Qué difícil mantener expectativas ante un festival desguazado por dos años de pandemia e inflación local. La séptima edición del Lollapalooza iba a llevarse a cabo del 27 al 29 de marzo de 2020, pero exactamente una semana antes se decretó la cuarentena obligatoria. Y así como la Feria del Libro, la visita de Metallica o el esperado debut de Cazzu en el Luna Park (anunciado con una marquesina que sigue viéndose con fecha 14 de marzo fuera del estadio), el Lollapalooza entró en ese limbo entre suspensiones y consiguientes amputaciones de cartel. Los artistas fueron bajándose y la grilla se achicó a tal punto que -entre internas, improvisaciones y devaluaciones artísticas- el line up terminó siendo apenas la mitad de lo anunciado originalmente.

El madrileño, aka C. Tangana, aka Pucho, aka Crema, aka el gran desertor, era uno de los tótems de la apertura del festival, pero anunció su renuncia dos días antes de tocar. Se disculpó con explicaciones sospechosamente libres (un emoji compungido por Twitter), y toca sin drama mañana en el Festival Fauna Otoño, en Chile. Así comenzó el repudio y el festival cósmico de (re)venta de entradas.

Igual hay otro factor a tener en cuenta, que será atractivo para muchos y una tragedia para otros, y del que el Lolla no es particularmente responsable, sino simplemente un elemento más de este clima de época. ¿Cuál es ese factor? La muerte de la música en vivo tal cual la conocíamos. No, no es una frase de meme tipo "la música murió hace 20 años", sino una referencia al formato en que se podía ver las bandas que nos gustaban tiempo atrás. Los nombres grandes difícilmente se presentan solos, y menos en América latina, con cachés inviables ante el tipo cambiario (¿quizás uno de los argumentos en contra que esbozó el autor de la sobremesa tinydiskera?).

Crédito: Cecilia Salas

► ¿Los de afuera son del palo?

Como producción rectora, el festival era cuestión de tiempo. No manda la convocatoria ni hay una voluntad de difusión cultural; acá el wedding planner entre la audiencia y los artistas son las playlist de Spotify, alimentando un hábito del que cada vez menos parecen escapar: la decisión (más inerte) de entregarse al algoritmo. Y esta falsa aleatoriedad se nota en los horarios del festival: pareciera que quienes arman las grillas no escuchan música y las piensan en función del número de oyentes mensuales que tienen los artistas en plataformas.

Un festival debería plantearse como un gran set, con climas y con la intención de no solo brindarles un momento único a los presentes, sino también la posibilidad de conocer nuevos artistas. Esto pasa cada vez menos, pero es parte de aceptar los términos y condiciones. Algo así como un "si te gustan los festivales, bancate el orden de la grilla".

De un modo u otro, para este Lollapalooza 2022 el line up tenía que ocuparse. Ese mismo line up que Martin Garrix blureó todo para promocionar su visita (y fue descansado por todes, incluido Dillom, que lo siguió descansando hasta el día del festival). Denzel Curry, Brockhampton, Phoebe Bridges y Charli XCX optaron por saltarse esta instancia de gira y perderse la intensidad del público argentino.

El banco de suplentes fue abucheado antes de pisar el césped: hubo reemplazos que acabaron como blanco de una bronca generalizada (Lola Índigo), sorpresivos ases bajo la manga (Brandy Cyrus, hermana de Miley), nombres que dos años atrás apenas resonaban y hoy asoman a podios propulsados por el torpedo Tik Tok, que todo lo vuelve bailable (Emilia) y hasta quienes se vieron beneficiados por el caleidoscopio creativo de la pandemia y hoy tuvieron su lugar (Chita).

Pero hubo un verdadero ganador local, y ése fue Dillom. Con Tangana fuera, nuestro Tyler the Creator nacido y criado en Colegiales subió de horario y agregó tiempo de show, teniendo que engordar de un día para el otro el que terminó siendo uno de los shows más memorables y celebrados del festival.

Crédito: Cecilia Salas

► Pantalla partida

No es necesario esperar al año que viene para que la productora (DF Entertainment) vuelva a dar las cartas: la misma firma traerá a Dua Lipa, Harry Styles y el Primavera Sound, en su primera edición argentina, sometiéndose a un escrutinio sin escrúpulos y con razón. Lo único anunciado al momento son la fecha y el lugar (7 al 13/11 en la Ciudad de los Niños). Ya habrá tiempo de presenciar el circo romano virtual cuando arranque la información. Esta vez ampliada porque metieron una buena jugada: en medio del abandono del madrileño, largaron un concurso para ganar entradas entre quienes se suscribieran al newsletter.

Le mediatización no termina ahí, porque Lollapalooza es un festival que se transmite por streaming y que habilita una audiencia virtual que agita, corea y también juzga como si estuviese ahí. Que critica el sonido desde una pantalla (y unos parlantes de computadora) y que le pega a sus asistentes como si la plata para pagar la entrada se la hubiese robado al que está en casa mirando.

Hay un evidente desgaste generacional entre quienes interpretan al rock como  único lenguaje universal, desvalorizando todo lo que se haya producido luego o incluso a su alrededor; y quienes vinieron después y, a pesar de haber marcado su propio camino, sienten la responsabilidad de devolverles algo, de someterse simbólicamente a una expirada supremacía musical.

En definitiva, esta dinámica responde a una lucha contra el tiempo, una lucha que tiene dos posibles caminos: los renegados crónicos (que validaron a Idles, The Strokes o Foo Fighters como únicos eventos culturales viables, como si el resto de los géneros no fueran equiparables o no entraran en el mismo grado de apreciación) y quienes entienden el papel que juegan y tienen seguridad de que la alianza y el aprendizaje son la clave. Porque de los '70, más que las guitarras, lo que se debería heredar es el amor hippie, como hizo Santi Motorizado al dedicarle El tesoro a Dillom.

Por todo esto, Lollapalooza 2022 habla más del presente de la industria que de la música en sí. Habla de tiempos impiadosos (con nombres que hoy lideran charts y dos años atrás eran anónimos), de sobreactuaciones, de sponsors robando protagonismo. Tal vez mucho más interesante que medir outfits o quejarse al vacío es preguntarse por qué el grueso del público hoy pide lo que está pidiendo.