Diego Maradona está. Lionel Messi no puede faltar. Tampoco Emanuel Ginóbili, claro. Ni Juan Manuel Fangio, el quíntuple, ni Guillermo Vilas que hizo popular al tenis, ni Carlos Monzón, obviamente. En la lista de los grandes deportistas argentinos de todos los tiempos, en el mismo escalón  que los anteriores emerge gigantesca la figura de Roberto De Vicenzo. Hace demasiado tiempo que hay unanimidad en reconocerlo como uno de los más importantes, uno de los más respetados, uno de los más queridos, aun por aquellos que nunca vieron de cerca una pelotita de golf. Y no tenía que pasar que Don Roberto se muriera para entender que es, desde hace cuarenta años por lo menos, una leyenda.

Su perfil se ilumina con la historia del pibe humilde, que en su Chilavert natal se hizo bien de abajo, recogiendo pelotitas de la laguna para ganarse un manguito o participando como caddie; se ensancha con sus títulos: 230 torneos alrededor del mundo, incluidos cuatro torneos del PGA Tour y el Abierto Británico y otras múltiples conquistas, y con el reconocimiento internacional que le valió la entrada triunfal al Salón de la Fama, en 1989. Antes había ganado el Premio Olimpia de Oro de 1967 y 1970 y el Konex de Platino como mejor golfista de la historia de la Argentina, en 1980.

Cuando cumplió 90 años, en el 2013, en un reportaje publicado en La Nación le preguntaron cómo veía a la Argentina y como en una vuelta a sus orígenes respondió textualmente:  

-Con problemas. Aumenta mucho la pobreza, a pesar de que la Presidenta hace un esfuerzo. Hay falta de trabajo y de inversiones. Los inversores piensan mucho antes de apostar por la Argentina. Y si no hay inversiones, no hay trabajo. A Cristina la admiro, porque dominar a los argentinos no es tarea fácil, y ella lo viene haciendo bastante bien.

También habló con admiración del Papa (“alguna vez cruzamos algunas palabras”) y dijo que creía que uno de los secretos de su longevidad era que se sentía un elegido de la naturaleza.

Hasta no hace mucho seguía pegándole a la pelotita y caminando sobre el verde césped (“creo que si hago la cuenta, jugado al golf dí por lo menos unas cuatro vueltas al mundo”) dijo alguna vez, en un tono muy divertido.

Era un gran deportista, un caballero del deporte, un tipo noble, un grande de verdad.