La burguesía no tiene héroes, según Brecht. No tiene gestas para protagonizar y que puedan generar esos héroes. Hacen la historia oficial con sus dirigentes, que han llegado a los gobiernos sin imponerse como héroes del país.

Peor: la burguesía tiene que oponerse a héroes que los enfrentan. A esos les dedica odio, sin disponer ni de sus héroes, ni de proyectos y valores que puedan conquistar amplios apoyos populares.

En América Latina la burguesía tiene la difícil tarea de enfrentarse con liderazgos populares de amplio arraigo. Perón y Getulio Vargas fueron algunos de ellos, cuyos fantasmas siguen quitando el sueño a la burguesía latinoamericana.

En común, ellos tienen no solo el amor del pueblo, sino la larga lista de derrotas que han impuesto a la burguesía a lo largo del tiempo. Y que les rinde el odio de la burguesía.

Cristina y Lula son objeto, a la vez, de amor de sus pueblos y del odio de las burguesías de sus países.

Cristina asume directamente la continuidad de Perón. El hecho de ser mujer le hace, a la vez, continuidad de la imagen de Evita, lo cual multiplica el odio de la burguesía.

Es un odio al pueblo argentino, a sus derechos, a sus formas de existencia, a sus organizaciones, a sus valores, a su cultura, a su existencia misma. Como se consideraban dueños del país antes que el pueblo surgiera en la escena política, sienten que su mundo es invadido por gente ajena, no blanca, que antes se conformaba en ser gente subordinada, sin derechos, mientras que el país giraba alrededor de ellos.

Sienten que les quitan el país, del cual siempre se han considerado dueños.

El odio a Lula, a su vez, es un odio al pueblo brasileño, a los nordestinos, que de repente surgen en la vida política, afirman que son mayoría, eligen a sus dirigentes, imponen sus derechos. Gente que ya no se resigna simplemente a trabajar para la élite blanca, prestar servicios a ellos, sin reivindicar nada. Gente que, de repente, ha elegido a un nordestino, inmigrante, que ha perdido un dedo trabajando en la máquina, como presidente de Brasil. Y como el mejor presidente que Brasil jamás ha tenido.

La burguesía entonces, a través de la derecha que la representa políticamente, trata de imponer el odio como forma central de relación con los dominados, los trabajadores. Mientras que la relación que tiene el pueblo con Lula y con Cristina es una relación de amor.

Una forma de intentar descalificar a los gobiernos populares es tildarlos de “populistas”. Sin definir precisamente de lo que se trata. En lo económico, serían gobiernos que tratan de tener políticas de distribución de renta, oponiendo a ello el equilibrio de cuentas públicas.

Todo falso. Quienes han desatado las inflaciones descontroladas han sido los gobiernos de derecha --Mauricio Macri, Bolsonaro--, mientras los gobiernos que han recuperado las economías de esos países fueron tildados de populistas: Néstor, Cristina Kirchner, Lula.

En lo político, el populismo significaría romper con las políticas de subordinación a los intereses de Estados Unidos. Priorizar los intercambios con países de América Latina y del Sur del mundo en general.

Populista sería el liderazgo internacional de Lula, las políticas de integración regional, los intercambios con Chile, los Brics.

 

En suma, el odio a líderes populares como Lula y Cristina, que representan a los intereses populares, a los intereses nacionales, es un odio de clase.