Entre el 26 y el 28 de junio, en la bonita Elmau (Baviera), se reunirán los mandatarios del G7, el grupo de los siete países autoelegidos más poderosos, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Japón, para decidir los destinos del mundo en los próximos meses. El encuentro es precedido por reuniones de ministros, que allanan la tarea de las decisiones. Así, el 19 y 20 de mayo se reunieron en Bonn los ministros de Finanzas acompañados por las cabezas del FMI, del Banco Mundial, de la OCDE y del Comité de Estabilización financiera.

Preocupados por la situación de Ucrania, la galopante inflación en alimentos y energía, las criptomonedas y la Covid-19, no pudieron soslayar la crisis internacional de la deuda, que afecta, entre otros países, a la Argentina. En realidad, varias paradojas sobrevolaron las discusiones en esta cuestión. El Ministro de Finanzas alemán, el neoliberal Christian Lindner, disparó la discusión con un Tweet oficial en el que dijo que "tendremos en vista el alto endeudamiento de los países de bajos ingresos. Es un riesgo para la seguridad alimentaria, la estabilidad política, pero también para la estabilidad financiera. Debemos actuar antes de que estalle una crisis". 

En el punto 29 del comunicado final de la cumbre se entiende, sin embargo, que la crisis ya estalló: "dado el deterioro y gran desafío que representan las deudas de varios países en desarrollo y emergente, con más del 60 por ciento de los países de bajos ingresos en riesgo o alto riesgo, reconocemos la urgencia de implementar instrumentos multilaterales para la reestructuración de deudas".

Endeudados

El informe Global Sovereign Debt Monitor muestra que 135 de los 148 países del mal llamado "sur global" están críticamente endeudados, y 39 de ellos lo están en estado muy crítico. El reconocimiento de la grave situación por parte de los ministros del G7, sin embargo, no los conduce a sacar las consecuencias adecuadas. 

Aunque el comunicado llama al desarrollo de nuevos instrumentos, remite sólo a "la exitosa implementación del Common Framework for Debt Treatments del G20", una prorroga precaria de los créditos oficiales a los países más pobres durante la pandemia, pero que dejó fuera a los países de ingresos medios, que son potencialmente más peligrosos para la estabilidad financiera global, y del que no participaron los acreedores privados, a quienes se invitó sin éxito. 

Durante la pandemia, en consecuencia, el número de países en crisis se incrementó en un tercio. No hay en el comunicado más que una apelación genérica sin propuestas concretas. La decepción es grande, pues en la previa se había especulado con el lanzamiento de una moratoria amplia.

A pesar de que la iniciativa del Common Framework fue muy limitada y los gobiernos del G7 ni siquiera pudieron obligar a sus bancos a incorporarse, el comunicado responsabiliza a China por la falta de avances, remitiendo a un supuesto carácter no cooperativo. Aun si la conducta de China no fuese la adecuada, es difícil pensar que la falta de voluntad de los gobiernos del G7 para adoptar medidas serias y obligar a los acreedores privados a cooperar no forma parte del problema. 

El mismo comunicado provee un ejemplo de manual: cita el colapso de Sri Lanka y exige que los acreedores oficiales no pertenecientes al Club de París (léase China) participen de una reestructuración de la deuda con quita, pero los acreedores privados no son llamados a involucrarse, a pesar de que poseen el 46 por ciento de las acreencias.

Otro aspecto llamativo es el último punto del comunicado. En nombre de la transparencia necesaria para garantizar evaluaciones de la sostenibilidad de la deuda, y "dada la limitada capacidad de los países prestatarios para reunir y comunicar datos exactos sobre la deuda, instamos a todos los países acreedores del G-20 y del Club de París a que intervengan y compartan sus datos sobre préstamos con el FMI y el Banco Mundial para ayudar a los países prestatarios a obtener datos exactos mediante la conciliación de los datos sobre la deuda".

¿Se trata efectivamente de ayudar a los países deudores a calcular cuánto deben o simplemente se anuncia el envío de la factura con los números de los acreedores, incluyendo (explícitamente) a los acreedores privados, entre los que se cuentan bancos, bancos sombra y fondos buitre? La larga historia de la deuda externa, de la que Argentina conoce varios capítulos, incitan a poner un sano margen de duda sobre tal samaritana propuesta.

Reacciones

El encuentro de ministros no fue estudiado de cerca por organizaciones de la sociedad civil europeas más que de costado. Solamente erlassjahr.de, una organización dedicada al seguimiento de la cuestión de la deuda en los países subdesarrollados no pertenecientes a la OCDE y cuyo lema es "el desarrollo necesita del desendeudamiento" siguió atentamente el encuentro con varias actividades. 

Una encendida conferencia virtual reunió a expertos como Patricia Miranda (LATINDADD), Marcello Estevão (Banco Mundial), Walton Webson (AOSIS) y a James Thuo Gathii (African Sovereign Debt Justice Network). La conferencia de prensa expuso una visión alternativa a la de las instituciones internacionales, insistiendo en la necesidad de una reestructuración justa de las deudas incluyendo también a los países de ingresos medios, una ley de insolvencia para los Estados que respete las condiciones de vida y los derechos humanos y la necesidad de regular a los acreedores privados.

La frutilla del postre, sin embargo, fue una manifestación en la plaza principal de Bonn, en la que se construyó una montaña de deuda, a cuyo pie se realizó un simbólico entierro de la agenda 2030 para el desarrollo sustentable, imposible sin un desendeudamiento global. La performance llamó tanto la atención, que el propio Ministro de Finanzas alemán, Christian Lindner, se acercó espontáneamente a debatir con los manifestantes. Aunque su conclusión fue que las diferencias con los protestones no eran tan grandes, el resultado de la cumbre muestra lo contrario. Así lo entendió también la ONG con un duro comunicado de prensa en el que se cuestiona el documento de la cumbre en términos muy parecidos a los de esta nota.

El tema reviste de importancia mayúscula para Argentina, condicionada por una deuda impagable cuya renegociación parece haber quedado muy corta luego de los "reajustes de mercado" posteriores al estallido de la guerra de Ucrania. Siendo uno de los países relevantes en el escenario de una crisis global de la deuda, Argentina quedó fuera de las normativas que pretendieron aligerar algo el lastre de los deudores. Pero también fue un ejemplo de la falta de transparencia del sistema actual, así como las dificultas para regular y disciplinar internacionalmente a los acreedores privados. 

Pero lo peor puede estar por venir. El propio Lindner, en la conferencia de prensa de cierre de la cumbre, abogó por el retorno a una política centrada en la oferta, a la austeridad fiscal y a mayor dureza monetaria para quebrar la inercia inflacionaria, como si la falta de gas moscovita y de trigo ucraniano fuesen fenómenos monetarios. Un escenario así haría saltar las tasas de interés internacionales, quebraría definitivamente las bases del acuerdo argentino con el FMI y podría ser eventualmente explosivo. La crisis de la deuda de 1982 es, en esa perspectiva, una experiencia ineludible.

Lindner y sus compinches del G7 parecen no recordar otro antecedente histórico, el Acuerdo de Londres, del que pronto se cumplen 70 años. En él se renegoció la deuda externa alemana con la quita más grande de la historia. Solo luego de esa reestructuración le fue posible a Alemania convertirse nuevamente en una potencia económica y, a fuerza de grandes superavits en su cuenta corriente, también un gran acreedor. Desde entonces, el país dejó de creer en milagros y jubileos, como tristemente lo notó no hace mucho Grecia, otrora acreedor magnánimo del Acuerdo de Londres.

*Profesor de la UBA e investigador del Conicet.