En este tiempo si se le habla al corazón es mejor y puntualmente hacerlo en el broche del brindis le da el sentido a la mirada emocional. El Dios del vino lo sabe, por eso mismo es invitado a una fiesta clandestina en San Vicente para fomentar la conexión de la emoción sin pantalla. Siempre con actitud de un profesional, antes de emprender la aventura, se dispone a leer a Marechal y en la página 13 de “Adán Buenosayres” lo deja inmóvil un detalle. Es cuando duda, antes del preciso momento en el que pone “ir” en el mapa central del Waze y lo alerta el trazo rojo para un desvío imprevisto por Camino Negro.

Baco siempre renegó de dos cosas cruzando el Riachuelo y la General Paz. La primera que lo preocupa siempre es parar en los semáforos de noche y la más importante, que lo moviliza desde hace un tiempo, es encontrar la banda de sátrapas que dicen ser sommelieres de la sangre de Cristo, que ellos presumen como el trago que hace estragos en los menjunjes del sur de la provincia de Buenos Aires.

Apenas pasando la rotonda y casi en la entrada de Lomas de Zamora, después de pasar sin pena ni gloria el control de alcoholemia, destila los aromas a madera durante su viaje descapotable. De pronto, como si fuese un tonel borracho rodando pero sin control, el invitado de honor a la fiesta escucha el ruido ensordecedor de una vieja llanta de aleación de un Fiat 128 Iava. La pieza circular color aluminio viene llegando a lo lejos domando las chispas en el camino como si fuese el descorchador violento del Negroamaro italiano.

La vista desde el parabrisas recibe una piedra que luego cae rodando como una uva sin semilla hacia el capot del Escort Cabriolet. Las manos de Dionisio, también Dios del éxtasis en lo que ya se ve venir, son dos racimos de uvas para pegar el volantazo imprevisto. La tuerca antivandálica gira en el paragolpes para impactar de lleno debajo del motor y encontrar el cárter como tope.

El Dios asume con resignación un típico escenario para la aventura conurbana de todos los días que determina las idas y vueltas imprevisibles para salir y llegar a destino. El siniestro es una especie de humanización del choque de copas espiritual y sobre los mitos que argumentan algunos sommelieres sobre los sabores de la alegría en el corazón, que deja el syrah a buena temperatura.

Frente a esa disyuntiva hay un aroma cautivante y es el olor a uva natural por la calentura en la piel de Baco que expande una realidad aumentada y se suman excursiones a la ruta del vino en el Camino del color del tinto para una cata imperdible.

El sabor del Dios es para todos “todo”, como diría el subcomandante en la guerrilla de Chiapas.

Los promotores del cabernet franc no asumen el costo y se niegan a ser parte de esta nueva industria que les mide el aceite, por eso eligen la cata en Capital Federal.

En cambio los catadores en la estación Laferrere, justo enfrente del obispado, ofrecen muestras gratis en el puesto de chipa mientras de fondo se proyecta “Grease” la película que tiene como protagonista a John Travolta y los Bee Gees.

El sommelier de malbec, rápido de reflejos, negocia su adaptación y bromea citando a Foucault sosteniendo que la enfermedad mental no tiene un diagnóstico preciso y no puede tratarse como tal. Elogia al Dios en Camino Negro y su estilo, con una mancha de aceite, que le da autenticidad al sabor frutal.

Mientras tanto Baco, tirado en el asfalto, tapa las pérdidas del cárter y resuelve suspender la fiesta clandestina para ir a buscar al rey de la noche bonaerense, amante a escondidas del blend, dueño de la discoteca mas conurba de la historia. La idea es medirle el aceite a los sommelieres ya que todos, para el Dios del vino, tienen el cárter roto y no se dieron cuenta.

Las luces de neón y el sonido de la antesala con Tecnotronic en “Pum Up The Jam”, ya marca un bombardeo quirúrgico en la provincia de Buenos Aires para que los expertos del vino, que parecen irrompibles, cuenten su propia mancha de aceite.

Con todo esto el stripper de la disco muestra su verdadera identidad y pide un rosado para tomar valor y mostrar su cárter roto. Dice que en Ponte Vecchio hizo bailar a toda Florencia, que es el mini David de mármol y harto de ser segundón del trabajo original de la academia, dejó los hábitos de las fotos con pose erótica que hace reír a los turistas y emprendió la aventura para el desembarco en la avenida Provincias Unidas.

Todo hace presumir que en la Vena Negra del sur, el vino y el aceite se pueden catar en la ruta de Baco y sigo pensando en la teoría del Mayo francés, la imaginación al poder.

Lo convocó a su amigo David que se creía el alter ego de la obra de Miguel Ángel, porque sus padres desde niño le dijeron que llevaba su nombre por la escultura.

Después de las gotas de aceite en caída, se saborea en la boca el chardonnay y todo hace recordar al libro del gran compañero Leopoldo “Descenso y ascenso del alma por la belleza”. Todo sabor es libre como si le sacaran el cuello ortopédico.

Conocer el lado oscuro de lo que emociona puede ser aún más interesante que el hecho en sí.

La felicidad como concepto publicitario nos hace creer que el sommelier puede ser Baco, pero el Dios del vino toma siempre Camino Negro para brindar con lo auténtico.

La piedad de Miguel Ángel ya no se banca a nadie que se presente como experto en vinos, solo quiere tomar lo que le gusta y se cruza al supermercado chino.