Al lado de la estación Darío y Maxi, a metros del lugar de la masacre de Avellaneda, está el polo textil del Frente Popular Darío Santillán. Es un edificio que la organización construyó hace varios años y que sigue ampliando. En sus dos pisos trabajan 50 personas, en su mayoría mujeres y también pibes muy jóvenes, de 18 o 20 años: la generación siguiente a la de Kosteki y Santillán. Confeccionan guardapolvos; coordinados con otros talleres que la organización tiene en el área metropolitana y sostienen 300 puestos de trabajo.

--Podríamos dar trabajo incluso a más, si tuviéramos un espacio más grande--, asegura su coordinadora Silvia Cano; hace un poquito de ostentación.

De este taller de la economía popular vale enfocar un dato: hoy, en pleno ascenso de la industria textil, ninguno de sus trabajadores se fue al sector privado.

La industria de las confecciones viene aumentando su producción, tiene mayores márgenes de ganancia y hace búsquedas de personal; ¿por qué los que se formaron en el oficio no se van? Hay varias posibles respuestas. Una es que en los textiles de la economía popular consolidaron ingresos dignos. Otra es que cuentan con la red propia de las organizaciones sociales: los comedores, los bachilleratos populares, los espacios de género.

La mayoría de las costureras del polo son madres que están a cargo de la crianza de sus chicos, solas, y acá pueden adaptar sus horarios de ingreso para llevarlos y traerlos de la escuela; es el caso de Silvia. “Si hay clases, podemos dejar a los hijos en el espacio de cuidado”, explica.

Trabajan 6 horas por día, que a veces se hacen 8, no más: no dejan la vida en la máquina.

En el polo textil de la estación Avellaneda trabajan 50 personas Foto: Enrique García Medina

Pero más que compararlo con el empleo en sector privado --ni qué hablar de su modalidad más abusiva, el taller clandestino--, al polo textil hay que pensarlo en su desarrollo, mirarlo en contraste con el 2002.

Porque este tipo de trabajo era sólo una aspiración cuando Santillán y Kosteki fueron asesinados. Darío Santillán intentaba en esa época sostener una bloquera en el barrio La Fe.


Darío Santillán en la bloquera del barrio La Fe, en mayo de 2002 Foto: Gustavo Mugica


La foto es de un mes antes de que lo mataran, para una nota sobre los emprendimientos que las organizaciones habían armado con los planes jefes y jefas de Hogar. Atrás de Darío Santillán, que carga la bloquera, se ven las casillas de chapa. El emprendimiento era un lote vacío, con una sola máquina manual, no neumática. Los bloques, apenas salidos del molde se partían y hubo que hacer dos tandas para poder tomar la fotografía. Para creer no sólo había que ver: había que ponerle un poco de imaginación.

Sin embargo los MTD (no sólo ellos, pero tampoco todos) mostraban el armado de los talleres productivos aún en aquellas versiones iniciales. Le peleaban planes al gobierno, y reclamaban hacer con el plan lo que quisieran en lugar de dar su contraprestación en la municipalidad: abrían panaderías, herrerías, roperitos, huertas, incluso alguna granja. Y discutían hacia dentro cómo organizar el trabajo.

Era una militancia que acumulaba en el territorio y haciendo cortes, con el ejemplo cercano de las puebladas de Mosconi y Cutral Co. Tejían lazos con los ‘70 y su ideario revolucionario. Lo rojo se les notaba, aunque no hablaran de cambio del sistema sino de cambio social. Y estaban apurados por acumular en lo político, aunque veían, al mismo tiempo, que no había forma de juntar masa crítica y sostenerla si no daban solución a los problemas más urgentes de los compañeros que salían a hacer los cortes. Por eso hacían el viaje de la calle al taller.


En el Polo Textil

El 26 de junio de 2002, cuando fueron asesinados Kosteki y Santillán, Silvia Cano tenía 15 años. Estaba en tercer año del secundario en la Villa 21-24, donde sigue viviendo todavía.

Vilma Miranda estaba en el hospital de Flores, internada tras dar a luz a su hijo. Vio por la tele el corte del Puente Pueyrredón.

Fabián Olivetto, en cambio, ya militaba. Fue al Puente Pueyrredón con el MTD de Capital Federal. Tenía al lado un compañero con muletas cuando la policía empezó a disparar. En el desbande, consiguió meterlo adentro de un móvil de Telefé.


--Nos conocíamos en la calle y después empezábamos a hablar, a buscar cómo vincularnos y ver qué acuerdos teníamos --recuerda de esos años.

Él y Vilma, por ejemplo, se vieron por primera vez en un desalojo en CABA, dos años después de lo del Puente. “Con las familias desalojadas terminamos alquilando un local en Barracas, y en ese local empezamos con el emprendimiento textil”. Una vecina de San Telmo les regaló una maquina de coser a pedal.

Vilma apunta que lo primero fue armar un roperito. “Nos donaban ropa, la lavábamos, la reparábamos y hacíamos ventas populares. Ya por el 2006 también cosíamos bolsas y sábanas”.

Vilma Miranda Foto: Enrique García Medina


Anduvieron con las máquinas dando muchas vueltas por muchos locales. De Barracas se mudaron a la calle Tacuarí, después a una casa tomada sobre México: ”Donde iba el local del Frente había que hacerle un espacio a las máquinas y el taller”.

Finalmente el Polo Textil se quedó en el espacio de Avellaneda. La estación ya había sido rebautizada Darío y Maxi y los MTD ya habían confluido en el Frente Popular Darío Santillán. El predio, inicialmente tomado, fue cedido por el Estado a la organización que sufrió varias rupturas. Hoy existe el Frente Popular Dario Santillán (el de esta nota, que integra el espacio político de Juan Grabois), el Frente Popular Darío Santillán Buenos Aires (que se mantuvo más cercano a los familiares como Alberto Santillán, el papá de Darío) y el Frente Popular Darío Santillán Corriente Plurinacional (que se moviliza con la izquierda, como el anterior).

El trabajo, la lucha

En el corazón de esos emprendimientos estuvo --todavía está-- Graciela Chopinet, que en los setenta fue militante del Peronismo de Base y las Fuerzas Armadas Peronistas. Vivió en el exilio, volvió al país, hizo el intento de sostener un negocio gastronómico en San Telmo. En 2001 ya había tenido que bajar la persiana; terminó trabajando en un country de Escobar, el Miraflores, como jefa de cocina.

Chopinet participaba en la asamblea de San Telmo y más tarde se sumó al MTD de la Capital Federal.

Hacían una olla popular. Los domingos, en el country deshuesaban pollo. Ella juntaba las carcazas para preparar las viandas del MTD: los lunes había menú de pollo con arroz. Armaron también el roperito.

--Siempre pensábamos cómo hacer para tener proyectos productivos.  Con las compañeras hablábamos mucho sobre qué queríamos, y por qué. Y usábamos una expresión, buscábamos prefigurar la sociedad que queríamos.

A las máquinas industriales las consiguieron después de un acampe de 30 horas, en la puerta de Desarrollo Social, durante el gobierno de Cristina Kirchner. Por el ministerio hizo de interlocutor Emilio Pérsico, en una negociación que pasó por horas tensas porque la policía se llevó detenido a un grupo que se puso a jugar en la 9 de Julio un partido de fútbol.

Chopinet dice que el reclamo de la economía popular no es que el Estado funcione como empleador último, sino “que implemente políticas que la contemplen, apoyen y acompañen”. Por ejemplo, el compre estatal y las capacitaciones del INTI.

“La compra del Estado te organiza porque te da continuidad. Y el plan social también es importante, porque a la compra del Estado la cobrás cinco meses después, entonces necesitas con qué arrancar”.

Silvia Cano entró al Frente asistiendo al comedor. Luego se enganchó con el emprendimiento textil. Explica que confeccionan los guardapolvos con telas de determinados micrones, de las que sólo hay cinco fabricantes en el país. Esa concentración es una espada de damocles sobre los talleres, porque condiciona el precio de su principal insumo .

Cuenta además que los guardapolvos están certificados por el INTI. “Vienen en tres momentos del proceso a chequearlo. Hoy le estamos pidiendo que no sólo controle, sino que vuelva a darnos más capacitaciones. Es una lástima que no puedan: con los despidos del macrismo, quedaron raleados”.

¿Los trabajadores del taller siguen yendo a las movilizaciones? Cano contesta que sí. “En la economía popular, para todo hay que luchar. Las máquinas, los convenios, los planes, los conseguimos movilizando. Y a veces tenemos que marchar para que nos paguen. Salimos todos, los que trabajan en el textil y los compañeros del territorio”.

Chopinet matiza. “Cuando la unidad productiva funciona, tenés que ponerle esfuerzo para que no se aísle. Porque las compañeras se quedan, por ejemplo, todo el tiempo trabajando y no participan de las asambleas o de las decisiones políticas. Y se entiende: tienen trabajo y quieren meterle para adelante, y hay que decirles ‘pará un poquito. Paremos una hora y escuchá la asamblea, las decisiones que toma el movimiento’”.

Darío y Maxi

Darío Santillán no era un planero”, dice Cano en una definición que sorprende. “Era un pibe de clase media, que no tenía las necesidades de los vecinos y vecinas que él ayudaba a organizarse. Fue un pibe que dejó la comodidad de su casa para ayudar, porque él no venía de un barrio popular, su papá era enfermero. No tenía por qué ir, involucrarse en la toma, preparar la olla popular y qué se yo”.

Casi ninguno de los que trabajan en el polo textil lo conoció personalmente. Por eso en las asambleas proyectan los videos que cuentan su vida y la de Maximiliano Kosteki.

Vilma lo piensa como un adolescente. “No es que ya había recorrido la vida”, remarca, tal vez porque su hijo, el que nació el 26 de junio de 2002, se acerca a la edad que entonces tenía Darío Santillán. Hoy, como ella, trabaja en los emprendimientos.

Enseguida aclaran que los polos productivos “no son la panacea ni el objetivo último” de la organización social. “El productivo puede resolver la situación, pero la pelea es otra”, señala Fabián Olivetto. “Esta es una lucha colectiva y que nos involucra más allá de estar con una máquina de coser o de hacer bloques. Es cierto que hay un salto de las organizaciones sociales, un avance desde 2001 a hoy, con algunas más consolidadas y otras menos, pero esto que estamos haciendo con los productivos no es una salida. Lo puede ser en cuanto a garantizar un piso de ingresos, pero la clave está en la otra discusión”.

“Acá hay toda una militancia que viene de ese proceso. No son cuadros iluminados que dijeron 'qué linda la revolución, vamos a ver cómo nos sumamos'. Son compañeros que vienen haciendo un camino desde la necesidad, que hicieron una formación, que tienen una participación en la práctica y en la lucha, que es lo que nos da cuerpo. Y eso no es menor”, señala. Y lo remarca:  “no es menor”.