"¿Qué es mejor que una comida exquisita?", pregunta el Frasier Crane de Kelsey Grammer, de manera retórica, en un viejo episodio de Frasier. "Una comida exquisita con una pequeña falla de la que podemos hablar toda la noche". Pocas veces se han dicho palabras tan verdaderas. Sea que se esté hablando de los entremeses o de las series de televisión, no hay nada que un buen snob disfrute más que empezar una discusión sobre una pequeña faceta de una experiencia de otro modo perfecta.

Cuando se trata de la televisión, por supuesto, hay muy pocas comidas -o ninguna- tan exquisitas como The Wire. El drama policial, que acaba de cumplir 20 años de su aparición, es a menudo descripto como la mejor serie televisiva de todos los tiempos (a veces cediéndole ese honor a Los Soprano). Fue un agudo, laberíntico retrato de Baltimore, una ciudad portuaria desangrada por la "Guerra contra las drogas". Era un programa policial que estaba más interesado en las causas de raíz y los recortes de presupuesto que en las armas letales o los tensos interrogatorias. Su brillantez es innegable.

A pesar de ese estatus sagrado, hay una opinión bastante extendida entre los fanáticos de la serie acerca de la quinta y última temporada, a la que se señala como un escalón abajo. Por supuesto, una mala temporada de The Wire (HBO Max) sigue estando muy por encima de casi todos las ficciones que andan por ahí. Tras las cumbres de la cuarta temporada -duradera competidora como la mejor temporada de la televisión-, el más pequeño atisbo de debilidad puede sentirse como un gran fracaso. Pero con la perspectiva de una década y media, es hora de abrazar a la última temporada de The Wire no sólo como una valedera y necesaria adición a sus valores, sino incluso como la más importante de todas.

El concepto de The Wire significó que cada temporada cambiara de manera significativa con respecto a la anterior, introduciendo un nuevo escenario y otra galería de personajes. La primera puso el foco casi enteramente en el tráfico de drogas. La segunda continuó eso, a la vez que ponía atención en el crimen en los alrededores de los muelles portuarios. La tercera puso el foco en los políticos, la cuarta en el sistema escolar de la ciudad, y la quinta en la prensa. En otras manos, esos recortes y cambios podrían haber sido solo un truco; aquí parecieron derivar de la misma curiosidad periodística del programa, un deseo de ensamblar el mayor contexto y complejidad posible en su descripción de la Baltimore contemporánea (David Simon, creador de la serie, pasó años trabajando como periodista en la ciudad).

Mientras algunos seguidores de The Wire rechazaron las líneas argumentales relacionadas con el diario, la mayoría de las críticas hacia la temporada cinco están reservadas a la otra gran trama, en la que el detective de Homicidios Jimmy McNulty (Dominic West) se las arregla para convencer a la ciudad de la existencia de un ficcional asesino serial que apunta a la población de sin techo. Tras adulterar escenas del crimen y falsificar evidencia, McNulty es eventualmente capaz de canalizar la histeria de los medios como un recurso para una cacería que redirige discretamente hacia la  desfinanciada investigación del jefe criminal Marlo Stanford (Jamie Hector).

Jimmy McNulty (Dominic West) cruza una línea al adulterar pruebas.

La principal crítica a esta línea argumental es que todo eso suena demasiado traído de los pelos. The Wire era un programa que muchos espectadores celebraban por su autenticidad y firmeza. La "táctica del asesino serial inventado" suena casi como una línea de un episodio de Brooklyn Nine-Nine, antes que algo de la serie que nos dio a Avon Barksdale. Pero The Wire ya se había permitido un similar rapto de fantasía antes en la trama "Hamsterdam" de la temporada 3, cuando el jefe de policía "Bunny" Colvin (Robert Wisdom) unilateralmente descriminaliza el tráfico de drogas en un pequeño sector de la ciudad.

Quizá el "asesino de homeless" de McNulty resultó especialmente discordante para los fans porque desafiaba sus propias concepciones sobre McNulty, y sobre la policía en sí misma. Más allá de una pausa en la temporada 4, cuando obligaciones personales de West lo empujaron a los bordes de la historia, McNulty es lo más cercano que tuvo The Wire a un personaje protagonista. A través de buena parte de la serie, él encaja en el molde del conocido rubro "detective renegado". Tiene todos los elementos: indiferencia hacia la autoridad, un problema con el alcohol, relaciones personales problemáticas y, a pesar de todo eso, una irreprimible brillantez cuando se trata de resolver crímenes. Pero cuando cruza la línea y empieza a fabricar un asesino, todo el panorama se subvierte, y ya no es posible volver a balancearlo.

Naturalmente, The Wire siempre está buscando la pintura general. Las acciones de McNulty nacen de una frustración por el sistema burocrático y la corrupción ética en la fuerza de policía de Baltimore y en el gobierno. Pero también dejaron claro que él está impulsado por su propio y rampante ego. Su caída en desgracia subvierte la clase de narrativa de lo "moralmente gris" que los programas policiales suelen presentar, y que incluso The Wire tuvo presente ocasionalmente. Una y otra vez se ven dramas policiales con hombres duros y de clara visión que perpetúan el mito del detective disidente. Habiendo visto varios de ellos, no se puede sino llegar a la conclusión de que el trabajo detectivesco astuto y dogmático eventualmente le gana a las fallas sistémicas del departamento de policía. En The Wire, como en la vida real, eso no sucede. Hacia el final de la temporada cinco, es claro que McNulty no es la solución sino parte del problema.

Si se deja a un lado la historia de McNulty, la temporada 5 de The Wire brilla de modo absoluto en su descripción de la prensa, que está filtrada casi enteramente por la redacción del diario The Baltimore Sun. El Sun es donde David Simon cortó los dientes, trabajando en la sección Sociedad durante 12 años. No es sorprendente, entonces, que resuene tan real como la mayoría de los escenarios de la serie. Cansado del mundo, el editor Gus Haynes (interpretado por Clark Johnson, quien dirigió el piloto y el finale de la serie, y encarnó de manera brillante a un policía en otra adaptación de Simon ambientada en Baltimore, Homicide: Life on the Street) es uno de los personajes destacados de toda la serie.

Una de las grandes cualidades que tiene The Wire -por encima de buena parte de las ficciones que pueblan el medio- es su complejidad. La amplitud de su panorama sociopolítico ya es grande en el comienzo, y crece con cada nueva temporada. Meter al Sun en la mezcla agrega mucho más que un cambio de escenario. Ofrece una ventana al modo en que la ciudad de Baltimore se ve a sí misma, y cómo dialoga con sí misma. Entre la burocracia y la desesperación de algunos por un Pulitzer hay momentos de real dedicación, de verdadera conexión humana. El momento más inspirador de la temporada -uno de los pocos toques sentimentales de toda la serie- llega cuando el redactor Mike Fletcher (Brandon Young) publica un artículo de interés humano sobre Bubbles (Andre Royo) y su recuperación de la adicción a la heroína. En ese momento, The Wire parece casi afirmar su propia declaración de principios. Esta es la gente en la que vale la pena enfocarse. Estas son las historias que vale la pena contar.

En última instancia, la quinta temporada de The Wire tiene que ver con la repetición de patrones, con los ciclos de los que es imposible escapar. The Baltimore Sun está sujeto al mismo tipo de malestar estructural que los sindicatos, la oficina del alcalde, el Departamento de Policía o las escuelas. Pero allí no hay un gran climax, no hay momento de catarsis. Concluir en esa nota, ni victoria ni fracaso, solo un imperturbable status quo, es una fuerte apuesta para una ficción como esta. Canonizados colegas de The Wire como Los Soprano o Breaking Bad decidieron ir a fondo, optando por grandes y simbólicos finales, armados argumentales que detenían al programa. The Wire se mantuvo fiel a sus convicciones, rehusándose a desinfectar, rehusándose a sensacionalizar. Es la esencia del buen periodismo, y tratándose de televisión es algo remarcable. Al día de hoy, no ha habido nada como eso.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.