En esta extraña novela, detrás de la temática manifiesta de la transmigración de almas, se pone en juego una experiencia giratoria del extrañamiento a escala cosmológica, lo que concierne a ese mundo ruralizado entre pueblo, vacaciones, tedio, maridos ausentes por cuestiones laborales, vida burguesa, lugares comunes del alma femenina y campo intoxicante.

Omar y los otros hombres son las sombras silentes y tal vez abusivas de lo que amenaza por distante y ajeno, los hombres tóxicos también.

Las polifonías que adoptan las voces gramaticales y la circulación formal entre personajes, monólogo interior, narrador omnisciente y prosecución de la acción literaria, y en los sucesivos cambios de la voz del narrador, hacen recordar los antecedentes contemporáneos y dispersos de Las olas de Virginia Woolf y Finnegans Wake de Joyce.

¿Qué es lo que gira incesantemente en “Distancia de rescate”? Permutaciones de las almas en los cuerpos que suponen una lógica infinita y aterrorizante, un suspense por momentos trémulo y dinámico. No sólo las voces narrativas se utilizan como elemento tanto de estructura como expresivo, sino en sus propias --ajenas-- almas.

Una trasposición desde el símbolo de los caballos hacia la humanidad encarnada en esos niños protagónicos: David y Nina, como en las iconografías de los films de Tarkovsky, Solaris y Andrei Rubliov. Y junto con ellos, otros símbolos de lo siniestro palpitante: gusanos, arvejas, los patos, los perros y los caballos que caen “como fulminados”, y que ÉL, David, el niño transfigurado, entierra. ¿Pero, se trata de un niño?

Quien se encuentra en la casa verde no es una adivina, más bien un médium que interpela:

“...el caballo ya está muerto”, dijo la mujer... dijo que a David le quedaban todavía algunas horas, quizá un día, pero que pronto necesitaría asistencia respiratoria. “Es una intoxicación”, dijo... si mandamos a tiempo el espíritu de David a otro cuerpo, entonces parte de la intoxicación se iba con él. Dividida en dos cuerpos había chances de superarla...”

Esta serie de desajustes opresivos parecen a su vez cierres de las zonas erógenas, en una comunión hacia el destino trágico. Un desamparo que encarna y encapsula la psicosis capitalista. 

No es sólo el agrotóxico, acechando para robarse las vidas infantiles, haciendo interminable las penurias de la vida, sino eso externo no reconocido que a partir de allí determina las vidas, las corrompe como sustancia indigerible, las enferma estructuralmente.

Huérfanos

Aquí, la novela, sutilmente, desliza hacia la problemática de la relación entre madres e hijos, y del reconocimiento problemático en esta función. Se trata sin más del rechazo materno, eso que en la psicopatología psicoanalítica se conoce como psicosis puerperal, universo de las mujeres acerca de la maternidad en ciernes. Eso es lo que constituye ese cuadrado dialéctico conformado por Amanda y su hija Nina, y Carla y su hijo David. Relaciones confrontadas y finalmente espejadas en el destino trágico del abandono. La pequeña --Nina-- queda atrapada en el cuerpo inerme de David sin chances de ser reconocida, definitivamente abandonada, encerrada en la cápsula autista de un cuerpo ajeno, amordazada, sola para siempre.

Eso adopta la dimensión de la cosa indigerible, una proyección retaliada de rechazo originario.

De este modo, la distancia de rescate entre madres e hijos, ese “hilo” conductor tanto del relato como de los cuidados maternales, se vuelve identidad con el rechazo: ineficiente, en ciernes, amenazado, fugaz, irreversible. Lo no reconocido de la vida es la niñez y el lugar de un hijo en el devenir de las generaciones.

A partir de allí, estos niños idiotas, como el caso de David después de la ceremonia de iniciación en la transmigración, será el signo de un rechazo primordial a partir del cual el cosmos mismo ira a desmoronarse.

Lo espeluznante inminente

Se urden elementos propios del suspenso, la trama se abre a lo indecible de los indicios de lo criminal siempre en ciernes: padres ausentes, rechazo materno, pueblo amenazante, paisaje que se transfigura hasta hacerse inhóspito, el campo silente y mortífero. Finalmente, abandonar, matar el producto, matar los hijos, arrasar lo conocido, sea esto del orden de la naturaleza, las filiaciones, las leyes de parentesco o la patria.

El tema incipiente e insistente en esta "distancia de rescate" --de las madres a sus hijos, de Amanda a Nina--, donde bajo la fórmula funcional y literaria de la transmigración de almas y del extrañamiento da paso al rechazo sin más, seco, y a la usurpación de los cuerpos, concluye en una lógica de lo ajeno, no reconocido, huérfano hasta lo insoportable.
Finalmente acontece la escena temida, como en lo buenos thrillers, una variante del suspenso y el terror, lo espeluznante inminente: se develan los signos mínimos y confluyen hacia su explosión y su revelación: "gusanos, manchas en la piel, latas de arvejas que no darían a comer a sus familias”. Tomando estos indicios la textura material y lingüística del objeto rechazado, avanzando hacia su desenlace: gusanos, manchas en la piel del niño, comisuras de labios intervenidas, finalmente la humanidad misma encarnada en el cuerpo de la niñez.

En “Distancia de rescate” todo es diáspora y aniquilación:

“...solo entonces mi marido enciende el motor, baja la lomada y toma el camino de ripio. Siente que ya perdió demasiado tiempo... No mira hacia atrás. No ve los campos de soja, los riachuelos entretejiendo las tierras secas, los kilómetros de campo abierto sin ganado, las villas y las fábricas, llegando a la ciudad... no ve lo importante, el hilo finalmente suelto, como una mecha encendida en algún lugar...”

Versiones yuxtapuestas y posibles variaciones de la disputa entre civilización y barbarie impuesta por la ilustración. Facundo y Sarmiento migrando e intercambiándose siniestramente cuerpo y alma. Facundo dejando de ser el bárbaro, el extranjero, y Sarmiento volviéndose el bárbaro. O todos nosotros, a partir de allí, nuestras vidas burguesas, solapadas y confortables, siendo el ajeno y extranjero.

La estela del gran escrito de Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, emerge echando luces sobre los efectos devastadores de la verdad material.

"Podría ser lindo...", si no fuera por lo inasimilable. Lo ajeno y lo inasimilable entre madres e hijos, la madre que finalmente no contiene, variantes literarias del modo en que se replica a escala industrial el drama fraticida de Abel y Caín, el drama subyacente de una nación o una región en la que la estela de lo desaparecido se funde a las masivas carnicerías silenciosas por la mano de la civilización.

Cristian Rodríguez es miembro del Espacio Psicoanalítico Contemporáneo (EPC) y Le institute Gérard Haddad de París (L’IGH).