Dos cajeras de supermercado que en su descanso bajan al depósito para hacer lo prohibido: fuman un pucho en medio de góndolas repletas de productos potencialmente inflamables. Dos trabajadoras que en los años 90 sueñan con ser otras, pertenecer a la clase alta, viajar por el mundo. Odian a la señora Sacripanti, la dueña, pero a la vez están fascinadas con lo que ella representa. Ese es el universo que propone Caribe, obra escrita por Yanina Gruden, dirigida por Katia Szechtman y protagonizada por la autora junto a Stephanie Petresky. Puede verse sábados y domingos a las 20 en El Cultural San Martín.

Gruden y Petresky se conocieron entrenando, tuvieron química y decidieron hacer una obra. La idea inicial era juntarse a improvisar pero llegó la pandemia, entonces Yanina propuso empezar a escribir un texto con Las criadas de Jean Genet como inspiración y punto de partida. “No escribí sentada en un escritorio, actuaba la obra sola en mi casa. A Steph la tengo muy vista como actriz, me encanta su voz y su presencia. Como no podía improvisar con ella me la imaginaba, intentaba imitarla y escribía”, cuenta Gruden.

Después incorporaron a Szechtman. La directora asegura que la invitación la tomó por sorpresa: “Es la primera vez que dos actrices me convocan para que las dirija. Tanto en teatro como en audiovisual, suelo trabajar con materiales míos; partir de un texto ajeno que tenía una visión de mundo tan marcada por el vínculo entre ellas supuso un gran desafío, entré como una extranjera a la dupla y se armó algo más triangular. Me encanta ayudar y hacer crecer un universo ajeno que cada vez empezó a ser más propio. La propuesta de las chicas siempre fue muy clara”.

Caribe es una dramaturgia de actrices originada frente a las limitaciones de la pandemia y signada por el espíritu colectivo que suele caracterizar las propuestas elaboradas en el circuito independiente. Szechtman recuerda que desde el primer momento la premisa de la dupla fue: la actuación por delante. “Muchas veces participamos de trabajos en los que no se luce tanto la actuación o no hay tanto espacio para ese ejercicio; acá nos dimos el gusto", explica Petresky. "Queríamos encarar esta locura de empezar en un lugar y terminar en la otra punta, interpretar diferentes estilos y personajes”. Y ciertamente hay algo de exceso en el código de actuación, un tono desbocado que contribuye a consolidar esa atmósfera noventosa.

Las tres pertenecen a la misma generación, nacieron exactamente el mismo año y podrían haber sido compañeras de escuela. “Vimos las mismas cosas en la tele, nos gustaban los mismos juguetes, comíamos los mismos productos en una época en la que todos los objetos materiales tenían una importancia enorme. Me imagino que los 90 son una época muy particular para cualquier generación, pero crecer con ese imaginario durante la infancia te marca de algún modo”, destaca Szechtman.

El universo Caribe (ese es el nombre del supermercado) fue configurándose a partir de elementos distintivos de la década que funcionaron como disparadores: los legendarios sketches de Urdapilleta, Gasalla y Tortonese, Thelma y Louise, las telenovelas, los jingles de las publicidades, las tapas de revistas estalladas de colores, la música pop, MTV, las Spice Girls, las muñecas Barbie, los tapados de piel, pero también –claro– los discursos de Menem. Gruden define los 90 como “una época muy mafiosa, años en los que cualquier cosa podía pasar: desde Mariana Nannis bañándose en champagne hasta los viajes del ex presidente en su Ferrari. Fue tan delirante y bizarro que surgieron programas como El palacio de la risa o Cha cha cha”.

Con respecto a la comicidad, Petresky afirma que en el humor encuentra respuesta para todo: “En los momentos en los que una menos debería reírse es justamente donde más me río porque lo necesito. Hay muchas cosas que pueden resultar inverosímiles o exageradas cuando las querés llevar al teatro, pero son parte de la realidad”. La directora, por su parte, agrega: “A mí me interpela muchísimo el humor, pero no siempre es fácil lograrlo. La comedia es un género muy complejo. El texto estaba planteado de manera muy inteligente y tenía mucho sentido del humor en sí mismo. Además, las chicas son muy graciosas y se animan a probar cosas en escena. Eso está buenísimo, porque en esas pruebas puede surgir el fracaso o elementos valiosos que sólo se consiguen de esa manera”.

El consumo es un tópico que atraviesa la década y también esta pieza; ese consumismo voraz que definió el espíritu de los 90 ha dejado sus rastros en la actualidad. “No me parece casual que esta obra haya surgido en pandemia porque puso en primer plano el tema de la salud”, dice la autora, y establece una comparación con el 2001: “Después de los 90 reventó todo y la gente salió a incendiar supermercados, entonces yo me imaginaba qué pasaría si después de la pandemia la gente empezaba a incendiar farmacias. Creo que no estamos tan lejos de los 90. Pensamos que sí pero hay algo de crisis total que sigue vigente, ese acto de agarrarse a lo que sea: una aspirina o un pucho”.

Caribe funciona como alegoría, pero en cierto sentido también es un homenaje al teatro y una gran apuesta al delirio. Mientras Cinthia y Fiorella fuman en ese inframundo repleto de cajas, galletitas y productos de limpieza, sueñan con otra realidad y se aferran a la representación como si de un salvavidas se tratara. Fingen (y aspiran a) ser otras. Las creadoras ubican a la fantasía en primer plano, un escape para esas mujeres oprimidas e hipnotizadas que saben de memoria el slogan de cada producto y recurren al exceso de la comedia física tal como Urdapilleta y Tortonese en los estudios de ATC.

* Caribe puede verse sábados y domingos a las 20 en El Cultural San Martín (Sarmiento 1551). Las localidades pueden adquirirse en TuEntrada