Diez minutos antes de llegar en tren a La Plata, pasando la estación de Gonnet, aparece sobre el paso a nivel de la calle 512 una brocha que la mayoría de los pasajeros advierte sin problemas: es Rocambole en un mural de principios de siglo XX, aún de pie dos décadas después.

La intervención urbana, a su modo, también nos avisa que estamos entrando al cuadrado de esa ciudad creada a diseño, pero diseñada por otros. Conocida como “La libertad de prensa”, la composición artística del Mono Cohen (que hoy jueves cumple 79 campantes años) se la reparten cuatro protagonistas: un canillita, un trajeado que parece ser un periodista, un fotógrafo ajustando el lente y un cuarto, en el fondo, de cueros y sopleteando una cadena.

Rocambole intervino esa pared con uno de sus leitmotivs más conocidos, el esclavo y las cadenas, que en esos tempranos 2000 también había replicado en la gráfica promocional de los dos shows que Los Redonditos de Ricota dieron en estadio de River, 15 y 16 de abril de aquel año.

Al Mono lo convocaron del municipio platense y aceptó. El resultado es la obra pública más perenne del artista que tiene discrepancias con esa “palabrita” (como él la define) y, además, creó un estilo casi sin proponérselo. Un estilo popular, por cierto. Del disco al muro, un auténtico Rocambole perdura en su pintura de Gonnet.

Más allá de los diseños para la portada y el interior de los distintos álbumes de Los Redondos, lo más cerca que el Mono Cohen había experimentado del muralismo eran los telones escenográficos que hacía para la banda en función del concepto artístico de cada disco.

“El mural de Gonnet lo hice hace veinte años en compañía de mi amigo el Gallego Aguirre y la profesora Cristina Terzaghi, compañera de Bellas Artes, a la altura de la barrera ferroviaria”, recuerda. “De todo, lo que más me sorprende es su extraordinaria permanencia. Es que la mayoría de los murales pintados duran pocos años, la pintura se resquebraja, se cae. Pero ese, milagrosamente, todavía está. Se ve que debimos haber preparado muy bien la base. Si no, no me explico cómo dura tanto”, teoriza.

Por esos tiempos, Rocambole estaba preparándose en simultáneo para una muestra personal en el Palais de Glace. A su stock de obras pensaba complementarlas con cuadros hechos para la ocasión. Una noche, entonces, hizo lo que muchas otras veces: fondear bastidores con un mismo color. Pero a la mañana siguiente se encontró con unas líneas que “parecían hechas con una pintura brillante, algo similar al barniz”, explica. Eran —lo supo después— las mucosidades de una pareja de babosas que recorrió en la oscuridad el cuadro que Cohen había puesto a secar en su patio. “Cuando vi las formas, me entusiasmé. Así que empecé a seguir sus recorridos con el pincel y así quedaron cuadros que me satisficieron mucho. Algunos incluso se hicieron muy conocidos y aún los conservo”.

“Tendría que haberlas hecho firmar el cuadro, porque la realidad es que lo hicimos en conjunto”, se ríe el Mono, sabiendo que algo de cierto tiene eso sobre lo que bromea. Habla de las babosas, claro, como haría cualquiera capaz de convertir en arte la baba de un univalvo (en su caso, además, de la de dos).

Pero ni siquiera había sido la primera vez que Rocambole compuso una obra con otro ser no-humano. Más de diez años antes de aquello, mientras levantaba unas chapas en el techo de su vivienda (una típica casa chorizo del viejo La Plata “con sus lógicos problemas de goteras”), se encontró con un gato muerto. Aunque “perfectamente” momificado. “Estaba seco como un cartón y conservaba todas sus formas. Probablemente habría comido alguna rata envenenada, o veneno para ratas, y eso habrá hecho, en combinación con el sol, que se momificara a la perfección”, supone.

“Eso, algún día, me va a servir”, pensó el Mono. Así que simplemente lo juntó y lo guardó, sin tener en claro cuál podría ser el destino de semejante conserva. Hasta que fue un diario el que le reveló su uso: “Estaba dibujando a unos jubilados y una noticia justo decía que habían visto a algunos de los que hacían una sentada en la plaza Lavalle, frente a Tribunales, con una olla popular en la que comían gatos. Recordé que tenía guardado al mío, entonces lo apliqué directamente en el cuadro: lo pegué con Poxipol”.

El resultado de todo eso fue la tapa de “La mosca y la sopa”, quinto disco de estudio de Los Redondos y el que aceleraría su masividad durante el inicio de la década del ’90. Pero la principal sorpresa para Rocambole no fue el éxito de la banda, sino el de Damien Hirst, considerado hoy el artista británico vivo más rico. “Se hizo famoso utilizando animales embalsamados, al punto que su obra más conocida es un tiburón en formol que logró vender en casi diez millones de euros unos quince años después que yo empleara el gato”, apunta el Mono. Curiosamente, el comprador fue un magnate estadounidense con su mismo apellido: Steven Cohen.