Ensañamiento ha sido una de las palabras más escuchadas de las últimas semanas. Un vocablo empleado para describir el feroz hostigamiento que el gobernador de Jujuy Gerardo Morales aplica a la líder de la organización Túpac Amaru: Milagro Sala. Vale tomar nota de uno de los significados que el diccionario atribuye a esta palabra: “Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posible a quien ya no está en condiciones de defenderse”. Definición por demás pertinente para describir el flagelo del que ha sido víctima Milagro desde que fue encarcelada a principios de 2016. Morales cuenta con una justicia totalmente servil a sus designios que le ha permitido encerrar durante siete años a una opositora a su gobierno sin sustento jurídico alguno. Un escándalo solo comparable con las prisiones preventivas aplicadas a exfuncionarios kirchneristas durante los cuatro años del gobierno macrista.

Las causas inventadas, los testimonios falsos, la animosidad manifiesta de los jueces hablan de una arbitrariedad desde todo punto de vista inaceptable para un estado de derecho. De esta forma, la cárcel de Milagro Sala constituye el ejemplo más palmario y ominoso del law fare en nuestro país. De hecho, la Corte Suprema de Justicia de la Nación continúa sin pronunciarse sobre este aberrante abuso de poder en aquella provincia del norte argentino. Lo cierto es que hoy Milagro está sujeta a los caprichos de un mandamás que manipula la justicia a su antojo. Por algo este diario cuenta, día tras día, el tiempo que la lideresa de Túpac Amaru lleva acumulados en su condición de presa política, para decirlo de una vez.

Ahora bien, desde el punto de vista subjetivo, el deleite presente en el ensañamiento hace referencia al sadismo. Este vocablo deriva de la gesta del Marqués de Sade, un hombre tanto más valiente y brillante que sus vulgares epígonos, y cuya magnífica obra literaria testimonia uno de los aspectos más controvertidos de la naturaleza humana: la atracción por gozar del Otro. "Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él", escribió el Marqués en los agitados finales del siglo XIX francés. Sade terminó su vida en la cárcel y no está claro si la penitencia castigó su trasnochada insensatez o la sinceridad con que su manifiesto desnudaba la hipocresía de su época. Un rasgo presente también en nuestro espacio y tiempo en el que, con el pretexto de defender la República, desde la oposición política se ataca y se denigra todo elemento que encarne lo diferente: desde los pueblos originarios hasta el lenguaje inclusivo, pasando por la militancia popular o los indigentes.

No por nada el diccionario agrega algo más sobre el ensañamiento: considera al vocablo como un derivado del latín insania (locura furiosa, demencia). Lo cierto es que cualquiera que haya prestado atención al discurso que Morales profiere con referencia a la lideresa jujeña bien puede constatar el acierto en el empleo de tal palabra. Los últimos hechos de esta tan triste e ignominiosa historia hablan por sí solos. Milagro fue internada hace unas semanas afectada por una severa trombosis en una de sus piernas. El ensañamiento de Morales lo llevó a poner un policía de custodia junto a su cama y, de paso, hacerle saber de que un trasnochado cómputo de su pena --en la absurda causa del “robo de bombachas”-- la obliga a permanecer en prisión hasta mediados de 2024. ¿Qué otro propósito que el de martirizar --esto es: torturar-- a quien no tiene posibilidad alguna de defenderse? De hecho, “Gerardo Morales la quiere muerta a Milagro”, señaló el secretario de Derechos Humanos de la Nación Horacio Pietragalla Corti. Pronunciamiento que desembocó en la oportuna visita efectuada por el presidente de la Nación, Alberto Fernández, al mismísimo sanatorio donde se encuentra internada Milagro.

Ahora bien, si de ensañamiento se trata, en estos mismos días en que hablamos de una presa política en pleno estado de derecho, falleció en una cárcel común Miguel Etchecolatz, uno de los más sanguinarios genocidas del terrorismo de Estado que asoló a la Argentina durante la última dictadura. Este excomisario repudiado por su propia familia estuvo al frente de la Dirección General de Investigaciones de la Policía Bonaerense durante los años 1976 a 1979, puesto desde donde tuvo a su cargo no menos de veinte centros clandestinos de detención. En 2006, el testimonio de Julio López permitió constatar que Etchecolatz no solo daba órdenes sino que también actuaba: “no tenía compasión”, precisó López, quien también detalló que Etchecolatz pateaba a los secuestrados. Una vez más: “Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posible a quien ya no está en condiciones de defenderse”.

Por cierto, la estremecedora desaparición de Julio López un día antes de la sentencia a cadena perpetua prueba de que velar por el pleno cumplimiento del estado de derecho constituye la única garantía para prevenir los zarpazos que los agazapados remanentes del terror están siempre dispuestos a cometer. Desde este punto de vista, comparar a Gerardo Morales con Miguel Etchecolatz puede resultar tan inapropiado como equiparar el orden democrático con una dictadura. Sin embargo, esto no nos impide preguntarnos de qué no sería capaz Gerardo Morales si en este país no rigiera el estado de derecho. Los hechos están a la vista. La disparatada carta abierta distribuida por el funcionario tras la visita del presidente, en la que trata a Milagro de terrorista, constituye una flagrante banalización de las ominosas violaciones a los derechos humanos que el terrorismo de Estado perpetró en su provincia. Basta citar la Noche del apagón en la que el Ejército secuestró más de cuatrocientas personas para tomar nota de la demencial furia (como dice el diccionario) que agita el ensañamiento de Morales. Si abrimos estas consideraciones al resto de las figuras que componen el espectro de la derecha y ultraderecha en nuestro país, bien podemos tomar cabal dimensión del peligro que supone un eventual retorno del neoliberalismo al frente del estado argentino. El ensañamiento no tendría límites. Esto es: “Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posible a quien ya no está en condiciones de defenderse”.

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.