Borom Taxi              6 puntos

Argentina, 2022

Dirección: Andrés Guerberoff.

Duración: 60 minutos.

Intérpretes: Mountakha Samb, Mohamed Boye, Candela Benetti, Mouhamet Samb, Mbayang Diene, Massamba Seye.

Estreno: en el Gaumont, Centro Cultural Kirchner y Cultural San Martín.

Retrato de la creciente comunidad negra en la Argentina, Borom Taxi resulta revelador no solo de las particularidades, miedos y esperanzas de un número cada vez más grande de migrantes llegados desde África, sobre todo de Senegal, sino de cómo el país es percibido a través de esos ojos, vírgenes de argentinidad. Es decir: permite conocer más de estos nuevos vecinos, que por lo general terminan vendiendo relojes, cadenitas, anillos y anteojos en las veredas más transitadas de algunos barrios de Buenos Aires o del conurbano. Pero también ofrece un reflejo desconocido de la idiosincrasia local, uno que ilustra acerca de algunos defectos y virtudes que, por demasiado familiares, habitualmente son pasados por alto.

Como cualquier odisea, Borom Taxi tiene un protagonista, encargado de llevar al espectador de la mano a través de un viaje lleno de desafíos. Es Mountakha, un senegalés que antes de radicarse en la ciudad capital pasó por Córdoba, siempre dedicado al negocio de la venta ambulante. Una ocupación que, como se verá, no realizan porque les guste especialmente, sino porque la imposibilidad de conseguir un trabajo mejor. A veces la cámara sigue a Mountakha por las calles del Once, donde vive y trabaja, y da la sensación de que el protagonista nunca se detiene, como si siempre avanzara, sin permitirse nunca el lujo de quedarse quieto. Como si no pudiera parar, siempre en busca de trabajo, para cumplir con la obligación de mandarle plata a la familia que ha quedado en su patria.

En uno de esos recorridos, el montaje empalma las calles de Once con las de Senegal, consiguiendo una extraordinaria continuidad a través de esos enormes mercados a cielo abierto donde todo se vende y se compra, y los chicos juegan a la pelota en la calle. Son los detalles los que distinguen una realidad de otra. El color de las calles, de la ropa, de la piel. Una cabra en un patio, por allá; los agentes de la Policía de la Ciudad parados en las esquinas, siempre dispuestos a decomisar la mercadería de los vendedores –en especial si son negros—, por acá.

Resulta significativa una conversación telefónica entre Mountakha y su esposa, él en Buenos Aires y ella en Senegal. El protagonista le cuenta a la mujer que acá la verdura que comen los blancos es siempre fresca. “Los blancos tiran todo”, le explica. “Si una banana está manchada, si un tomate se pasa un poco, lo tiran”, sigue. “¿Viste esas manzanas que le encantan a mi mamá? Bueno: acá las tiran a la calle”, dice, incrédulo, y en sus palabras esta Argentina quebrada se parece a un cuento obsceno, alguno de Boccaccio o una película de Marco Ferreri. Ahí Borom Taxi adquiere forma especular, donde el reflejo propio en ese relato extranjero produce una vergüenza que está lejos de resultar ajena. Pero la película no se queda en eso, sino que ilustra de una manera más amplia y generosa el vínculo que los nuevos migrantes generan con esta tierra, acostumbrada a recibirlos.