En la vida cotidiana no cesa de constatarse que las parejas siempre desparejan, que en la pareja el malestar no cesa de estar presente, a veces larvado, a veces estallando bajo esas formas diversas a las que solemos referirnos con el significante “crisis”. A su vez, en el corazón del síntoma que es el nombre de la infelicidad en psicoanálisis, encontramos siempre el problema de la pareja, o más precisamente, la pareja como problema. Tomemos los casos de Freud. Desde el caso Emma, hasta Dora, no hay uno solo en el cual no se encuentre el problema de la relación con el hombre. “Todas enfermas del hombre”, como diría Lacan. En el caso del “Hombre de las ratas”, se trata de elegir una mujer, la ama obsesivamente, no puede dejar de pensar en ella, pero al mismo tiempo no puede decidirse a casarse con ella.

Hay algo que no va entre los hombres y las mujeres. Nos quejamos de eso un día sí y otro también. Pero más allá de su queja y de lo que los sujetos puedan expresar conscientemente, su malestar se dice, sin que ellos lo sepan, a través de sus síntomas. Más allá de su presentación fenomenológica, y aunque aparentemente no tengan nada que ver con la sexualidad, los síntomas tienen siempre una causa sexual, éste fue el descubrimiento de Freud. Descubrió que es porque hay algo fallido en la sexualidad por lo que tenemos síntomas, los cuales encierran una satisfacción substitutiva. Desde luego la satisfacción del síntoma es paradójica, el sujeto no puede reconocerla como tal porque no le contenta sino que le hace sufrir. Pero si Freud no duda en hablar de satisfacción a propósito del síntoma es porque el sujeto se aferra a él, el síntoma es lo que dura, lo que se repite en la vida de un sujeto.

¿Por qué las relaciones entre los sexos se saldan con un malestar que no cesa en su insistencia? Esta pregunta atraviesa de un extremo a otro la obra de Freud. El rumbo que sigue es muy demostrativo. Al principio, en un texto titulado “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” Freud parte de los síntomas y hace responsable de ellos a la cultura de su tiempo, a la moral victoriana de su época. Esta impone fuertes restricciones a las pulsiones sexuales y el resultado es que estas pulsiones reprimidas retornan bajo la forma de síntomas, es la nerviosidad moderna. Es por eso que concluye su texto reclamando la necesidad de urgentes reformas sociales. 

Pero al final en “El malestar en la cultura” llega a la conclusión de que la perturbación en la sexualidad es inevitable, que hay algo desencajado en las relaciones entre el hombre y la mujer que impide que se encuentren verdaderamente. Es decir que por más reformas sociales y culturales que hagamos hay un saldo de malestar en la sexualidad que es incurable, un malestar que no es efecto de tal o cual cultura sino que es malestar en la cultura. Y es que, nos dice Freud, el pasaje de la naturaleza a la cultura supone que el hombre soporta una pérdida fundamental, la de la relación natural con su propio cuerpo y con el de los demás, lo cual tiene un efecto devastador sobre la sexualidad. Esta queda afectada por un déficit incurable que impide su satisfacción plena.

 

*Psicoanalista en Madrid. Fragmento del artículo homónimo en Revista Punto de Fuga.