Según Lacan, la historia es el “reverso del habeas corpus”, esa institución jurídica propia de un estado de derecho que busca evitar los arrestos y detenciones arbitrarias para asegurar derechos básicos de la persona. Es decir: allí donde hay cuerpos deportados, excluidos o desaparecidos, palpita el síntoma cuya oscura repetición da cuenta de los efectos de la pulsión de muerte sobre una comunidad hablante. Ahora bien, si colegimos que para este autor no existe Un cuerpo sino series de cuerpos, cuerpos que se afectan unos a otros, el hábeas corpus más arriba mentado va más allá de las humanidades efectivamente marginadas. Desde este punto de vista, la historia --esa ficción siempre resultante de una construcción del lenguaje-- vehiculiza también lo oscurecido, soslayado y reprimido por parte de quienes la enuncian y sostienen.

Pocos ejemplos más transparentes de este punto de vista que el espanto portado por el mayor ataque terrorista de nuestra trágica historia, a saber: el bombardeo sobre la Plaza de Mayo ocurrido el 16 de junio de 1955 que --hasta donde hoy se sabe-- dejó un saldo de 309 ciudadanos civiles argentinos muertos y más de mil heridos. Una masacre perpetrada por aviones pertenecientes a nuestra propia Marina piloteados por aviadores argentinos entrenados por esa misma institución, supuestamente creada para defender a los ciudadanos que con su propio trabajo la mantienen y sostienen. Pocas veces en la historia universal ocurrió un episodio de estas características: fuerzas armadas (es decir, no grupos de tareas ni policías, sino militares con sus uniformes, aviones y equipos) ejecutoras de un hecho puntual tan aberrante y demencial efectuado contra su propio pueblo. En pocos minutos, gente de a pie; muchos que iban a sus trabajos; niñxs con sus padres que volvían o iban a la escuela; personas que salían del subte o que viajaban en colectivo; y otros reunidos tan solo para manifestar, yacían con sus cuerpos destrozados en plena Plaza de Mayo, la misma donde alguna vez el pueblo quiso saber de qué se trataba.

Lo cierto es que todo lo que siguió después se hizo para que ese mismo pueblo --en tanto sujeto político-- no quisiera saber. Además de las marcas de las bombas todavía presentes en las paredes del Ministerio de Economía, el reverso de ese silencio infame se puede leer en los dichos de aquellos tiempos que algunos aún hoy repiten: “son cosas que pasan en todas las revoluciones”; “fue un ataque contra Perón”; “ese régimen no se soportaba más”; “por fin la Libertad”. Libertad. Por lo pronto, lo que trajo la revolución denominada “Libertadora” (golpe de estado perpetrado tres meses después del bombardeo), fueron largos años de dictaduras ignominiosas matizadas con algún gobierno surgido de comicios viciados de nulidad por la proscripción al peronismo. Un derrape ominoso cuyo desenlace no fue otro que el terrorismo de estado instalado con el golpe del 24 de marzo de 1976.

Resulta por demás llamativo considerar lo mucho que costó volver a hablar de aquel espantoso bombardeo que --negación mediante-- siempre se mantuvo vigente en el discurso. Desde el punto de vista institucional, basta advertir que si la democracia retornó en el año 1983, recién en el año 2005 fue el gobierno de Néstor Kirchner el que dispuso iniciar una investigación sobre el hecho y componer la lista con los nombres de los muertos. Luego, en 2008, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner inauguró el primer monumento oficial en homenaje a las víctimas, situado en las inmediaciones de la Plaza de Mayo.

Algunos criticaron estos gestos con el argumento de que, para no alimentar odios, mejor es olvidar el pasado. Lo cierto es que, a más de sesenta años de aquel espanto, el odio instilado por una oposición sostenida por un poder mediático empeñado en socavar el ánimo de los ciudadanos, hace considerar la necesidad de Un hábeas corpus que nos rescate de la libertad que ciertos sectores pretenden imponer.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.