Poco después de regresar al escenario, Marilina Bertoldi habló por primera vez holgadamente. Y entonces confesó: “No lo puedo creer. Me costó concentrarme”. A diferencia suya, el público que colmó el Luna Park en la noche del domingo estuvo atento a cada detalle, lo que bien supo acompañar a lo largo de las casi dos horas de recital como si estuviera guionado. Pero si en algo coincidieron en ese momento artista y muchedumbre es que tampoco podían dar crédito de lo que estaba sucediendo: la cantautora argentina se encontraba no sólo consumando su primer estadio, ante 7 mil personas, sino también haciendo historia. Y es que todavía parece que fue ayer cuando agotó esos dos Niceto Club donde en 2018 presentó Prender un fuego, el disco que la consagró, al mismo tiempo que estableció un cambio de paradigma en la escena musical local.

Justamente fue la sala de Palermo, en complicidad con el equipo de trabajo de la música, la que redobló la apuesta y la animó a ir a por más. Y ella recogió el guante, sin quizá tener muy en claro lo que estaba por protagonizar... hasta que apareció en escena. Al igual que en esos dos shows de hace cuatro años atrás, en esta ocasión la de Sunchales encaró la presentación de un disco. Mojigata se llama su más reciente producción, tan buena como la anterior. O al menos estéticamente coherente y en sintonía con una carrera que dejó en evidencia su deseo de evolucionar, aunque fiel a una naturaleza artística. Eso no le restó madurez. Si el estreno en vivo de Prender un fuego pareció un arrebato, pues sucedió a un mes de su lanzamiento, ahora se lo tomó con un poco más de calma y salió a mostrar su quinto álbum de estudio un trimestre luego de que lo pusiera a circular en las plataformas musicales digitales.

Mientras la arenga a “Maru” (como bien la vitoreaban desde el público) crecía en la previa del show, de entre las penumbras del escenario irrumpió un chico. Al principio parecía alguien de su staff probando el teclado, pero en la medida que pasaban los minutos se develó que era un músico construyendo la intro de la performance. Luego de que el arquitecto de ese loop telúrico saliera del plano, los músicos de la banda de Bertoldi ocuparon sus lugares. Secundados por ella, que se instaló en medio de la base rítmica. Entoces empuñó el micrófono para intepretar “Es poderoso”, canción que abre Mojigata, al que le siguió “Vivo pensando en ayer”, el tercer track del álbum. Y si en algo coincidían ambos temas, aparte de pertencer a un mismo repertorio, era en su instrospección. El primero más del palo del trip, en tanto que el otro era un viaje reflexivo.

Parte del público quiso estar a la par de ese despegue, aunque algunos de los que estaban cerca del escenario no la pasaron tan bien, al punto de que la artista pidió a sus músicos que pararan pues entendió lo que sucedía en medio de la euforia. “Les bajó la presión”, calculó. A continuación, volvió a tomar impulso y siguió revisitando el disco. Levantó alas con el rock canchero “La cena” y subió un poco más con “Claro Ma”, cuya letra (en esa suerte de espanglish) refleja al calco su cadencia. “Vamos a cabalgar”, versa uno de sus pasajes. Ahí puso en suspenso ese brote de novedad y desempolvó esas canciones que la trajeron hasta el presente. La grooveó con “La casa de A”, de Prender un fuego, al que hilvanó con otro temazo de ese álbum: “Correte”. Pese a que manifestó lo difícil que le fue concentrarse, parecía bastante atenta, como cuando le alcanzaron un ramo de flores de entre el pogo.

Si “Claro Ma” aludía sobre el arreo, la artista lo hizo literalmente en “Rastro”, pero sobre un caballito raptado de una calesita, ubicado al extremo izquierdo del escenario, al que se fue trepando a medida que evolucionaba la canción y que terminó domando. Todo un acierto performático. Y justo en el punto más íntimo del show, que había arrancado con Bertoldi y su guitarra eléctrica en “Remis”, y tuvo un acto más de la mano de “Enterrate”, tema lento con sabor a letargo. Bertoldi conoce en profundidad las posibilidades del rock -desde lo estéticamente sonoro hasta su faceta glam, pasando por batir una guitarra contra el piso al mejor estilo de Pete Townshend- y en este fin de semana largo lo demostró. Pero el clímax de esta sapiencia vino más tarde. Antes debía seguir mostrando su flamante disco que, como si se tratara de un hiato por cerrarse, lo siguió llevando adelante con “Amuleto”, “Sushi en lata”, Beso, beso, beso” y “Pucho”.

A pesar de que su tema “Fumar de día” parece reivindicar el legado del rock argentino de los '80, ese que flirteó con el pop, Marilina Bertoldi le dio golpe de estado a la tradición. Si bien no es una negacionista, necesita ese pasado para erigir un futuro mejor. Uno que rompa con los estereotipos y que sea inclusivo. También generoso, al igual que lo es ella. Y lo demostró durante su recital con las músicas y músicos que constituyen su banda, a los que trata más bien como pares, o al momento de elegir a su acto de apertura, a la platense Lupe, con la que quería alguna vez hacer algo juntas. Puede que esa nobleza sea una cuestión de ADN, porque su hermana Lula (frontwoman de Eruca Sativa) también goza de ella. Eso lo dejó en evidencia la semana pasada durante el show de Octafonic (grupo de su pareja, Nico Sorín), en el que se colgó la viola, y lo hizo esta vez con Marilina, arriba y abajo del escenario.

Primero, como espectadora, le hizo el aguante a su hermana, y más tarde, al principio del bis, ambas salieron para tocar “¿O no?”. Entraron por esa especie de puerta dimensional entre bajo y batería, y al salir de ahí eran cuatro guitarristas en escena. Y lo siguieron siendo en “Y deshacer”, corolario de la apoteosis del rock, en tiempos de trap. Previo al cierre con “Arcat”, tema que da titulo a su disco de 2018, y de “MDMA”, incluido en Sexo con modelos (2016), Marilina Bertoldi se fue aún más atrás. Al comienzo de todo. Cuando idolatraba a esa Shakira made in Barranquilla. Y sorpendió con su cover de “Inevitable”, al que introdujo diciendo que estaba muy orgullosa de cantarla. Al mismo tiempo que eso sucedía, desde la ciudad natal de la cantante colombiana se desataba otra revolución: Gustavo Petro se convertía en el primer presidente de izquierda de ese país.