Se formó con Dino Saluzzi, César Fránov y el “Mono” Fontana. Grabó un disco como parte de la banda de Dominic Miller, guitarrista de Sting. Shagrada Medra, el fino sello de Carlos Aguirre y Luis Barbiero, acaba de publicarle su segundo disco solista. Datos suficientes como para saber que hay que poner un oído ahí, en Evocación de carnaval, reciente trabajo que el jujeño Santiago Arias construyó con "bandoneón solo y voz". "Como su nombre indica, la intención general del disco es una evocación de carnaval, no 'del' carnaval”, indica "Tarco" (así le dicen). “Esto significa que en la música hay imágenes, vivencias, historias y recuerdos que tienen que ver con la energía del carnaval, pero no con el carnaval en sí mismo. No el de las fotos de la multitud en pedo, los diablos y la espuma, el jolgorio descontrolado e irrespetuoso, sino con el carnaval en su sentido más amplio: la fiesta de la abundancia, del agua, el momento de la prosperidad en los pueblos andinos, cuando se cosechan choclos como granadas, las acequias cantan y riegan, los ríos crecen alimentados por las lluvias, se hace música alegre y se canta con la caja. En fin, creo que estar lejos me hizo resaltar en color lo que era importante para mí del carnaval: el contraste, la intensidad que emerge después de un año, cada año”.

La lejura, la distancia entre “Tarco” -nacido en San Salvador de Jujuy, criado en Tilcara- y el carnaval, radicó en los tres años que el bandoneonista y cantor permaneció en otra dimensión sonora y geográfica: Europa. Allí sumó su fueye norteño a Absinthe, el disco de Miller, junto al francés Manu Katché, el belga Nicolas Fizsman, y el inglés Mike Lindup, con quienes salió de gira por más de cincuenta ciudades de Asia y Europa, entre 2019 y 2020. “Cuando grabamos el disco con Dominic, ya estaban en vista las dos giras, que terminaron siendo experiencias profundas de vida, de música, de compartir con los compañeros”, evoca Arias, en trance de memoria corta. “La anécdota principal es que todo andaba bien: en las pruebas de sonido todo funcionaba al primer intento, siempre. No había cables rotos y habrá habido tres acoples como mucho, juntando las dos giras. Tampoco había impuntualidad por parte de nadie, salvo la mía hasta que entendí cómo era la cosa, cuando se fueron sin esperarme un día a las 6 de la mañana en Berlín. En fin, pude ver cómo el hecho de hacer las cosas bien influye positivamente en la música. Cuando uno valora su trabajo y el del otro, se genera una atmósfera de respeto mutuo que hace que el resultado artístico sea superior”.

Durante sus tres años de lejanía, el también bajista y pianista pudo ver a Miller bailar un caporal boliviano en un camarín de Tokio, tocado por él. Y, ya en Buenos Aires -pero como resultado del largo viaje-, metió bandoneón en “The Bridge”, tema que quedó fuera del último disco de Sting porque el productor del ex The Police lo desechó. “La verdad es que el tema realmente no tenía nada que ver con el resto del repertorio, parece como de otro disco; el hombre tuvo razón en no incluirlo”, admite Arias. “Pero la experiencia sumó muchísimo, por el cagazo que me generó y por el estado en el que me puso al momento de grabar. Obvio que si el tema entraba en el disco iba a estar más que contento, pero no me importó demasiado: Sting me lo pidió a mí, lo hice y le gustó, así que estoy conforme”.

Pero más lo está, claro, por haber sido parte del disco de Miller y sus giras de presentación. “Él me pidió que toque de una forma nueva para mí”, cuenta. “Tuve que encontrar una nueva forma de tocar, de interactuar con los otros instrumentos dentro de este género que no es ni rock, ni jazz, ni clásico, ni celta, ni pop, ni country, sino que es un poco de todo eso. Y yo le metí algo que no sé bien qué es”.

La biografía ampliada de Arias da que, antes de su largo viaje -y además de lo antedicho- había publicado su primer disco solista, Fuellista, gracias al segundo premio del Fondo Nacional de las Artes, que obtuvo en 2013. Tres años después, repitió con Criollo, trabajo a dúo con el guitarrista Sebastián Castro. Y en medio fue parte de dos discos de La Cangola Trunca, banda de la que es parte: Calisaya y Sajra. “Es un proyecto eterno”, subraya sobre ese grupo. Y luego vuelve sobre su disco actual: “Me faltó contar que lo engendré en la soledad de pandemia y por lo tanto es algo muy íntimo: soy yo solo, evocando”.

Evocación de carnaval tiene trece piezas, entre las cuales el autor destaca la epónima, porque aglutina la idea general. “Con esa música empecé a juntar melodías que estaban en mi memoria, y que me llevaban directamente a la evocación de los días y noches de carnaval: la bomba de estruendo, la melodía de la copla alegre, las anatas, la comparsa... El tema no es mío porque las melodías ya existen, yo solo armé la 'suite', si se puede decir así”.

“Mala Macha” es otro de los temas sobre los cuales el multiinstrumentista pone la lupa. Lo hace, porque habla de algo que reconoce conocer “muy bien”: la mala copa, la que pega mal. “Es una improvisación libre con la que trato de pasar por los estados del 'mala macha': la verborragia insoportable, la emoción exagerada, la euforia, los gritos, el enojo, la violencia, la ganas de pelear, de llorar, de vomitar y caer”.