“El 5 de junio Israel empezó a meter miedo por las radios diciendo que los ejércitos árabes atacaban por cinco fronteras, y que salía a defenderse, pero era todo lo contrario: bombardearon todos los aeropuertos militares de El Cairo y estaba todo listo para invadir hacia Cisjordania y Siria, los árabes no estaban preparados y por eso fueron derrotados. Israel se expandió en seis días, duplicando su territorio”. Así explicaría a un estudiante de secundaria la Guerra de los Seis Días el veterano Simón Blanco, a 50 años del inicio de aquella campaña bélica de la que participó cuando tenía 21 años. “Desde entonces las poblaciones de esas tierras repelen al invasor y quiere echarlo, desesperados porque fracasan los foros diplomáticos salen a matar con cuchillos, los llaman terroristas, no pueden soportar las humillaciones cotidianas para ir a trabajar, estudiar o ir a un hospital. Las parturientas mueren sin poder pasar los checkpoints, todo eso empezó hace un lustro”, completa Blanco en diálogo con PáginaI12.

“En aquella época estaba ganado a la idea del sionismo socialista, una agrupación donde militábamos acá en Argentina desde los diez. A los 20 años el destino era ir al kibutz, a trabajar la tierra y ser agricultores, algo muy idealista. Era una traspolación a otro territorio para lograr el socialismo y desvincularse de las luchas obreras y populares en Argentina. Tenía que dejar los estudios universitarios para convertirme en agricultor. Todo eso se dio de patadas, me di cuenta que era un ser urbano, y que mi patria era la Argentina”, resume este arquitecto, que ya está jubilado, vive en Almagro y ahora se dedica a cuidar a sus nietos. En los últimos años trabajó para el Estado fiscalizando cooperativas de trabajo y milita en el Llamamiento Argentino Judío que dirige Jorge Elbaum y en la agrupación socialista Vorwärts. 

–¿Qué efecto tuvo en usted la Guerra de los Seis Días?

–Fue un quiebre, una bisagra. Fue una situación límite de angustia y paranoia, y ahí se me empezaron a juntar un montón de fichas. Había tenido contacto ya con socialistas argentinos que me habían dicho que no vaya a Israel. Una vez allá en una comuna como el kibutz, un dos por ciento de la población, me di cuenta que no podía ser que una célula convirtiera al país en socialista. Además cuando llegué me hicieron sentir como gringo, a pesar de que soy judío. La cuestión nacional me quiebra, a pesar de que la mayoría de mi grupo se quedó yo decidí volver luego de la guerra, quedé bajo bandera pero desmovilizado.

–¿Qué recuerda de esa experiencia?

–Allá es obligatorio el servicio militar, era enero de 1967 y yo tenía 21 años. Nos pusieron en un regimiento especial para gente del kibutz, y nos dejaron en la retaguardia. Mi compañía fue enviada a los Altos del Golán, pero eran dinamiteros, no llegaron a entrar. Sergio Musikant, que es de Córdoba pero ahora vive acá y es vecino mío, me contó que ellos plantaron minas antitanque en la zona de la parte baja del Golán, por si los tanques sirios avanzaban pero como la guerra terminó muy rápido tuvieron que desmontarla rápidamente. Por mi miopía podía pedir el traspaso a un regimiento de menos riesgo, ya no tenía ganas de seguir haciendo méritos en el Ejército, y en lugar de ser oficial o paracaidista fui a dinamiteros. Un compañero pasó a la Infantería Motorizada, Aldo Grischener, y falleció en la guerra de 1973 del IomKipur en el Sinai. 

–Hace veinte años conversamos sobre dos episodios que lo impactaron. ¿Siguen siendo los mismos hechos?

–Sí, así es. La ciudad vieja de Jerusalén se tomó por asalto a bayoneta calada, y uno de los veteranos de la guerra me mencionó que para ellos fue tan cruento y traumático ese episodio a punto tal que decía que ese esfuerzo y el derramamiento de sangre había sido en vano. Sus palabras fueron ‘después de haber visto morir así a mis amigos si tengo que devolver Jerusalén para que no haya más guerra la devuelvo’. No lo olvidaré jamás, era un paracaidista. De regreso al kibutz, además, un soldado israelí se jactaba de haberle cortado las orejas a los merodeadores guerrilleros que habían matado, y a mí se me aparecía la Patagonia trágica en la mente, o a los soldados que traían las orejas de los aborígenes en la conquista del Desierto, que les pagaban un plus. En todos los casos se jactaban de que eran cosas, y no personas los asesinados.

–¿Al principio pensó que era una guerra justa?

–En ese momento nos lavaron el cerebro, hubo 30 días de alarma para defendernos de un supuesto ataque. Fue una maniobra para encubrir una guerra de anexión, estaba todo planificado, y en seis días se tomó el doble del territorio que tenía Israel, hasta la línea verde. Moshe Dayan y Golda Meir fueron sus protagonistas y mentores, para tomar el Golán por sus suelos fértiles, ahí hoy se produce vino, hay pistas de nieve, toda la zona riquísima del río Jordán donde instalan sus industrias. Y sigue el mito de que eso perteneció a Israel desde siempre, hubo cambios radicales justamente desde aquel 1967. El status de los palestinos y de los sirios en esa zona está en un limbo, a pesar de que en los ‘80 Israel anexó la ciudad vieja de Jerusalén y las alturas del Golán, pero Cisjordania y Gaza no están anexadas. No se animaron a anexarlos frente a la repulsa internacional que causó la guerra y la anexión. Las resoluciones 242 y 338 de Naciones Unidas del ‘67 obligaron a Israel a retirarse incondicionalmente a la línea verde que era anterior al 4 de junio de 1967, que es lo que tendría que hacer como entendemos en el Llamamiento y los que propiciamos dos pueblos, dos estados. 

–¿Cómo explicar a un joven las implicancias de la Guerra de los Seis Días?

–Israel transgredió el derecho internacional y las resoluciones de Naciones Unidas, luego hizo un acuerdo con Egipto y se retiró de una parte que había tomado pero conservó Gaza, Cisjordania y el Golán. Por eso mucha gente no sabe que es un conflicto con Siria, la única guerra latente con un statu quo de armisticio. Pero la división que pasa por la ciudad de Kuneitra es más o menos como el paralelo 38 entre Corea del Norte y Corea del Sur. Es decir, con Siria puede estallar una guerra en cualquier momento.