Llegó más temprano de lo acostumbrado. Alisó prolijamente los pliegues de su pantalón blanco, y mientras acomodaba su cinturón pensó que era un hermoso día para jugar golf.

Cruzó a paso firme la confitería, y ya en la cancha ordenó: “Vamos”.

Al punto se incorporaron sus ayudantes.

Uno tomó una amplia sombrilla, y el caddie todo lo que un ser humano puede cargar.

“Pelota”, dijo, mientras alisaba sus amplias patillas.

El caddie ubicó minuciosamente la pelota en el césped y le entregó un palo. Después del primer tiro, hizo tres más.

“Bien, ahora sí”, dijo, mientras caminaba rumbo a la pelota que había caído muy cerca del hoyo uno.

A mitad del circuito dijo: “Tengo sed”. El caddie le acercó la cantimplora. Bebió hasta terminarla. “Más”, ordenó.

El caddie lo miró entre sorprendido y aterrado. Nunca había tomado tanta cantidad de agua. ¿Qué hacer con la cantimplora vacía? El que sostenía la sombrilla miró al caddie y esbozó una maliciosa sonrisa.

El caddie sacó el cuchillo que llevaba en su cinturón y se abrió una vena. Vertió su sangre en la cantimplora. Ahora el señor System pudo beber hasta saciarse. “Bien, continuemos”, ordenó.

“Cuidado, el sol está muy fuerte”, dijo enseguida al que sostenía la sombrilla. Así, seguidos por un zigzagueante rastro de sangre, llegaron al hoyo número ocho.

“Habanos”, pidió el señor System.

El caddie buscó desesperadamente en sus bolsillos, mientras pensaba: “Caramba, nunca fuma mientras juega”. Buscó inútilmente. El de la sombrilla volvió a sonreír. El caddie tomó nuevamente su cuchillo y cortó uno de sus dedos.

El señor System lo encendió y mientras saboreaba las primeras pitadas dijo: ”Bien, continuemos”.

El caddie comenzaba a acusar la pérdida de sangre y sentía un agudo dolor en su dedo amputado. En varias ocasiones estuvo a punto de caer, pero el miedo de que su caída enojara al patrón, hizo que se esforzara en soportarlo.

El señor System calculó que podía hacer hoyo en uno si lograba que la pelota traspasara el lago. El caddie ubicó la pelota con dificultad. Después de adoptar la postura adecuada, el Sr System efectuó el tiro. “Muy alta”, predijo, mientras la bola comenzaba su vuelo y caía al agua pocos metros antes de llegar al borde.

“Pelota”, volvió a pedir. Preso del pánico, el caddie comprobó que ya no quedaban más. El de la sombrilla sonrió de nuevo, mientras murmuró entre dientes: ”Esta vez estás perdido”.

El caddie entonces tomó su cuchillo y lo hundió en uno de sus ojos, extrayendo de cuajo el globo ocular y colocándolo luego sobre el mullido césped con mucho cuidado. El señor System repitió el tiro con la misma suerte. ”Pelota”, ordenó nuevamente.

El caddie repitió la operación sobre su otro ojo. A tientas lo colocó en el lugar que le pareció correcto.

Otro tiro, y mientras el ojo cruzaba sobre el lago el caddie alcanzó a ver a su través el campo, la sonrisa satisfecha del señor System, y su propia patética situación. Cayó. Si hubiese podido hubiese llorado, apenas podía respirar.

“Si vas a morir”, dijo el Sr System, “hazlo rápido, no quiero obstáculos en el campo”. El otro tomó el lugar del caddie, y mientras caminaban al último hoyo, el cuerpo del caddie fue absorbido por el césped.

“Creo que serás un buen caddie”, le comentó el señor System, mientras recogía el cuchillo y se lo entregaba. “Al fin y al cabo ese tipo ya empezaba a caerme desagradable”.