Un diario íntimo hecho de dibujos de sutileza desmedida que La Chola Poblete (Mendoza, 1989) creó entre 2014 y 2015, cuando atravesaba crisis de ansiedad y depresión. Eso es Ejercicios del llanto, que puede verse por estos días en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. “Empecé a hacer estos dibujos como una forma de acallar la mente, de conseguir silencio, tranquilidad. Lo hice en un momento de introspección donde construía mi identidad: me cuestionaba si La Chola era un alter ego, un personaje o era yo”, recuerda la artista trans en diálogo con Radar de ese período álgido en el que se abocó a algunas técnicas de puntillismo.

Con curaduría de Victoria Noorthoorn y Marcos Krämer, la muestra integra el programa anual Un día en la Tierra junto con otras cuatro exhibiciones: las individuales de Florencia Rodríguez Giles y de Cartón Pintado, y dos muestras colectivas. El núcleo que liga todas es el cuerpo en todas sus facetas, formas, y diversidades: el cuerpo como celebración, fiesta de sentidos, refugio o calvario.

Sin título, La Chola Poblete, 2014-15, foto Viviana Gil

Sintomario, exposición individual de Florencia Rodríguez Giles, con curaduría de Osías Yanov, surgió a partir de la experiencia que lleva adelante Rodríguez Giles junto a otros artistas en CAOS (Club de Artes y Ocios), en La Plata. Trabajan junto con personal de salud, usuarios de instituciones de salud mental y vecinos de la ciudad, con los que exploran diferentes modos de vincularse y generar experiencias artísticas.

Antes de la pandemia, la artista participó de un grupo de investigación terapéutico para compartir sus malestares: la propuesta consistía en pensar nombres para denominar esos padecimientos por fuera de las etiquetas que impone la psiquiatría. Sintomario es un neologismo entre síntoma y glosario. “Si el malestar es algo que nos cuesta identificar y nombrar, Sintomario crea un archivo de palabras, ejercicios y registros que otorgan un sentido no patológico o estigmatizante a las sensaciones y a los sentimientos”, se lee en el texto de sala.

A la casona de La Plata se acercan personas en condiciones de vulnerabilidad y pacientes externos del hospital psiquiátrico Melchor Romero. Luego, todos deben irse a las pensiones o sitios en los que viven, pero no siempre les resulta posible pagarlos. Es por esto que Rodríguez Giles y su pareja, el crítico de arte Alfredo Aracil, acondicionaron una habitación para quien necesite quedarse.

De esa experiencia entre personas en situación de vulnerabilidad y exclusión, y “aquellas que la sociedad considera normales por su capacidad para adaptarse a las exigencias de la vida contemporánea”, surgió uno el descomunal dibujo de la artista que se exhibe en sala: un nacimiento colectivo que supera la unión imaginable entre especies. También Sensibles & Vengativxs, imperdible video guionado por la artista con pacientes externos del Hospital Melchor Romero y personal del sistema de salud mental.

Sensibles & Vengativxs, Florencia Rodríguez Giles, 2022, Foto Viviana Gil

En Baile fantástico, con curaduría de Clarisa Appendino y Victoria Noorthoorn, Cartón Pintado nos sumerge en sus pinturas de hermosura salvaje donde habitan sus amores y desamores, sus alegrías y tristezas, sus fantasías y deseos. No hay medias tintas. Empezó a pintar sobre cartones cuando no le alcanzó el dinero para comprar telas. Vivía, como lo hace ahora, en la Villa 31. Estaba estudiando en la Universidad Nacional de las Artes y empezó a pensar alternativas. Primero pintó en madera, pero era pesada, difícil de transportar. Hasta que cerca de su casa, sobre un árbol, vio un cartón que había sido parte del embalaje de un televisor. Pensó, cuenta, en darle nueva vida. Y no paró.

Integradas por obras del patrimonio del museo y producciones de artistas invitados de gran trayectoria, las dos exhibiciones colectivas están al cuidado de Francisco Lemus, Marcos Krämer, Clarisa Appendino y Violeta González Santos. Cuerpos contacto incluye piezas de Marta Minujín, Dalila Puzzovio, Delia Cancela, Sergio De Loof, Pablo Mesejean, Edgardo Giménez, Juan Stoppani, David Lamelas, Alicia D´Amico, Kiwi Sainz, Roberto Jacoby, Martha Peluffo y Gambas al ajillo, entre otros. En Cuerpos mutantes, hay obras, entre otros, de Rubén Santantonín, Emilio Renart, Virginia Buitrón, Raquel Forner, Mauro Guzmán, Narcisa Hirsch, Diego Bianchi y Alberto Heredia.

Mr. Primavera, Cartón Pintado, 2018, Viviana Gil

Artista multidisciplinar, La Chola despliega performances, foto-performances, video-arte, fotografía, pintura, dibujo y objetos. Estudió Artes Visuales en la Universidad Nacional de Cuyo. Realizó talleres y clínicas con Diana Aisenberg, Max Gómex Canle y Silvio Lang. Participó en el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (2018) y en el Programa de artistas de MARCO Arte Foco.

Tras buscarlo y contactarlo vía Facebook, a los 21 años La Chola conoció a su padre, quien tras casarse con su madre se fue a Chile para nunca regresar. Creció en la casa de su abuela, junto a su madre –de origen boliviano, quien para sostener el hogar debió abandonar sus estudios y trabajar como servicio doméstico— y sus cinco tías. “Me crié en un matriarcado importante. La Chola también es un homenaje a esas mujeres que me dieron un lugar en su vida: yo soy gracias a ellas”, dice la artista.

Esa Chola que creó y encarnó en performances fue en parte la imagen que anhelaba para sí. Primero lució peluca de trenzas y ropa típica. Luego, al despojarse del aguayo y el cabello artificial, el personaje que encarnaba tomó su propio cuerpo con nueva vida: ya no fue la representación de una chola andina. “Al principio –cuenta— sentía que tenía que insistir con la imagen de La Chola para hablar de lo racializado, de lo marrón, de donde proviene mi familia o dónde nos ponen a las personas que tienen mis rasgos. Usaba esa imagen para generar debate y reflexionar, pero después me di cuenta de que no hacían falta los artificios: sin trenzas, sigo siendo una persona racializada. Entonces me dejé ser: soy La Chola. En realidad, siempre lo he sido”.

Sin título, de la serie Ejercidios del llanto, 2014-15, foto Viviana Gil

Para desatar algunos de sus grandes trabajos, La Chola lanza –y se lanza a sí misma— preguntas contrafácticas que la acucian: se trata de un mecanismo con el que obtiene su materia prima para crear. En esos caminos laterales, los cuestionamientos se suceden: “¿Por qué para ver arte de los pueblos originarios hay que ir a un museo antropológico? Si no hubiera existido el gran exterminio acá, si no hubiesen llegado los españoles, ¿qué tipo de obras haríamos? Y ahí comenzó a trabajar con mitogramas, símbolos, textiles y paleta de los pueblos originarios. Para hacer las máscaras y esculturas de pan, que expuso en Tenedor de Hereje, en galería Pasto, investigó rituales andinos, que también había presenciado. Se nutre también de sus amores y desamores: “acontecimientos muy íntimos que pueden ser colectivos”.

Cuando en esta edición de la feria ARCO de Madrid le avisaron que la galería Pasto, en la que exponía, había sido seleccionada entre las que visitaría la reina Letizia, pasó la noche pensando un “gesto” para aquel encuentro. “Nos reencontramos 530 años después”, le dijo La Chola al verla, echando por tierra todas la pautas protocolares que había consignado la Casa Real.

Si bien La Chola empezó con sus acciones en 2013, se hizo conocida cuando presentó American beauty en arteBA, en 2017. Vestida como chola, danzó sobre un cubículo que llenaba todos los días con papas fritas de paquete (curiosamente se venden con corte español o americano, apunta). Sobre esas papas crujientes, bailó una y otra vez caporales (danza folclórica del Altiplano) vistiendo el traje típico que usan las mujeres, pero haciendo los pasos que corresponden al hombre. “Cuando los españoles llegaron a América, no querían consumir este tubérculo. Decían que era un fruto del infierno porque crece bajo la tierra, pero la historia se volvió paradójica”, señala la artista, que con ese baile se propuso “danzar sobre el capitalismo en el mercado del arte”. La papa vuelve a aparecer, ya en su formato original, en Ejercicios del llanto, donde juega con las palabras papa y papá, figura ausente en su vida.

Sin título, de la serie Ejercicios del llanto, La Chola Poblete, 2014-15, foto Viviana Gil

Atada con sogas en la galería Pasaje 17, se mantuvo suspendida sobre cuatro objetos con formas geométricas que simbolizaban el desmembramiento de Tupac Amaru. Y en el Museo Marco, envuelta con papel film como un capullo, hizo una poética performance que alude a las instituciones religiosas que colonizaron con la cruz –un símbolo que también incluye en los dibujos que integran la muestra Ejercicios del llanto en el Museo de Arte Moderno–.

Desde su mirada queer, La Chola reivindicó su origen mestizo. Con agudeza y singular impronta creativa, puso el foco en la marginación social y la mirada europeizante que excluye o niega a los pueblos originarios y a sus descendientes. Lo hizo con performances contundentes, de precisión milimétrica y, al tiempo, con sus dibujos, pinturas, fotografías, máscaras y bustos de pan que levan como el cuerpo de un Golem imposible controlar.

Calcio, Cartón pintado, 2018-9, foto Viviana Gil

Las nuevas muestras del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Avenida San Juan 350 son Sintomario y Baile fantástico (hasta el 30 de septiembre) y Ejercicios del llanto, Cuerpos contacto y Cuerpos mutantes (hasta fin de febrero 2023). Lunes, miércoles, jueves y viernes 11 a 19;  sábados, domingos y feriados de 11 a 20. Martes: cerrado. Entrada general $50; miércoles gratis