Qué de nuevo tendría para decir Fernando Cabrera que no haya dicho aún. Veinte discos en total, incluidos los iniciáticos con MonTRESvideo y Baldío, en cuarenta y tres años de trayecto musiquero, dan una cuenta suficiente como para llenar todos los vacíos, los huecos, las ausencias. Hay mucha música ahí. Muchísima. Hay historias. Hay vida. Hay letras y sonidos como para hacer dulce, whiskys y licores de todos los gustos. Hay una estética construida con paciencia de araña, con sabiduría de alfarero… con una sensibilidad tracción a introspección pocas veces vista. U oída. Porque Cabrera es de esos músicos adorados por melómanos, periodistas y expertos en poner en palabras donde no siempre se puede: las vísceras mismas de una canción. Pero cuando parece que está todo dicho sobre él, o que incluso él mismo dijo todo, el tipo aparece con algo sorprendente. Y rompe.

Lo sorprendente y nuevo de hoy --lo que rompió-- se llama Simple, disco de diez maravillosas piezas musicales que le publicó originalmente el sello Ayuí/Tacuabé en su querida Montevideo, que luego hizo lo propio Acqua Récords aquí, y que tocará por primera vez en Buenos Aires, tras la pandemia que lo ensimismó –tratándose de quien se trata, claro-- más que la media. “En Uruguay lo presenté en el Anfiteatro del Sodre. Fue mi primer streaming y salió muy bien, excelente diría yo, con cuidados detalles de escenografía, y de imágenes”, comenta él ante PáginaI12. Tal vez, para dejar en claro que los temas ya tienen un entrenamiento en vivo, y que las presentaciones del miércoles 13 y el jueves 14 de julio en el Teatro Astros (Corrientes 746) solamente acompañado por el multiinstrumentista y cofundador de Perotá Chingó, Diego Cotelo, serán una consecuencia de temas ya caminados. “La verdad es que extraño todo de ir a tocar Buenos Aires, porque allí me hacen sentir muy bien en todo sentido. Además, siempre tengo pendiente hacer cosas que nunca hago por falta de tiempo. Me refiero a cosas de turista, porque siempre que voy a la Argentina a actuar llego sobre el pucho, y me voy enseguida. Y esto es una pena, porque la ciudad implica para mí lo mismo que para cualquier uruguayo: es la metrópolis de la región. Está muy impresa en el imaginario y eso es algo que heredamos de nuestros padres y abuelos. Los uruguayos siempre hemos sido consumidores de su cine, de su televisión, de sus deportistas, de su música y de sus escritores, entonces está muy presente” aproxima Cabrera, antes de llegar al punto.

El punto es abordar el trabajo que (la) rompió, y no por haber sido recientemente nominado en el rubro “Mejor disco de canción de autor” para los premios Gardel, sino porque es bueno de verdad. Porque nada le sobra ni le falta. Porque, económico y riguroso, el cantautor de Paso Molino siempre tiene algo para decir en cada canción. Por eso rompe cada vez que hace. “Simple es un disco muy importante para mí, porque en él presento un modo distinto de grabar, una forma no practicada en mis discos anteriores, quiero decir. Aquí estoy solo en el estudio, toco y canto todo yo. Y además hay algunas canciones con estructuras bastante osadas que me gustan mucho”, confiesa este hombre trabajador que supo ser taxista, maestro, copista de sinfónica, empleado de concesionaria de automóviles y periodista.

(foto: gentileza Pablo Cazarre)

No queda otra entonces que entrarle a las partes para desencriptar ese todo “bastante” osado. Hay una llamada “Estaba en otra vida” que refleja al detalle el modo en que Cabrera grabó su último disco: a voz y guitarra pelada, pero con un detalle que la desmarca del resto… un estribillo recordable, formidable, bellísimo, al principio y al final: “Vivir es volátil como el fuego / amar es crecerse poco a poco / y entre los riesgos del juego / y los confines del loco / estás vos, estamos nosotros”. “Es la única que quedó así”, ríe el hombre desde la ciudad celeste. “Es la fórmula clásica del pop ¿no?, y la verdad es que me encanta esa fórmula pero me cuesta mucho… mi mente es bastante barroca o sobrecargada y así también me salen las canciones. Ojalá pudiera repetir esa fórmula más veces”, admite.

-¿Le pusiste Simple por razones de austeridad, de búsqueda de lo elemental, de economía de recursos? ¿De qué, si no?

-La verdad es que creo que no es un buen título… es algo engañoso. Me parece que fue para hacerme creer a mí mismo que estoy haciendo cosas más simples, pero no sé si logré ese propósito.

-A juzgar por la letra de “Mañana será otro día” pareciera que sí, que lo lograste, al menos en esa parte. Eso de “Estaban todos dormidos /la noche fue a descansar / felices todas las caras / quieto el mar”, no tiene mucho de barroco.

-Tiene de campamento, de barra de la secundaria, de chica que va ilusionada por que pase algo con el chico que adora, y éste chico se ennovia con la mejor amiga de la primera chica y ésta tiene que fingir alegría y apoyo. Es eso.

Bien ahí, pero los temas que más le gustan a él son otros. Uno se llama “Diario de viaje”, donde lo que emerge como belleza en una pluma atávica describiendo un amanecer campero poblado de imágenes fuertes, sugerentes, de inusitada fuerza y belleza, como esa que dice: “La noche se va diluyendo / el campo sonroja / el benteveo y un carro /yendo para el norte, trasladan su nota”, cantada en pleno movimiento, descriptiva, como viendo todo desde arriba de un caballo.

Otra --esta sí de las barrocas-- se llama “Era el águila de la libertad”, y es la que abre el disco. La que completa su tríada preferida, en tanto, lleva por título “La Estancia”, una canción habitada por personajes secundarios que no lo parecen, como esos picaflores del molino que acarician el prado. “Son actores secundarios, sí… pasaban por allí cuando los niños y los perros cruzaban el alambrado. Al igual que el bosque, son cortina”, aclara Cabrera, metido dentro de una historia que empero destella por otro motivo: la rapiña inglesa en los campos del Río de la Plata.

-Siempre hay algo del siglo XIX, algo campero, en tus canciones. Por caso, arrancás el tema “50 años de Horacio” igual que el Martín Fierro… “Aquí me pongo a cantar…”

-…”en esta viola prestada”, sí (risas). Es una canción que le hice a mi hermano Horacio por su cumpleaños, recurriendo a esa forma de Hernández, pero que ya existía antes. Que es propia de payadores.

-El disco contiene también un tema de tono bíblico, religioso: “Cartas a Cristo”, en el que hacés mención de Santiago, Simón y Juan el Bautista. ¿Por qué te metiste ahí?

-Bueno, la canción es como una reescritura de episodios de La Biblia, y quedé muy conforme con el resultado… pero ya he recibido intimidantes sugerencias de fundamentalistas cristianos: lamentable.

-Letras fuertes y muy pobladas, como siempre; músicas misteriosas, sugerentes, también. ¿Cómo es tu método de composición?, ¿privilegiás la letra por sobre la música, o la música por sobre la letra?

-No, no privilegio ninguna de las dos, porque lo principal es el resultado de la suma de ambas… se trata de una tercera cosa que es la canción. Una canción nunca es letra y música, o música y letra. Es un todo.

-Pero no todos los que componen piensan así… A propósito, ¿en qué momentos creás? ¿qué situaciones o estados te motivan?

-En cualquier momento, no importa dónde esté. Si me llega una idea trato de anotarla de inmediato, al menos lo básico. Luego, también en distintos momentos y lugares, la voy puliendo. A veces en mi casa, a veces en bares, a veces en viajes, en fin. Me pasa que arranco con una letra y la pulo... la puedo tener dos años en una carpeta, les cambio una palabra, la vuelvo a guardar, la mastico de una forma mucho más lenta que cuando era más joven, tal vez.

Lo que le sale en cualquiera de esos lugares o de esas circunstancias cuando aparece la inspiración es un compendio de mucho decir en formas sintéticas. Es así desde aquel promisorio debut solista a caballo de otro excelente disco (El viento en la cara, 1984) y Simple. “Para mí es un propósito que las palabras digan mucho en un formato comprimido. Como una pastillita con mucho adentro”, aclara. “Le escapo a la prosa lineal para buscar características más propias de la poesía. Esto no quiere decir que me considere poeta, ojo, sólo trato de decir cosas con la menor cantidad posible de palabras. Que éstas tengan links internos, que te remitan a otras cosas... un poco la razón de ser de la metáfora. Las canciones siempre nacen de la necesidad de sacar las cosas para afuera.

-¿Es esta la única razón de ser de una canción?

-A ver... canto desde los seis años y se ve que dentro de mí se fue naturalizando la noción de que te podés expresar a través de una canción. De niño era muy introvertido, tímido. He sido un pibe de muy baja autoestima, jamás me llevé el mundo por delante. Por eso encontré en la canción un refugio. Para un tímido que siente que nunca le va a ganar a nadie, que va a ser un derrotado, fue una maravilla poder inventar una canción.

Para los conciertos en el Astros, el vate musical tiene pensado también estrenar una canción nueva llamada “Manta y Rocío”. Lo único que adelanta sobre ella es que, “además de esas dos cosas”, se trata de un apellido y un nombre. “Por lo demás, voy a tocar varias canciones de Simple, sí, pero acompañadas de otras del resto de mi repertorio”, brinda como toda info preshows. La última vez que Cabrera dio un concierto suyo –solista-- en Buenos Aires fue hace dos años, pero no fue la última vez que subió a un escenario porteño. Hace dos semanas participo de “Discos Esenciales”, el ciclo homenaje a Luis Alberto Spinetta organizado por el Centro Cultural Kirchner. Su participación fue acompañar a Loli Molina y Hernán Jacinto, en su desafío de abordar el maravilloso Artaud. “Me asignaron el tema `A Starosta el idiota` y salió muy bien. Fue una muy linda experiencia, porque además conocí notables músicos que integraban la banda estable, y también a los jóvenes Mat Alba y Noe Recalde. Siempre trae buenas cosas cruzar el río”, concluye el hombre que supo trabarse en tándems con Jorge Fandermole, Eduardo Darnauchans, Rubén Rada, y Eduardo Mateo, nada menos.

Un rescate en vinilo

Que Cabrera transitó, transita y transitará por los bellos márgenes de la industria musical acaba de sumar un dato trascendente: Fines, disco publicado originalmente en 1993, poblado por las presencias luminosas de Mariana Ingold, Osvaldo Fattoruso y Alberto Magnone, y dotado de tremendas canciones –“La Balada de Astor Piazzolla”, “La azotea”, “La casa de al lado” y “Décimas porteñas”, entre ellas-- acaba de ser reeditado en vinilo. “Lo estuve remezclando durante un año y medio. También se hizo un nuevo masterizaje adecuado a vinilo y quedó sensacional… es mi disco más orquestado (con arreglos míos) y es uno de los orgullos de mi carrera.”, se manda Cabrera, que realizó la labor junto al mismo técnico que lo grabó en 1992: Óscar Pessano. La feliz edición se suma a una zaga vinilera cuyo antecedente más próximo es el de El tiempo está después, su quinto trabajo solista –el de “Vidalita fea”, “Copiando la lluvia” y “La garra del corazón”-- editado originalmente en 1989 por el sello Orfeo, cuya conversión al vinilo obtuvo el Premio Graffiti 2019 a la “Mejor Reedición”.