El hombre viste de negro, usa grandes anteojos de marco negro. El pelo largo y lacio, que acomoda con sus manos cuando se sienta a conversar. Está alegre y se ríe al saludar a los amigos con los que se reencuentra en Argentina. Su nombre es Ricardo Stuckert, fotógrafo oficial de Luiz Inázio da Silva desde que “Lula” ingresó a la presidencia, en 2003. Y sigue acompañándolo en sus actos de campañas que espera “puedan devolverlo a la presidencia, si el pueblo brasileño vota con consciencia”, afirma en la entrevista con Página/12, y vuelve a reír, cómplice, cuando presenta a su esposa: “Cristina -dice-, también ella es Cristina”.

Stuckert, también conocido como “Stuckinha” entre sus pares, los fotoperiodistas, llegó a la Argentina para el cierre de la muestra fotográfica Pueblos Originarios: Guerreros del Tiempo, que se exhibió entre el 19 y el 22 de este mes en el Congreso. Estuvo organizada por la Dirección General de Cultura y Museo de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación y promovida por la diputada nacional Gisela Marziotta, en el marco del Día Nacional del Indígena Americano, el 19 de abril.

La exposición, que Stuckert cerró este viernes a las 18 horas, en forma presencial, mostró el minucioso registro documental realizado por este fotoperiodista en la comunidad amazónica de Yanomami, una de las más numerosas de América. Con una particularidad: repone imágenes tomadas en 1997 junto otras que registró veinte años después. Entre ellas, las de una joven Penha Goés junto a la que toma 17 años después. Estas imágenes han sido comparadas con el conocido retrato de la joven afgana Sharbat Gula captada por Steve McCurry para la revista National Geographic.

En la obra de Stuckert que pudo verse en la muestra, la sinergia entre el paso del tiempo y la conexión establecida entre el fotógrafo y la comunidad aportan una singular visión acerca del alcance del concepto de “diversidad cultural”, en el más amplio sentido de los términos. Hay una comunión entre las personas retratadas y el ojo detrás del lente de la cámara. Un sello que el reportero gráfico se esforzó en lograr. 

Lula en la lente de Stuckert.

“Llevo 20 años trabajando con Lula”, explica Stuckert, sobre su recorrido desde el periodismo gráfico a la comunicación pública e institucional. “Trabajé con Lula los dos mandatos presidenciales, durante 8 años. Comenzamos en la campaña de 2002, cuando yo estaba haciendo una producción para la revista IstoÉ, en Brasilia”. Se trataba de seguir durante una semana a los cuatro principales candidatos: Anthony Garotinho, Ciro Gomes, José Serra y Lula. “En ese orden” señala.

Cuando fue publicado el segmento de Lula, recibió un llamado. Era Ricardo Kotscho, asesor de prensa del todavía candidato Da Silva. Lo convocaba a sumarse al equipo, oficialmente. “Yo no podía porque tenía un compromiso con la revista” explica. Ese compromiso se mantuvo durante el tramo eleccionario y le redituó la confianza de Lula, porque “tú eres un hombre de palabra” le dijeron. “No imaginaba lo importante que eso sería luego para mí”, añade. Se refiere a la responsabilidad y a la confianza que eso otorgó para crecer dentro del equipo que todavía hoy sigue los pasos de Lula da Silva.

“Lula es una persona distinta”, comparte el reportero gráfico. Así, cuando el ganador de las elecciones asumió su gobierno, Ricardo Stuckert comenzó su labor como fotógrafo oficial de la presidencia. Hoy "poco antes de su venir a la Argentina estuve con él -afirma-, estuvimos con jóvenes de 16 a 18 años, para hablar de las elecciones y del voto electrónico”, detalla. “Si Dios acompaña y los brasileños votan conscientes estaré cuatro años más con él para fotografiarlo en su nuevo mandato, como lo hice antes” se esperanza.

-A propósito de la intensa tarea que significa ser un fotógrafo presidencial, ¿cómo pudiste organizar tu tiempo para registrar las escenas de los indígenas Yanomami, a quienes había fotografiado en 1997?

-En aquel momento yo estaba en la revista Veja, y estábamos haciendo una edición especial sobre Amazonas: indígenas, agua, flora, vida silvestre. A mí me tocó registrar a los indígenas de la tribu Yanomami. Sus lugares de residencia se ubican en San Gabriel de Cachoeria, en la zona de Nazaré, al norte de Manaos. Allí tomé la fotografía que se convierte en emblema: el rostro de Penha Goés. A quien volví a fotografiar 17 años después. Allí comienzo el este recorrido plasmado en esta muestra.

-¿Fue fácil ubicarla?

-Hubo un trabajo de producción muy esforzado. Tardé un año. Por mi trabajo no tenía mucho tiempo, y además, no había formas directas de ubicarla, por eso hubo semanas de comunicación con quienes estaban cerca, que no tienen celular. No es inmediato. Así que después de un año, volví. Y el trabajo consistió en llegar desde Brasilia a Manaos, luego 3 horas en barco, y luego en carro para tomar otro barco después. Volver a estar con ellos, hacer el registro de Penha con su rostro adornado con su pintura ritual y sus grandes ojos mirando a cámara. Y cuando vuelvo, mirando el paisaje, pensando en las personas, en el barco, pienso: tengo que hacer un libro con esto.

-¿Todo el segundo tramo del registro fue en un solo viaje entonces?

-No, fueron varios. Pero en ese momento surgió la idea. Y Cristina –su esposa- que es del estado de Acre, frontera con Perú, conoce mucho la zona. “Te ayudo, yo voy a ser tu productora” me dijo. Y con ella fuimos armando cada viaje. La producción era de 20 a 30 días. Ella lo organizaba, gestionaba todo por radio, para que me estuvieran esperando y saber quiénes estaban esos días en la zona. Me iba los viernes de noche, llegaba a Manaos, tomaba un barco, luego el carro por dos o tres horas, y pasaba el día con la comunidad. Estaba una noche con ellos antes de hacer las fotografías. Después volvía a Brasilia o a San Pablo.

-¿Cómo elegían las fechas para el registro?

-Escogíamos los días especiales, teníamos la información de las fiestas, de las campañas, del trabajo de la comunidad como la recolección de mandioca, y a veces tomábamos contacto y tenía que esperar un mes, dos o tres meses, para ir. A veces un año. Muchas veces organizamos de un año al otro. Siempre respetando los tiempos de ellos y con cuidado por su organización.

-¿En qué consistía ese cuidado?

-Tenía que escuchar mucho y hablar poco. Porque la presencia de una persona que está con una cámara intimida. Una máquina fotográfica no es cualquier máquina. Me tomaba el tiempo de estar con ellos antes de hacer las fotos, para que ellos tengan la certeza de estar en un ámbito de confianza, para que tengan esa tranquilidad cuando fuéramos a hacer las fotos. Dios es muy sabio, nos dio dos oídos y una boca. Traté de respetar eso como concepto en la relación con ellos, y lo hago con todas las personas en general.

(Imagen: Ricardo Stuckert)

-Con ellos, el tiempo es particular porque no comparten el vértigo de nuestra cultura…

-En la floresta, en la Amazonia, el tiempo es el tiempo de ellos, de los indígenas que viven ahí. Nosotros como humanos no podemos controlar la naturaleza, ellos lo tienen claro. Por eso siempre se pide permiso. Cuando yo llegaba a la Amazonia siempre pedí permiso, para entrar a la selva, para relacionarme con ese espacio. Y aunque la foto no saliera bien, había estado con amigos, y por eso siempre agradecía haber estado ahí.

-¿Cuál es tu percepción sobre la población indígena del Brasil, en la actualidad?

-Con los indígenas en Brasil ocurre algo que indica muy bien el proceso al que fueron sometidos: en el 1500, cuando comienza la conquista y la colonización portuguesa, había 3 millones de indígenas. Hoy quedan 720.000. De los 230 millones de habitantes que tiene mi país, solo 720.000 son indígenas. Y las tierras de los indígenas son las mejores, eran las mejores. Lo que queda, hoy, son tierras de selva que conserva gran valor ambiental. Pero la gran mayoría se perdió por el complejo agropecuario o industrial.

-¿Creés que se puede revertir el proceso de aculturación al que los somete la civilización?

 

-Hay redes que pueden ayudar. Tenemos que cuidar el medioambiente y ellos son los que saben cómo hacerlo. Cuidar la tierra. Si no la cuidamos vamos a caer al círculo del deterioro. Hay 304 etnias en el Brasil. Ellos son los guardianes de la floresta. Son los guardianes del tiempo, guerreros de la selva, porque ya estaban ahí antes de la llegada de los portugueses. Por eso es importantes darles voz, para poder escuchar lo que tienen para decir. Tienen mucho para enseñarnos sobre el cuidado y la preservación del planeta. Por eso me pongo a disposición de esa enseñanza, desde mi pequeño lugar.