Adam Smith (1723 - 1790) fue un economista y filósofo escocés, considerado fundador de la economía moderna y uno de los mayores exponentes de la escuela clásica. Célebre por su libro La riqueza de las naciones, publicado en 1776, su obra suele ser reducida y caricaturizada como una oda al individualismo, al egoísmo y al libre mercado.

Es justamente a partir del concepto acuñado por Adam Smith, conocido como “la mano invisible”, que se estructura el andamiaje teórico de la economía mainstream. Dicha figura refiere a una supuesta y natural armonización de los intereses de los diversos agentes económicos, según la cual la planificación y la intervención estatal resultan un obstáculo para el crecimiento y el desarrollo. 

La idea que aquí subyace es que los objetivos individuales convergen de forma tal que si cada uno persigue su interés particular, se alcanza así el bienestar común. De tal modo, el egoísmo es presentado como la característica lógica y distintiva del comportamiento humano, a partir de la cual los intereses privados fundan la prosperidad del conjunto de la sociedad.

Si bien esto no es estrictamente lo que Adam Smith planteó a lo largo de toda su obra, esta simplificación representa vívidamente el núcleo del pensamiento económico ortodoxo. Se presenta al egoísmo como una característica dominante del comportamiento humano que actúa como motor de la prosperidad y la felicidad de las naciones.

Sin embargo, si bien es cierto que los seres humanos se caracterizan por la ejecución de comportamientos egoístas, también se observan frecuentemente comportamientos altruistas. Ambas dimensiones juegan su rol en la propia conservación de la especie.

Solidaridad

El altruismo y la solidaridad son conductas que consisten en brindar una ayuda a los demás de forma desinteresada, aún a costa de ceder en la defensa de intereses particulares. Estos comportamientos resultan fundamentales para amalgamar los diversos grupos sociales, permitiendo la concreción de un instinto primordial como es el de asociarse con otros pares. Muchas especies nunca hubieran logrado sobrevivir, si no fuera por ese magnetismo, que genera una conducta comunitaria y cooperativa, la cual les ha otorgado ventajas evolutivas para defenderse, conseguir alimento o migrar; entre otras cuestiones. Así, la empatía resulta fundamental entre congéneres.

La solidaridad no es una funcionalidad simple, no es sólo bondad. Implica procesos de cooperación basados en un sistema gregario de aprendizaje, comunicación y también competencia. La neurociencia ha demostrado que ser solidario produce una sensación de bienestar ya que despierta los circuitos neuronales asociados al placer y la recompensa, además de activar diferentes neurotransmisores asociados a la felicidad como la dopamina y la oxitocina. Incluso, ejecutar conductas cooperativas involucra regiones del cerebro relacionadas con el circuito que responde ante las gratificaciones de supervivencia básicas como comer o beber.

De esta forma se puede observar como la cooperación y la solidaridad se encuentran absolutamente presentes en la naturaleza no solo de las especies gregarias sino en particular en las sociedades humanas. Es la notable capacidad de cooperación de manera flexible y sostenida en el largo plazo lo que ha permitido a la humanidad alcanzar el avanzado grado evolutivo que hoy ostenta. 

Así, si bien queda demostrado que la tendencia a la cooperación resulta absolutamente inmanente al comportamiento humano, sería ingenuo creer que todo es color de rosas. En efecto, no siempre resultan los comportamientos solidarios o contributivos los que se imponen. Como todo comportamiento, en el marco de la dialéctica conservacional, toda tendencia encuentra una contratendencia que la impulsa. Así como la cooperación se erige como una característica distintiva en los organismos gregarios, lo mismo sucede con los comportamientos egoístas. 

La esencia de esta paradoja se refleja en toda su dimensión al observar que, para poder cooperar, el individuo debe en primera instancia garantizar su propia subsistencia. Si un individuo fuera en extremo solidario y solo se dedicará a contribuir a los intereses de los demás sin preocuparse en ningún momento por sí mismo, rápidamente fenecería, inhibiendo el traspaso de su tendencia a la contribución a futuras generaciones. La dialéctica conservacional se expresa aquí en el hecho de que la solidaridad contribuye a la conservación de la especie, pero lo mismo sucede con el egoísmo. Una lleva por un lado al comportamiento egoísta, para que se pueda sobrevivir dentro del grupo. Pero por otra parte, para la subsistencia también es necesario que el grupo al que se pertenece sobreviva.

Comunitario

Los seres humanos son básicamente seres sociales. Su capacidad de cooperación con los demás es más que una simple decisión: es un imperativo biológico arraigado en miles de años de evolución. No son las ventajas físicas, como la fuerza o la velocidad, las distintivas en los seres humanos, sino fundamentalmente la capacidad de colaborar e interactuar en grupos. El cerebro humano es un órgano social. Allí radica la principal ventaja evolutiva como especie, lo cual otorga la capacidad para comunicarnos, razonar, planificar y colaborar unos con otros. 

A lo largo de la historia, la supervivencia y prosperidad dependió de las habilidades colectivas y de la posibilidad de la agrupación para la protección y asistencia. Naturalmente los seres humanos intercambian ideas, coordinan objetivos, comparten información y emociones. Esto les permitió organizar cacerías, recolectar alimentos, acumular conocimientos, crear primero refugios y luego grandes ciudades.

Los seres humanos desarrollaron una capacidad extraordinaria para vivir en grandes grupos comunitarios. Esta vida en sociedad ha tenido ventajas evolutivas, ya que permitió que el cerebro lograra un desarrollo extensivo de las áreas dedicadas a las funciones sociales. Pero también tuvo implicancias en la conducta, y la toma de decisiones muchas veces no puede ser realizada, ni analizada, de manera individual.

Un ejemplo muy claro y difundido en este sentido es el experimento realizado y estudiado en el campo de la economía del comportamiento que se denomina “juego del ultimátum”, en el cual dos jugadores deben repartirse cierta cantidad de dinero bajo determinadas reglas. De este modo, el primer jugador hace una oferta de cómo se podría repartir el dinero entre los dos. El segundo jugador puede aceptar o rechazar la oferta. Si la acepta, el dinero es dividido como se propuso, pero, si es rechazada, ningún jugador recibe nada. Si se aceptan los supuestos económicos habituales según los cuales los individuos se comportan siempre de manera egoísta y racional, la teoría de juegos daría una clara predicción para este caso: el primer jugador ofrecería la menor cantidad positiva posible y el segundo aceptaría la oferta, ya que una cantidad positiva es siempre mejor que cero.

Sin embargo, en numerosos estudios se ha observado que la mayoría de las personas en la posición del primer jugador ofrece casi siempre la mitad del dinero. También se observó que la mayoría de las personas en lugar del segundo jugador tienden a rechazar una oferta menor del 20 por ciento del total, ya que la consideran injusta. Este experimento muestra entonces la existencia de cierta tendencia en los individuos a una cooperación razonable, evidenciando además que los agentes están dispuestos incluso a sacrificar parte de su dinero con tal de aleccionar a quienes muestren comportamientos extremadamente egoístas, lo cual logra estabilizar un determinado escenario de cooperación.

Los seres humanos tienen intereses inmediatos y egoístas, pero también valores mediatos y cooperativos como la justicia y la colaboración social. En efecto, las bases biológicas que sustentan las conductas cooperativas son filogenéticamente muy antiguas y han sido un valor agregado en la conservación de las especies. La supervivencia depende, en gran medida, de un funcionamiento social efectivo. Las habilidades sociales facilitan el sustento y protección. Por eso para entender el comportamiento de los agentes económicos, la comprensión de las capacidades relacionadas con la sociabilidad y la cooperación representa un rol fundamental.

Por tal motivo, toda teoría económica que se base en el egoísmo como una característica dominante en el comportamiento humano resulta absolutamente inapropiada y por lo tanto las políticas que de ella se desprendan resultarán ineficientes, actuando únicamente en beneficio de una minoría y en claro perjuicio del bienestar colectivo. La economía, así como el resto de las ciencias, debe contribuir a mejorar las condiciones de vida y las oportunidades para todos, abarcando las dimensiones tanto individuales como colectivas, propiciando de tal manera el bienestar común como máxima aspiración individual y social.

* Economista UBA @caramelo_pablo