Sobre Avenida del Libertador a la altura de la General Paz los autos pasan a toda velocidad y el ruido a motores que van y vienen invade por completo el espacio. Es una mañana fría, nublada, y la rutina se desarrolla de manera habitual en la Ciudad de Buenos Aires. Pero a unas cuadras de ahí, caminando por unas calles angostas que se extienden por debajo de los cruces de autopistas y que no parecen haber sido diseñadas para peatones, el paisaje más natural y la humedad propia de las cercanías del río van ganando protagonismo ante el imponente gris cemento. Por esa zona se encuentra el Centro Verde Núñez.

En ese predio funciona Las Madreselvas, una de las 12 Cooperativas que tiene a cargo el Servicio Público de Recolección Diferenciada en la Ciudad, y que con unas 600 personas trabajando entre la planta y la calle, es uno de los mayores puntos de recepción, clasificación y procesamiento de materiales reciclables de CABA. “La cooperativa se creó como respuesta a todas las adversidades a las que nos tuvimos que enfrentar durante años por tener que salir a trabajar a la calle para poder llevar un plato de comida a nuestras casas”, sintetiza Bety Brepe, coordinadora del sector de mujeres y una de las primeras trabajadoras en llegar a esta agrupación que, según coinciden la mayoría de sus integrantes, es un sueño hecho realidad a base de organización, militancia y una inmensa lucha colectiva.

Foto: Constanza Niscovolos


Del cirujeo al ambientalismo popular

En un salón amplio con mesas, sillas y paredes decoradas con distintos retratos de mujeres cartoneras trabajando, las recuperadoras y promotoras ambientales de la cooperativa, que empezaron su día laboral a las ocho de la mañana, se toman un descanso para conversar con Las12 y recorrer el predio del Centro.

“Empecé haciendo esto en 2001”, cuenta Bety: “Tengo cuatro hijos y mi marido se había quedado sin trabajo, así que decidí salir con otras compañeras a buscar cosas. Veníamos en tren a Capital todos los días, primero con un changuito de mano y después con esos carros grandes de supermercado. Y cuando empezó a explotar todo lo que pasó ese año veíamos cómo cada vez se iba sumando más gente para hacer lo mismo”.

El tren que menciona Bety es el que poco después se conoció como el Tren Blanco, un servicio especial que durante la crisis del 2001 trasladaba cartonerxs, principalmente desde la Provincia de Buenos Aires hasta la Ciudad: “Hasta que pusieron ese servicio fueron momentos muy difíciles, porque el cirujeo estaba prohibido por una ordenanza que se arrastraba desde la dictadura, y si te llegaban a ver con el carro te requisaban la mercadería y te podían llevar presa”, recuerda también la coordinadora.

Para quitar esa medida, en 2002 la Legislatura sancionó la Ley 992, que declaró al Servicio de Higiene Urbana como servicio público e incorporó allí a lxs recuperadorxs que iban a diario a la ciudad con el fin de otorgarles nuevos derechos y obligaciones. Pero cuando cinco años más tarde Macri asumió como Jefe de Gobierno porteño, ese servicio de trenes quedó suspendido, y a modo de reclamo, lxs trabajadxs comenzaron a realizar una serie de acampes en distintas plazas de Buenos Aires. Las autoridades respondieron con una fuerte represión, y eso provocó que lxs cartonerxs empiecen a organizarse de manera más colectiva para realizar la primera marcha a la Jefatura de Gobierno.

Fue así como lograron que su trabajo y sus demandas sean reconocidos, y una de las medidas más importantes que tomó el Gobierno en ese entonces fue el alquiler de camiones para poder trasladar a los carros desde Provincia hasta Ciudad, lo que a su vez ayudó a consolidar aún más la organización de lxs trabajadorxs y el surgimiento de la mayoría de las cooperativas de recuperadorxs urbanxs que actualmente existen en CABA. Así nació Las Madreselvas en 2009, y gracias a la Ley 1854 de Basura Cero, sancionada unos años antes, el Gobierno de la Ciudad reconoció su responsabilidad en la gestión de residuos, creó el Centro Verde Nuñez y comenzó a aportar dinero para que ese servicio público pueda ser realizado.

¿Cuál es el rol de las mujeres y disidencias en la historia del mundo cartonero y de las cooperativas? "Las Madreselvas sin dudas surge con todo el movimiento de mujeres, porque después de la crisis del 2001 los varones habían perdido el laburo, salían con changas o estaban deprimidos, entonces fuimos nosotras las que salimos a bancar la olla; poníamos a lxs pibxs arriba del carro y salíamos a la calle a trabajar todo el día para poder darles algo de comer. Por eso no es casual que hoy la cooperativa tenga una presidenta y una tesorera mujer, que la mayoría de los cargos de coordinación sean comandados por mujeres, y que del Consejo de Administración de 11 personas, nueve también sean mujeres”, dice Melina Riquelme, vocal y una de las promotoras ambientales de la cooperativa.

Una gran maquinaria humana se activa con Las Madreselvas, desde la recolección de residuos y su recuparación y separación hasta la concientización puerta a puerta. Foto: Constanza Niscovolos


Trabajar para un mundo mejor

Plásticos, botellas, cartones, papeles, latas, bolsas. Todo eso cae de la boca de las tolvas y circula por las cintas transportadoras de las máquinas seleccionadoras, mientras de fondo suena alguna música fuerte: rap, cumbia, reggaeton. Lxs recuperadorxs, ubicadxs a los costados de las cintas con guantes, cascos y trajes especiales, van separando manualmente el material que llega para depositarlo en los recipientes que están debajo de las máquinas. Son alrededor de 12 personas haciendo eso, a cada una le toca un material distinto según el día, y trabajan sin parar, durante horas.

Pero esa solamente es una parte de la tarea, porque para que el material pueda llegar hasta ahí hay mucho más trabajo detrás. Por un lado, están las promotoras que recorren los barrios a pie haciendo un relevamiento puerta a puerta para concientizar a cada vecinx sobre la importancia de separar los residuos, y lxs recuperadorxs ambientales que hacen la recolección domiciliaria. Y por el otro, la recolección diaria que hacen los operarios de los camiones que llevan las pilas infinitas de materiales reciclables hasta la planta desde lugares como las campanas verdes, los edificios, los supermercados y las fábricas.

Es toda una gran maquinaria humana lo que sucede en Las Madreselvas; una rutina de trabajo extraordinaria que funciona gracias al esfuerzo y la dedicación de lxs recicladorxs urbanxs, que se dividen en grupos para poder organizar todas las etapas del proceso: desde recuperar los materiales en la calle, hasta pesarlos, clasificarlos y compactarlos en fardos para que luego puedan ser vendidos a las empresas especializadas en reciclaje.

Andrea tiene 32 años y desde hace un tiempo se ocupa de separar el material en la tolva: “A veces las cosas que recibimos están limpias y en buen estado, pero también pasa que llega mucha basura, mucha mugre, en las bolsas verdes. Nos pasó por ejemplo de recibir pañales, toallitas, o hasta incluso jeringas; y como la cinta va rápido tenemos que estar muy atentxs para no lastimarnos”. Por eso para Andrea es fundamental que la gente aprenda a hacer una correcta separación de los residuos, porque “todo lo que consumimos en nuestras casas y después descartamos no termina ahí, tiene un largo camino por delante e implica el trabajo de un montón de personas que están ocupándose de eso”.

Ese proceso que menciona la recuperadora también ocurre antes, en la creación de cada material. Melina, otra de las integrantes de la cooperativa, comparte también una reflexión sobre la importancia de pensar en los orígenes de todo lo que se tira: “Cuando nos deshacemos de una botellita de plástico por ejemplo, junto con ese material también estamos tirando todo el trabajo previo que se hizo para que eso pueda existir: la mano de obra de todxs lxs compañerxs, los materiales usados, la energía, el agua, la extracción de minerales, el petróleo… creo que todavía nos falta tomar mucha conciencia sobre el gran daño que le estamos haciendo al medio ambiente y a nosotrxs mismxs al no tener en cuenta todas esas cosas”.

Doce personas van separando manualmente el material que llega para el reciclado. Foto: Constanza Niscovolos.


Un colapso anunciado

Desde hace ya mucho tiempo, la problemática de los residuos en Argentina es extremadamente alarmante, y cada año que pasa la situación empeora aún más: en la actualidad existen cinco mil basurales a cielo abierto en todo el país -sitios donde se disponen residuos sólidos de forma indiscriminada, sin control de operación y con escasas medidas de protección ambiental-, lo que en promedio significa más de dos basurales por cada municipio. La mayoría de ellos son formales, es decir que son el modo oficial en que los gobiernos locales eliminan su basura.

Solamente en la Ciudad de Buenos Aires viven más de 3 millones de personas, y según datos recopilados por las mismas promotoras ambientales de Las Madreselvas, se estima que se generan 8 mil toneladas de basura por día, incluyendo los residuos domiciliarios y los restos de poda y demolición, lo que equivale a 800 camiones de residuos repletos. El 73 por ciento de estos materiales llegan a recibir algún tratamiento, y entre lo que se recupera y los que rescatan lxs recicladorxs, se logra reutilizar la mitad. Las 3 mil toneladas restantes, se terminan enterrando en el CEAMSE. “La Ciudad de Buenos Aires está llevando sus residuos a las zonas más carenciadas de la Provincia, y que eso pase es muy injusto porque ¿por qué lxs pobres tienen que hacerse cargo de la basura que generan lxs ricxs?”, se pregunta Melanie Fernández, promotora ambiental de Las Madreselvas.

Desde que se creó el CEAMSE, los espacios destinados a la disposición final de la basura tuvieron que triplicar sus dimensiones. Y a este ritmo vertiginoso de generación de residuos, se calcula que dentro de muy poco esos terrenos se deberán seguir ampliando. “El predio del CEAMSE está colapsando, y esa forma de gestionar los residuos no es para nada sustentable, tanto por lo que perjudicial que es para el ambiente, como por las pésimas condiciones en las que se trabaja ahí, porque lxs compañerxs no tienen ningún tipo de equipamiento, protección, ni seguro; están totalmente expuestxs. Es indignante ver que más allá de la gravedad de la situación, la gente sigue tirando basura todos los días como si nada", dice Melina.

La revolución de reciclar

Al mediodía, el encuentro con las recuperadoras urbanas va llegando a su fin. Pronto ellas almorzarán todas juntas en el predio como lo hacen habitualmente y luego seguirán con la jornada laboral.

A Melina y a Melanie, dos de las promotoras ambientales, les resulta importante mencionar cuáles son los materiales que se pueden reciclar y cómo hay que hacer para separar los residuos: “Básicamente, los materiales reciclables son: plástico, vidrio, metal, papel y cartón. Cada persona en su domicilio tiene que poner una bolsa verde y una negra, en la primera va el material reciclable, y lo ideal sería que en la negra vayan muy pocas cosas”. Bety, por su parte, dice que además de hacerle un gran aporte al medio ambiente, separar los residuos también ayuda a generar fuentes de trabajo: “Todo lo que se ve acá es gracias a eso”, señala.

Las trabajadoras también explican que otra cuestión fundamental para reducir los residuos no reciclables es tener una compostera en casa: “El 50 por ciento de los residuos se pueden compostar. Es muy fácil hacerlo y la tierra abonada que se forma de eso es ideal para usar en macetas, o para armar una huerta de verduras y frutas orgánicas que no usen productos químicos”.

Melina aclara que si bien todas estas cuestiones son fundamentales, de todas formas no dejan de ser acciones individuales, y que para que la transformación realmente suceda, es urgente que el Estado implemente políticas públicas como el proyecto de Ley de Envases con Inclusión Social, una norma que obliga a las grandes empresas a pagar un impuesto por los envases que producen e introducen en el mercado. “Eso serviría mucho para que quienes generan tanta basura se hagan cargo de lo que hacen, y ese impuesto también ayudaría a que se sigan creando puestos de trabajo como los de esta cooperativa. Tenemos que insistir para que salga esa ley, porque si pudimos con la 992 y la 1854, con esta también vamos a poder”.

Antes de despedirse, Melina recuerda una anécdota sobre los días en los que ella, siendo aún una niña, acompañaba a trabajar a su madre, una de las primeras cartoneras que salieron a la calle a ponerle el cuerpo a la crisis de 2001 y que, sin saberlo, fue parte de esos primeros pasos fundamentales para lograr todo lo que siguió después. Al relatar esto, la promotora no puede evitar emocionarse, y Bety, que también formó parte de ese momento, se acerca para darle un abrazo mientras cuenta:

“Ella antes era tímida, callada, y ahora nada que ver, aprendió un montón de cosas y no para de hablar. Cuando veo cómo nos fuimos transformando, cada vez me convenzo más de que lo que hacemos acá es revolucionario, porque empezamos juntando cartones con un carro de supermercado, y mirá donde terminamos.”