Radu Durbac y Florica Murariu son dos glorias del rugby rumano. Los asesinaron en diciembre de 1989 durante la caída del régimen de Nicolae Ceaucescu. Un memorial los recuerda hoy en el complejo deportivo Ghencea del Steaua Bucarest. El ex club del ejército ahora privatizado y en manos de un magnate ultraderechista, el mismo que en fútbol perdió la Copa Intercontinental con River en 1986 y que también los homenajea con un torneo llamado Héroes de la Revolución. Otros jugadores como ellos – fueron identificados cuatro más - murieron en aquellos días del levantamiento popular que terminó con una parodia de juicio. Todo fue filmado, inclusive el fusilamiento exprés del presidente comunista y su esposa Elena. Algunos de esos rugbiers se rebelaron contra el gobierno, otros perdieron la vida en situaciones confusas.

Aquella fue la etapa de mayor crecimiento del rugby en Rumania, que incluyó victorias contra potencias como Francia, Gales y Escocia entre las décadas del ’70 y ’80. Ese período no se repetiría en los años siguientes. Pero la generación de Durbac y Murariu dejó una marca en la historia política de Rumania que siguió al desplome de la Unión Soviética.

Bobby, el hijo de Radu, heredó la pasión de su padre por el deporte. También fue rugbier y se dedica al marketing en su empresa Durby. Además trabaja para la federación que se acaba de clasificar para el Mundial de Francia 2023 por una decisión administrativa. España incluyó mal a un jugador neozelandés nacionalizado y quedó descalificada en beneficio de Rumania.

Durbac (h) es uno de los hombres que intenta mantener viva la memoria de los deportistas que murieron a manos de la Securitate –la policía del Estado– y las fuerzas armadas, a pesar de que varios pertenecían a ellas en los días previos a la navidad del ’89. Su padre fue impactado por una bala perdida el 23 de diciembre cuando se encontraba en el boulevard Ghencea, que toma el nombre del barrio donde se encuentra la cancha del Steaua. Murió en un hospital y por su condición de militar se lo ascendió post mortem al rango de teniente coronel. Fue declarado mártir y una calle de Bucarest lleva su nombre. Bobby se enteró que había sido una de las primeras víctimas en la revuelta contra Ceaucescu y que le disparó un soldado por testimonios de otros militares.

Murariu con la camiseta del Steaua Bucarest, el club que los homenajeó.

Radu había sido internacional en el seleccionado rumano igual que Florica, otro oficial del ejército asesinado por un balazo en la víspera de la Nochebuena. También compartieron equipo aunque entre los dos había algunas diferencias. Durbac le llevaba once años a Murariu. El primero había nacido en 1944 y el segundo en 1955. El mayor ya había abandonado el rugby en 1989 y el segundo, a los 34 años, todavía seguía jugando.

El 24 de diciembre Florica se dirigía a la sede del club “cuando un militar le disparó en un filtro de seguridad a la salida de una estación de metro en Drumul Taberei”, escribió el periodista rumano Petru Clej en una crónica del 21 de diciembre de 2018.

La muerte de Durbac nunca fue esclarecida pero sí la de Murariu. Costica, su hermano, se enteró varios años después quién lo había asesinado pero no consiguió que se hiciera justicia. Y eso que Florica había sido declarado héroe mártir de la Revolución de 1989, por el decreto 30/1992.

Costica lo recordó en una entrevista que le hicieron el 20 de diciembre de 2014. Había iniciado una investigación por su cuenta y comprobó que el crimen estaba esclarecido. Acusó al fiscal de haber ocultado la noticia, acaso por los años de turbulencia que siguieron al derrocamiento de Ceaucescu. Según él, las pruebas se encontraban en el expediente judicial: “Todo estaba escrito allí, que el soldado Lepadatu Fanica de Petrila, condado de Hunedoara, admitió que le disparó a mi hermano y que se decidió no iniciar la investigación criminal. Todo terminó en 1993 y no sabíamos nada” contó en aquel reportaje del sitio deportivo rumano Pro Sport.

Un afiche sobre las actividades de un homenaje a los rugbiers asesinados.

Murariu, obligado a identificarse en un retén militar, fue acribillado cuando metió la mano en su abrigo y según el medio, ese gesto fue percibido como “una amenaza” por el soldado Fanica. El jugador de la selección rumana y del Steaua llevaba debajo una camiseta extraña. La de un país africano al que Florica había enfrentado en el pasado: Zimbabwe. Quizás por esa razón el asesino creyó ver en él a un agitador extranjero. La bala que le disparó, calibre 7,62 mm de un fusil de asalto, lo hirió de muerte.

En aquellos días de diciembre del ’89, otros cuatro rugbiers rumanos cayeron en medio de la insurrección. Todos eran mucho más jóvenes que los consagrados Durbac y Murariu. A Petre Astafei de 19 años lo mataron en la Plaza de la Revolución. Su hermana Alina fue subcampeona olímpica de salto en alto en Barcelona ’92, pero se radicó en Alemania y continuó compitiendo por ese país. Florin Butiri de 20 y Bogdan Stan de 21 jugaban como Astafei en el club Rapid y Cristian Toporan de 22 en el Energía Bucarest.

El memorial levantado en honor a los rugbiers asesinados en Ghencea es un lugar de peregrinación. En su construcción sobresale una cruz donde se recuerda a Radu y Florica. El primero visitó la Argentina en marzo de 1973 en una gira del seleccionado rumano. Fue el jugador más destacado y goleador de su equipo en los partidos contra Los Pumas y combinados del interior que enfrentó. Rumania había viajado invitado en reemplazo de Inglaterra que declinó hacerlo sin demasiado preaviso.

El Memorial en homenaje a los dos rugbiers asesinados.

Murariu participó en el primer Mundial de rugby en Nueva Zelanda ’87, dos años antes de que cayera Ceaucescu. En 1988 jugó y fue capitán contra Gales en Cardiff cuando la selección de su país ganó 15 a 9 el partido más importante de su historia. Aquella Rumania en su mejor época se quedó en la puerta del torneo de las Cinco Naciones al que siempre quiso sumarse. Nunca más volvió a igualar el nivel internacional de esa etapa. El advenimiento del profesionalismo le pasó por encima.

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