El pasado 27 de marzo, en Madrid, falleció a los 91 años Mario Muchnik, editor, fotógrafo, escritor y coleccionista. Fue por sus labores que aparecieron en castellano las obras de Primo Levi, Elias Canetti, Susan Sontag, Oliver Sacks, Art Spiegelman (autor de Mauss) y Carlo Ginzburg, por sólo mencionar un puñado de reconocidos nombres. Muchnik fue un editor inteligente, audaz, decidido: largas décadas de trabajo editorial, bregando entre las mudanzas técnicas y tecnológicas, los vaivenes económicos y los cambios “de época”, le permitieron adquirir y refinar su oficio, que luego desarrolló y expresó en una buena cantidad de libros, repletos de anécdotas y vivencias, con humor, ironía, y constante espíritu crítico: Lo peor no son los autores: autobiografía editorial 1966-1997, Banco de pruebas: memorias de trabajo 1949-1999 y Editing. Arte de poner los puntos sobre las íes –y difundirlas, son algunos de sus títulos. También publicó volúmenes de fotografía: Miguel Ángel de cerca, De cielo en cielo y Mayo 68: prohibido prohibir. Imágenes de mayo del 68, entre otros. En 2003, Editar Guerra y paz’ fue un volumen dedicado a la aventura de volver a publicar el clásico de Tolstói, un trabajo que demandó unos cuatro años. Su último libro, Mario Muchnik. editor para toda la vida, de conversaciones con Juan Cruz Ruiz, apareció en 2021. Allí, entre sus temas, vuelve sobre sus relaciones literarias y amistades: Julio Cortázar, Carlos Barral, Italo Calvino y Lydia Kúper, traductora del ruso.
Nacido en Provincia de Buenos Aires, en 1931, Mario Muchnik tuvo una familia de orígenes judío-rusos, con cultura y buen pasar económico. Sus primeros trabajos editoriales los realiza tras volver con un diploma de físico de los Estados Unidos, junto a su padre Jacobo Muchnik (1907-1995), en 1955, al proponer traducir una obra de Arthur Miller que había visto en Nueva York y lo había impactado: Las brujas de Salem. Jacobo Muchnik Editor será tiempo después, al crecer, una empresa adquirida por la Compañía General Fabril Editora, y, para 1966, Mario deja el mundo de la Física definitivamente para instalarse, plenamente, en el de la edición, en Europa. En 1968 trabaja en torno a la fotografía y en la dirección de colecciones literarias para Robert Laffont, en París, y en 1973 lanza, junto a su padre, Muchnik Editores, desde Barcelona –actualmente, es el sello El Aleph–. En Oficio editor, Mario recuerda los trabajos realizados junto a Don Jacobo en aquella etapa: el primer libro publicado, Y otros poemas, de Jorge Guillén, aparecido a comienzos de 1974, superando la censura franquista –aunque sin la sección “Guirnalda civil”–; también, un libro ilustrado a color de los frescos vaticanos de Raffaello; guías “vivientes” de España e Italia; Nuevas tendencias en el arte, de Aldo Pellegrini, y El gaucho, con fotos de René Burri, dibujos de Castagnino y un prólogo de Jorge Luis Borges. Hay dos recuerdos allí para rescatar. El primero: “En cuanto a El gaucho, me es imposible olvidar la colaboración fascinante de Rodolfo Wilcock, el singular autor de La sinagoga de los iconoclastas, que tradujo los textos (Borges inclusive) al inglés y que, para justificar sus tremendos retrasos en las entregas, solía decirle a mi padre: –Jacobo, si el libro sale reseñado en el Times Literary Supplement y no está perfectamente traducido será cosa de pegarse un tiro. Créame”. Y el otro: “la obra que más trabajo nos dio y, precisamente por eso, más me enseñó, fue Nuevas tendencias en el arte, de Aldo Pellegrini. Aldo nos había enviado un texto más cercano al borrador que al original acabado, y algunos catálogos ilustrados. Tuvimos que ponernos en contacto epistolar (no había fax ni, tanto menos, e-mail en esos tiempos) con cientos de galerías de todo el mundo, y solicitarles diapositivas de las obras indicadas por Pellegrini. Por fin, con el texto más o menos definitivo en nuestras manos –¡eso fue un editing!– y los cientos de sobres llenos de fotos, hubo que armar el libro”.
El rol de maquetistas y tipógrafos, el de lectores profesionales y sus “informes”, los correctores, y los propios autores (“Todos los manuscritos merecían mi respuesta”), cada uno en su especificidad, fue otro de los criterios que manejó Mario Muchnik, con códigos de sinceridad y respeto, discreción y cordialidad, junto al propio: la ocupación del editor, señaló, es “la de tener ideas”. Junto a esto, tomó partido entre las tensiones permanentes entre mercado y cultura: “Elio Vittorini dijo una vez que el editor debía decidir si haría libros de provocación o libros de consolación. El gran editor italiano Giulio Einaudi lo formuló de otra manera: hay editores-sí y editores-no”. La “editorial sí” es aquella que “hace caso omiso del posible valor comercial de una obra”, priorizando otros. Y cuenta lo que le dijo Carlos Barral ante la consulta sobre dedicarse a la edición: “Nunca edites con preconcepto mercantil”.
Mario Muchnik informó y relató –críticamente– infinidad de temas en Oficio: sus propias vivencias y malos tragos ante la concentración editorial –su paso como director literario de Ariel-Seix Barral, luego por Anaya, y como Anaya & Mario Muchnik; lo que fue la venta en la década de los 90 de Seix Barral al Grupo Planeta; la incesante degradación de la Feria de Frankfurt: un ámbito cada vez más exclusivamente dedicado a realizar “rondas de negocios”– y toda clase de experiencias y encuentros, desde un juego de ping-pong con Henry Miller (“el autor de mis lecturas de universitario en Nueva York, libros clandestinos en 1953 que circularon, gracias a mí, entre el estudiantado norteamericano ávido de literatura erótica”) a la llegada de la noticia del Premio Nobel para Elias Canetti, en 1981, cuando ya había publicado varias de sus principales obras: El otro proceso de Kafka, Masa y poder, Auto de fe y La lengua absuelta –el primer volumen de su trilogía autobiográfica–. “En octubre de 1981 Muchnik Editores debía de ser la única editorial del mundo con cuatro títulos del flamante galardonado”, contó. Tras su largo recorrido –con sus alegrías y éxitos, y sus interferencias, frenos y contramarchas en el mercado editorial–, El taller de Mario Muchnik fue su novedoso proyecto, manteniendo la prioridad en cuanto a la calidad cultural y literaria. En su conjunto deja un enorme y vasto fondo editorial, con cientos de títulos de poesía y narrativa, filosofía e historia.
Además de aficionado al cine, mantuvo su pasión por la fotografía. Retrató a sus amigos: Cortázar, Augusto Monterroso, Canetti, Calvino, Primo Levi, Roberto Calasso.
Así definió su rol en Oficio: “El editor suele ser el primer lector de un texto. Custodio de la lengua y conocedor de la técnica, tiene el deber de señalar al autor todo lo que un texto pueda tener de chirriante, y de sugerirle cambios que, en su opinión, ayuden a su lectura. En este sentido, el editor es un mediador constructivo entre el autor y el lector”. Y con el mismo objetivo: hacer llegar obras de calidad, por sobre todas las cosas, acerca de la relación autor-editor: “llegado el caso, discutir con él punto por punto. El autor tendrá la última palabra, mejor fundamentada después de haber discutido con el editor. Quien sale beneficiado, por supuesto, es invariablemente el lector”. Épico, generoso, y atípico, Mario Muchnik fue un editor de los que ya (casi) no quedan.