No nos vamos a cansar nunca de decir que la violencia de las barras bravas no es algo ajeno al fútbol. Quizá podemos aceptar que, en el peor de los casos, se trata de una criatura desmadrada que los dirigentes, tal como comenzaron a hacerlo a mediados del siglo XX, los alimentan todavía con entradas, viajes, dinero y otros tipos de privilegios. Y esto sucede porque los utilizan como fuerza de choque para sus propios negocios y, otro poco, porque saben, sospechan, temen que cualquiera de estos personajes tiene la capacidad y la impunidad para arruinar un espectáculo deportivo. Habrá, por supuesto, excepciones. No es el caso de Boca, pero para ser justo tampoco el de River, Racing, Independiente, San Lorenzo... apenas el comienzo de una lista interminable.

El procesamiento que confirmó ayer la Cámara Federal a varios integrantes de la barra brava de Boca, entre ellos los líderes Rafael Di Zeo y Mauro Martín, por ocultar y facilitar durante el desarrollo de un partido la fuga de otro barra xeneize que tenía orden de captura, pone en evidencia la impunidad con la que estos personajes se mueven por las instalaciones del club, su acceso a lugares a donde no puede acceder el público general, es decir el hincha genuino, ese que es muchas veces maltratado por la policía, requisado, golpeado por el solo de hecho de querer entrar a una cancha con su entrada en la mano.

Di Zeo, Martín y los también procesados Carlos Santa Cruz, Cristian Roblero, Carlos Maciel, Antonio Viñales, Eduardo Tripodi, Miguel de Santis, Luis Arrieta, Ariel Pinazzi, Gustavo Iglesias y Eduardo Aballay, fueron acusados por ayudar a escapar de la policía al barra Maximiliano “Mey” Oetinger, buscado por el robo y secuestro de un odontólogo de 83 años en 2015. Este logró escaparse de la división antisecuestro de la Policía Federal intercambiando su ropa con la de otro hincha; pero finalmente fue apresado el año pasado. La causa por encubrimiento se inició por una denuncia del ex juez de instrucción Mariano Bergés. Una “filtración” le permitó a Oetinger saber que había sido identificado por las cámaras del estadio. Así ganó tiempo para cambiarse y escapar en dos automóviles, vulnerando los controles del estadio. “Los procesados –dictaminaron los camaristas– pudieron acceder a instalaciones del club ‘restringidas para el público general’” y salir “sin obstáculos del predio”. Se seguirá investigando cuáles fueron las complicidades necesarias de funcionarios, dirigentes y empleados del club xeneize. A veces resulta tan evidente todo, que se elige mirar para otro lado. Nos queda esperar que esta vez no sea el caso.