Año 1989. Cualquier persona con una moneda en el bolsillo y un local de jueguitos electrónicos a tiro podrá jactarse de haber imitado al milímetro la delirada caminata lunar que Michael Jackson (Rey del Pop y del Planeta) había estrenado siete años antes en el video de “Billie Jean”. Con atuendo homólogo al de “Smooth criminal”, en la consola “Moonwalker” se deben enfrentar villanos, rescatar niñxs y, lo vital, reecontrarse con el chimpancecito mascota Bubbles. Las demostraciones de fuerza son a lo X-men, o X-women: Michael repite su pasito icónico, suenan acordes instantáneos y un halo escénico-neutrónico todo lo va tiñendo hasta derretir las fuerzas del enemigo. Entre nosotrxs es un mutante potente.
El show que el español Sergio Cortés brindó el sábado último en el estadio Luna Park terminó siendo, sin dudas, una lección práctica para mini mutantes actuales. Cortés imita a Michael desde hace años, una ocupación inicialmente casual -su parecido físico con el ídolo lo llevó a ser contratado como doble para presentaciones de perfumes et al- que desarrolló hasta consagrarse como uno de los Michaels alternativos más prestigiados (en épocas de verdades alternativas, bien podemos dedicarnos a las personas alternativas, ¿o no?). Los rasgos físicos están, es verdad; están los movimientos felinos de tanto amaneramiento, más o menos exactos o en todo caso tendientes a alguna exactitud por momentos inquietante; está el repertorio, escogido con buen tino; está, más que todo, la voz de dulzura prepúber que sabe volverse pandillera a piacere. Para ubicarlo en la línea temporal que supone la evolución física de MJ, podríamos decir que Cortés existe en algún instante paralelo al de la edición del jueguito que acabamos de desempolvar, es decir, la época de “Bad” y de la respuesta a los rumores crecientemente (in)creíbles sobre su vida.
Volvamos al show de Cortés. Es difícil desmenuzar la extrañeza que se contagia cuando, después de una performance muy afilada de la deliciosa “The way you make me feel”, el imitador agradece en español (de España) por la calidez con la que se lo recibe por segundo año consecutivo en Argentina. Introduce “Bad” recordando que MJ utilizaba tanto canción como videoclip a modo de parodia de aquella violencia callejera que eventualmente encontraría traducción en el universo del rap, instigando el aplauso familiar del estadio completo.
Es momento, sí, de meternos con las familias que integraban en mayoría total la audiencia del doble. Mejor aún, dejemos de lado a esas familias y concentrémonos en la profusión de niñxs fanatizados con cuerpo y música del genio pop. Estamos hablando de personas tan jóvenes que los fedoras alusivos vendidos en la puerta del recinto les bailaban en las molleritas, entre quiebres cervicales y escápulas escurridizas. ¿Cómo habrá sido su acceso iniciático a MJ, muerto mientras muchxs de ellxs mordían un chupete? Hubo más: cerca del fin del espectáculo, algunxs intrépidxs pedían permiso al adulto a cargo para animarse a calcar desde uno de los pasillos amplios las coreografías que Cortés reproducía. El rito elemental de la mímica puesto a prueba de coreo y tics frente a un espejo viviente que es a su vez imagen de alguien más. Para este séquito de mini intérpretes, y para muchxs otrxs más, tener tan cerca a un Michael Jackson así de verosímil, tan mujer y tan hombre y tan androide y tan descaradamente “interracial” como su modelo, no puede haber sido menos que una experimentación personal de aquello, inasible y en perpetuidad alejado, que una deidad como él consiguió ser.