misaki tienen origen en prácticas culturales ajenas a la extroversión latina, pero en gran medida se deben a cicatrices internas que, más allá de no advertirse a simple vista, los atraviesan de punta a punta. En el caso de la joven conductora, el trauma familiar va de la mano de un hecho catastrófico de la naturaleza, un desastre natural como tantos otros en la historia de Japón. Y de la literatura, el teatro y el cine nipones. No casualmente, Hamaguchi dirigió un díptico documental –Voices from the Waves: Shinchimachi y Voices from the Waves: Kesennuma, ambas de 2013– centradas en los sobrevivientes del terremoto y tsunami que asoló la región de Tohoku, en la costa oriental de Honshu, en 2011. En la entrevista con Filmmaker, el realizador admite que esos documentales fueron “una enorme experiencia en mi vida, me animaría a decir que una experiencia central. A tal punto que ha impactado en la manera en la cual hago las películas. Por supuesto, hay algo de eso en el personaje de Misaki, quien ha sufrido un evento desastroso en su vida. Ese desastre es el que la ayuda a conectar con Kafuku, que también ha atravesado su propia catástrofe, a pesar de tratarse de un evento de una escala menor”.

Lo que no se dice y se intuye, falaz o certeramente, forma parte del encanto de Drive My Car, que opera desde una matriz engañosamente transparente, casi clásica. ¿Por qué elige el protagonista al joven Koshi, a sabiendas de que su edad no es la apropiada para el physique du rôle del papel y que, probablemente, su talento no alcance para encarnar el personaje de Vania? ¿Se trata de un acto de fe, un salto al vacío creativo, o hay algo de despecho y venganza ante ese joven que compartió una pequeña porción de vida con su esposa? ¿Cuál es la razón verdadera, de existir una sola, por la cual Yusuke no logra subirse a un escenario desde la tragedia? ¿Cuáles son los resortes psicológicos que hacen que Koshi reaccione de manera tan violenta cada vez que escucha el click del teléfono celular de un fan? Las razones por las cuales Misaki se ha quedado en Hiroshima y nunca ha regresado a su pequeño pueblo rural son explicadas por ella misma cerca del desenlace, pero, ¿acaso existe otro impedimento, tan enterrado en su interior que resulta inalcanzable? En otra escena notable, por su sencillez y energía, dos actrices realizan un ensayo al aire libre. El resultado es tan poderoso que ambas terminan conmovidas. Sin embargo, la devolución de Yusuke es cortante y, al mismo tiempo, tan sincera como inapelable en su verdad: “Esto que acaba de ocurrir fue algo entre los actores; ahora hay que lograr que eso atraviese a la audiencia”. El juego de la puesta en escena, sin embargo, contradice al personaje: el plano fue filmado de frente a las actrices, con el resto de los personajes a sus espaldas, y la emoción llega precisamente al público, de este lado de la pantalla. Es uno de los tantos momentos en los cuales el juego entre cine y teatro, entre la ficción dentro de la ficción y la realidad narrativa, se reflejan. Algo similar ocurrirá cerca del final, cuando un largo viaje a bordo del Saab encuentre a la pareja atravesando medio Japón en busca de una clausura para algo tan intangible como innombrable.

“Cuando recitas las líneas de Chéjov, tu verdadero yo surge y es revelado”, afirma Yusuke, palabras más, palabras menos, ante sus actores. Respecto de la elección del reparto de la película, en particular los dos intérpretes centrales, y de las razones por las cuales resultaron ideales para encarnar criaturas surgidas de la pluma de Murakami, Hamaguchi también tiene una opinión muy formada. “Siempre quise trabajar con Hidetoshi Nishijima. Lo vi en muchas películas cuando tenía veintipico de años, especialmente en films de Kiyoshi Kurosawa y Nobuhiro Suwa. Es un actor que nunca va a hacer más de lo que se le pide y esa es una de sus grandes cualidades. Tiene una presencia en pantalla increíble, un poder que aparece por el simple hecho de estar allí. No hay en Japón muchos actores como él, y ese estilo discreto, casi pasivo, de actuación era ideal para el personaje de Yusuke, para el tipo de personajes creados por Murakami. En el caso de Toko Miura, cuando comencé a pensar quién podría interpretar a Misaki me di cuenta de que no había demasiadas opciones obvias. La conocí durante el casting de La rueda de la fortuna y la fantasía y de inmediato noté lo inteligente y perceptiva que era. Ella trajo al rodaje experiencias de vida muy ricas que logró transmitir de manera genuina. Sólo había un problema: no tenía licencia de conducir. Por lo tanto, les pedí a los productores que tuviera su audición lo más pronto posible, de manera que pudiera tomar lecciones de manejo a tiempo para la filmación”. La magia del cine puede significar muchas cosas, a veces incluso opuestas. En el caso del cine de Hamaguchi en general y de Drive My Car en particular, esa magia existe gracias a un diseño narrativo y emocional que el director viene puliendo película a película. Una apuesta al mismo tiempo naturalista y expansiva, minimalista y más grande que la vida. El secreto de su éxito artístico.