“Las máquinas escribirán mejor que la mayoría de los humanos”, dice Jorge Carrión. No hay mayor provocación que huir de ciertas zonas de confort del pensamiento y evitar caer en la trampa de una tecnofobia radical hacia los algoritmos. En un notable ejercicio de ficción especulativa, el escritor español imaginó en su última novela Membrana (Galaxia Gutenberg) el catálogo de la exposición permanente de un Museo del Siglo XXI escrito por una inteligencia artificial que puede asimilar a Walter Benjamin y devolverlo transfigurado en la frase: “Todo documento de catástrofe lo es también de progreso”. El escritor español, autor de Librerías Contra Amazon y Lo viral, entre otros ensayos, presentó la novela en la 46° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, donde también partició del Encuentro Internacional “Pensar el futuro de las librerías y museos”.

Escritura y pensamiento van de la mano en Carrión y se retroalimentan: no puede haber escritura sin la rueda continua de las ideas, como lo viene experimentando en novelas como Los muertos (2010), Los huérfanos (2014) y Los turistas (2015). El escritor español, que nació Tarragona en 1976 y vivió en Buenos Aires, Rosario y Chicago, es director del Máster en Creación Literaria de la UPF-BSM de Barcelona, colabora en varios medios como La Vanguardia, The New York Times o Publisher’s Weekly y es creador del podcast Solaris, ensayos sonoros. En la cronología del Museo del Siglo XXI de Membrana, Premio Internacional de Novela “Ciudad de Barbastro”, el consumo de carne cultivada supera por primera vez el de carne animal criada (2027); Marte deviene una colonia de la humanidad (2044), el movimiento Nueva Ecología reconoce una serie de atentados simultáneos en granjas de cerdos clonados de los cinco continentes (2058); se produce el primer divorcio entre un ser humano y un híbrido (2065); los gorilas y los chimpancés africanos son declarados, a todos los efectos legales, humanos: se prohíbe su cautividad y se les otorgan vastas extensiones de selvas, que pasan a ser de su propiedad (2067).

Algoritmo del futuro

-Hay escritores que plantean que los algoritmos no podrán reemplazar la escritura literaria porque les falta humor, ironía y emoción. ¿Qué opinás acerca de esta cuestión después de haber escrito “Membrana”? ¿Qué nivel de desarrollo tendrían que tener las inteligencias artificiales para que no se pueda distinguir la escritura “artificial” de la escritura literaria? ¿O la tecnología de la escritura guarda un resto inexpugnable, difícil de emular?

-Es asombroso el salto que existe entre el GPT-2 y el GPT-3. El nuevo programa de escritura es alucinante. No sólo genera líneas a partir de unas palabras iniciales introducidas por un humano, también es capaz de crear argumentos o escribir textos a través de instrucciones. Le dices que escriba la biografía de Borges en 30 líneas y lo hace sin copiar de Wikipedia. Dentro de ochenta años, que es cuando está ambientada Membrana, no hay duda que las máquinas escribirán mejor que la mayoría de los humanos. Tal vez no mejor que algunos. ¿Habrá dos mercados simultáneos, económicos y simbólicos, como ocurre ahora como el ajedrez o el go o la ilustración, manual o digital? En cualquier caso, yo escribí en primera persona como si fuera un algoritmo del futuro que sí ha conquistado el humor y la excelencia. Pero a su modo, que no es humano.

-¿Por qué la primera persona del plural es un lugar de enunciación “muy desconcertante”?

-Así surgió esa voz: en primera persona del plural, femenina, desde el año 2100. Seguí el hilo y llegué a la abuelas, las antepasadas, las madres, las madrastras. Pero es una voz post-género, porque la inteligencia artificial de Membrana no tiene cuerpo ni sexo, es pura matemática que fluye en la red de redes.

-En “Membrana” hay un homenaje a “Solaris” y una reivindicación de Stanislaw Lem. ¿Qué potencia encontrás en la literatura de Lem?

-Yo creo que Stanislaw Lem y Ursula K. LeGuin son los dos grandes maestros de la ciencia ficción del siglo XX. Borges podría ser un vértice de ese triángulo, en el género del cuento. Mi podcast “Solaris, ensayos sonoros” remite a su curiosidad, su voluntad de unir las letras, las ciencias y las tecnologías, y a su gran obra maestra, que reivindica tanto la exploración como la biblioteca (hay una en la base del planeta, y los personajes se pasan en ella muchas horas). Yo creo que Membrana es una novela que ensaya una perspectiva no humana, como si Solaris hubiera sido narrada por el propio planeta Solaris. Es una suerte de ficción inversa.

-“Lo humano siempre fue deseo de lejanía, atracción obsesiva por la distancia para tratar de anularla”, se afirma en “Membrana”. ¿De qué modo las nuevas tecnologías impactan en la definición de lo humano? ¿Qué tensiones ponen de manifiesto?

-Muchas, múltiples. La escritura nació como una forma del registro, de la contabilidad, en la antigua Mesopotamia. La biblioteca y el resto de archivos no hicieron más que ordenar, sistematizar esos registros, son la semilla de la informática. Desde la Antigüedad no hemos dejado de externalizar la memoria, hasta llegar a la Nube actual, esa metáfora fascinante, gaseosa, de una realidad que es súper-matérica, la de los macroservidores. No hemos dejado, por extensión, de pensarnos en relación con herramientas, con dispositivos. Lo humano es tecnohumano desde siempre.

-“El mundo se vuelve cada día más ecocida, más ciencia ficción, nosotras nos entendemos: más tremendo”, se dice en la novela. ¿Estás de acuerdo con el diagnóstico que trazan las narradoras? ¿O copiaron la exageración apocalíptica humana?

-Son unas narradoras bastante tramposas. Como todos los que han ganado una guerra, cuentan la versión que más les interesa. Pero es cierto que se puede ver la historia de la humanidad en términos de conquista del medio, de ecocidio, de camino inexorable hacia el Antropoceno. ¿Cómo podemos solucionar la crisis climática? Ellas dicen que el único modo es recurrir a la inteligencia artificial, transferirles la gestión, el control del mundo. Yo intuyo que sería más sensato avanzar hacia formas del biocentrismo.

El auge de la ultraderecha

-En la cronología del Museo del Siglo XXI se mencionan algunos acontecimientos como que el Partido Hitleriano gana por mayoría absoluta las elecciones en Alemania. Vox es el único partido que crece en España; en Francia la derecha también se consolidó como alternativa, aunque no haya ganado. Un fantasma vuelve a recorrer Europa y no es el fantasma del comunismo como había escrito Marx. ¿Por qué crecen las extremas derechas en el mundo y qué papel tienen las tecnologías en este crecimiento?

-Hay un alto grado de responsabilidad de las grandes redes sociales, sobre todo de Facebook y YouTube, en el auge de la ultraderecha, de la posverdad, de las teorías de la conspiración, en todo el mundo. Se ha podido ver especialmente durante la pandemia, porque los bulos fueron particularmente grotescos durante ciertos meses, pienso en la lejía como remedio contra el COVID, pero en realidad el fenómeno dura ya quince años. Bolsonaro, Trump, Bukele o Abascal son figuras moldeadas por internet. Con consecuencias nefastas: si Estados Unidos anula la opción legal al aborto es por culpa de la presidencia de Donald Trump y, por tanto, de la arquitectura nefasta de Facebook.

-Una obra de Tomás Saraceno ilustra la tapa de la novela, pero también aparece mencionada como la “abuela Saraceno” con su colonia de arañas en uno de los capítulos. Los artistas parecen estar más acostumbrados a trabajar en redes que los escritores, ¿no?

-El arte contemporáneo es siempre vanguardia, es decir, una zona del futuro que se instala en el presente. Saraceno y otros artistas, en efecto, trabajan lo relacional y la cooperación con otras especies desde hace tiempo, antes de que encontremos esos diálogos en la literatura. Pero quizá se trate también de una cuestión de mirada. Se habla mucho de la escritura como una práctica solitaria, profundamente individual, pero en realidad todos los textos dialogan con otros, los escritores estamos conversando continuamente con otros, vivos y muertos. Y la escritura es casi siempre el resultado de una cooperación con algoritmos, como el de Google o los de los procesadores de texto y sus correctores. La literatura está atravesada por muchas tecnologías, empezando por las de la propia escritura y el libro.

-Aparece muy repetida “al fin sin dudas ni deudas”, expresión con que cierra “Membrana” ¿Cómo trabajaste el lenguaje de la novela?

-Ellas me dictaron un ritmo mental, que se traduce en una gramática, una semántica, una sintaxis propias. Algunas de las expresiones que repiten, como en un himno, provienen de mis años en Argentina. “Por las dudas y por las deudas” nace de la expresión vuestra “por las dudas”, también uso bastante el prefijo “contra” o “recontra”, que es muy vuestro. Se trataba de crear una neolengua, entre la literatura y el código, entre la novela y la escritura no humana.

El camino de Borges

-¿Qué importancia tiene la ficción especulativa para pensar la literatura del siglo XXI?

 

-A mí es la que más me interesa. Tejer la oscuridad, de Emiliano Monge, Exhalación, de Ted Chiang, o Seguir con el problema, de Donna Haraway, son algunas de las lecturas que más me han impresionado en los últimos años. O series como Black Mirror o Severance también están entre mis favoritas. El ensayo no sólo ensaya, experimenta, con la no ficción, también se ensancha hacia la ficción, siguiendo el camino de Borges. Y la novela hace el camino inverso. En Los muertos imaginé una novela que en verdad era una serie de televisión, o viceversa, en Membrana la forma es la del catálogo de la exposición del siglo XXI, pero en ambos casos esas formas no son más que ámbitos en los que mezclar la crónica, el ensayo en la ficción. De eso se trata.