Estoy sentado frente a la ventana de mi bar favorito. Charlo con Osvaldo, el mozo, al que busco cuando necesito distenderme y charlar tranquilo sobre el fútbol o la vida.

Hablamos de Rubén Insúa, el nuevo técnico con el que San Lorenzo busca dejar las sombras. Osvaldo está entusiasmado:

–¡Una gloria del club, jefe! Llega con el apoyo de todos, la hinchada está con él porque lo admiramos como jugador. También nos hizo ganar un par de campeonatos y hasta una Copa Sudamericana como técnico. Yo siempre digo que los mejores son los que llevan la camiseta del club en el alma, y el Gallego Insúa la lleva. Ustedes, con el Muñeco Gallardo, se cansaron de ganar y siguen de racha.

Lo contradigo un poco para que engrane y le digo:

–Sí, puede ser, pero no se olvide de que con JJ López que también era del club, nos fuimos al descenso.

–Ahí le salió la gallina. JJ López además jugó en Boca, y esa impronta nunca se la pudo sacar de encima. Le recuerdo que luego tuvieron a Almeyda, que también era nacido y criado en River, y los llevó de vuelta a la Primera en menos de un año.

Estoy por contestarle cuando un grito y una mano en el hombro me interrumpe:

–“Hugooo, Huguito querido, ¿te acordás de mí? –pregunta una voz a mis espaldas.

Me doy vuelta un poco sobresaltado y encuentro una cara conocida, pero no logro ubicar de dónde.

–Ah, sísí, dudo. Tu hijo, de chico, jugaba al básquet con el mío, ¿no?

–Pero claro hombre, soy Eduardo, el papá de Facu, ¿te acordás ahora? ¿Como andás Huguito? Qué alegría verte, che, estás igualito. Y mirá que hace muchos años que no nos vemos. Sé que seguís en PáginaI12 porque de vez en cuando te leo. Esas “Cartas del Capitán” que escribís son una locura, hermano. Me hacen llorar, te lo juro. Qué tipazo tu viejo, ¿eh? Cómo me hubiera gustado conocerlo, ojalá hubiera más militares como él y no habríamos pasado esos años tan de mierda de la dictadura.

Eduardo está tan embalado que no me atrevo a interrumpirlo. Así que sigue con su monólogo.

–¿Y tu pibe cómo anda, cómo era que se llamaba? Joaquín, eso, Joaco. ¡Qué capo tu pibe! Jugaba bien, me acuerdo, aunque ese técnico que teníamos era muy arbitrario. Al único que ponía siempre en el equipo era al hijo de él. Los demás, culo en el banco casi todo el partido. Igual eran lindos esos sábados, che. ¿Y Joaquín qué hace, labura, estudia, qué onda?

Le digo que se recibió ya hace unos años y que está trabajando.

–Tenés suerte. Mi Facu anda medio a los tumbos todavía. Yo le digo que se vaya de este país de mierda, que los jóvenes no tienen acá ninguna posibilidad, que no hay futuro ni hay un carajo. Que si quiere progresar se tiene que rajar. ¿Vos no le decís lo mismo al Joaco?

–Y no, la verdad que no, yo no coincido con eso. De última él decidirá qué hacer, pero yo no lo impulso para que se vaya. A lo sumo podrá irse para hacer algún Master, o esas cosas que ahora son tan necesarias para poder conseguir buenos laburos. Pero nada más.

–Te cuento: el Facu ya probó. Hace cuatro años se fue a Barcelona y estuvo uno y medio viviendo allá. Se tuvo que venir porque su mamá, mi ex, lo necesitaba acá.

–¿Y le iba bien allá? –le pregunto ya casi sin interés en seguirle la conversación.

No, qué le iba a ir bien. Le iba como el culo. Laburaba en una tienda de lunes a sábado nueve horas y ganaba 800 euros. Tenía que compartir piso con cuatro más: otro argentino, un paragua y un bolita. Todos sudacas, ¿viste? No sabés cómo los discriminaban. Además, obvio, yo le tenía que girar guita todos los meses.

–Pero entonces por qué insistís con que se vaya, no te entiendo Eduardo –lo interrumpo porque ya el asombro no me cabe en el cuerpo.

–¿Cómo por qué? Mirá, yo lo voté a Alfonsín, a Menem, a De la Rúa, a Néstor y la primera vez a Cristina. La segunda no, porque tenía laburo pero no paraba de pagar impuestos. Yo tengo una empresita constructora, y acá no podés tomar gente porque nadie quiere laburar. La tuya es más fácil porque con los medios los políticos no se meten. Después le aposté a Macri, y peor. Un desastre. Tuve que despedir gente y todavía tengo varios juicios laborales abiertos. Yo sé que vos sos medio peronista o medio zurdo, nunca lo tuve muy claro, pero te cuento que la última vez lo voté a Alberto. Y ya ves, todo mal de nuevo.

Ya me estoy enojando, así que lo freno de mala manera.

–Mirá hermano, qué decirte, hubo cuatro años de desastre macrista que vos mismo reconocés, y después vino la pandemia. Tenelo en cuenta para tu análisis. La cosa de a poco mejora y vale la pena seguir remando. Siempre que llovió paró, como decía mi abuela. Además, tu pibe se fue a Europa y me acabás de decir que la pasó muy mal. Ahora lo único que falta es que me digas que si se presenta Macri lo votarías de nuevo y cartón lleno.

Pero no, querido, no. ¿O me viste cara de boludo? Ese ya me cagó una vez, y es cierto lo que decís: la cosa está repuntando. De a poco pero repunta. Lo noto porque me está cayendo más laburo en la empresita. Pero hay que ir por otro lado, viejo, me parece que le voy a poner el votito a Milei. Ya sé que no te debe gustar, pero a vos no te voy a mentir porque sos mi ídolo. Seguí escribiendo, campeón, que esas Cartas del Capitán son una lección de vida, che. Chau Huguito, chau, qué alegría verte. Y saludos a Joaco, a ver si una noche nos juntamos a cenar con los pibes. Tenemos que aprender a escucharlos a ellos hermano, porque nosotros ya estamos de vuelta.

Osvaldo me está esperando para retomar la charla, pero ya no tengo ganas de hablar con nadie, Eduardo me arruinó el día. Le pago y me voy: chau Osvaldo, y ¡suerte con Insúa!

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