A pesar de que Francisca Valenzuela juega casi de local en Buenos Aires, a raíz de la gran cantidad de veces que cruzó la Cordillera de los Andes para tocar o para estrechar vínculos con sus colegas de acá, nunca tuvo un show propio en Buenos Aires. Así lo hizo saber a sus fans en la noche del jueves, antes de despedirse del escenario de Niceto Club, donde consumó esa deuda pendiente. Al tiempo que repasó una de las carreras musicales más prolíficas y estéticamente arriesgadas de los últimos años en el país vecino. A manera de previa, la artista estuvo en febrero en la capital argentina promocionando los primeros singles del que será su próximo trabajo discográfico: Vida tan bonita. Justo el tema que le da título a este trabajo lo presentó promediando la mitad de su recital, lo que devino a su vez en el momento de los invitados estelares de la performance.

Sin embargo, desde el comienzo del evento hasta ese pasaje no pasó mucho tiempo. Y es que este primer recital propio en Buenos Aires de Valenzuela tuvo sabor a showcase. Esa hora y 15 minutos de espectáculo, en el que tocó, bailó y no paró de arengar, pasó volando. Por más que la lista de temas dio rienda suelta a su biografía musical. Como si se tratara de una especie de manifiesto, la cantautora chilena levantó la bandera de partida de su periplo cancionero con “Prenderemos fuego al cielo”, tema representativo de su tercer álbum de estudio, Tajo abierto (2014). Toda una apología del pop. Luego de que Javiera Mena acuñara esa manera tan chilena de entender el género, en el alba de este siglo, la nación sudamericana pasó a ser considerada por Europa como la Suecia de Latinoamérica. Por esa froma tan barroca y luminosa de seguir conservando y llevando adelante el legado musical de ABBA.

Pero salvo por Mena, Gepe, Alex Anwandter, Mon Laferte y los difuntos Astro, Argentina siempre consiguió evadir el Síndrome de Estocolmo del pop chileno de los 2000. No es una escena fácil para los artistas australes, y de ello puede dar fe Jorge González, la gran institución de la música popular contemporánea de ese país. Su banda, Los Prisioneros, es casi desconocida entre el ciudadano de a pie de acá. En tanto que en el resto del continente son vitoreados como héroes del rock latinamoericano, sobre todo por su último álbum de estudio: Corazones, obra maestra del techno pop de habla hispana, más allá de que los matices New Order estén siempre presentes. Valenzuela es heredera de esa escuela, y también integrante de ese alumnado ilustre. Por lo que finalmente se animó a ir a por más, incluso el mismo día en que Lali Espósito, con cuya propuesta tiene puntos de coincidencia, descollaba en el Luna Park.

A falta de megaspuestas de escena, Valenzuela lució a un tándem de músicos que supieron estar a la altura de la circunstancias. Con ellos escoltándola, la artista continuó poniéndose al día con sus canciones, en una suerte de saltos temporales. Luego de hacer “Tómame”, incluido en su último disco, La fortaleza (2020), apareció “Quiere verte más”, una adaptación muy de esta época de la nueva ola. Ahí apareció otro de los temas de su nuevo álbum, “Hola impostora”, inspirada en el Síndrome del impostor. Si hay un rasgo que distingue al cancionero de Valenezuela es el uso de la canción como vehículo de concienciación, pero sin deseo alguno de bajar línea. A continuación la rockeó, se animó a un lento y retomó el pop con la terna de “Catedral”, “Ya no se trata de ti” y “Salú”. En ese momento, la música chilena estaba hecha un dinamo a lo largo y ancho del escenario.

Cuando consiguió parar, llamó a Lula Bertoldi para hacer “Vida tan bonita”, convocó a Rosario Ortega en “Flotando” y con Mateo Sujatovich (Conociendo Rusia) consumó una versión acústica de “Detener el tiempo”. Una vez que la terna de invitados argentinos concluyó, Valenzuela se volvió a sentar frente al piano (en una postura a un tris de caerse de la silla, al estilo de su ídola Fiona Apple) para interpretar “Los poderosos” y lo mismo hizo con “Ansiedad”. Cuando llegó la hora de cantar su clásico “Peces”, la presentó como el tema que le permitió salir con su guitarra al mundo. Tras “Dar y dar” y “Buen soldado”, vinieron los bises. Sorpendió con una versión impecable de “Pasajera en trance”, clásico de Charly García, y en la que reconoció la influencia de la música argentina en su ADN sonoro. Se despidió con Qué sería” y “Muérdete la lengua”, prometiendo una rápida vuelta a Buenos Aires. La conquista comenzó.