En un homenaje a una muy querida profesora y ensayista, Eva Golluscio, Víctor Montoya escribe lo siguiente: “Con la figura del almacenero italiano Sardetti en Juan Moreira, el Italiano aparece como un personaje en sí y su lengua empieza a tomar algunas de las características del “cocoliche” del sainete. En la medida en que las primeras representaciones de Juan Moreira se hacían casi sin texto preestablecido y que se podía improvisar, se agregaban personajes y eventos sobre la base de una trama conocida de todos. Cocoliche fue incluido en 1890 y, entre las distintas versiones sobre las circunstancias de su creación, una es la que la atribuye a Celestino Petray; en la compañía había un obrero calabrés llamado Antonio Cocoliche cuya forma de hablar era imitada por Celestino Petray. Un día, en una representación Jerónimo Podestá lanza:

--Adiós amigo cocoliche. ¿Cómo le va? ¿De dónde sale tan empilchao?

A lo que Petray respondió:

--Vengue de la Patagoña con este parejiere macanuto, ¡amigue!

--Y Ud, ¿cómo se llama?

--Maquiame Franchisque Cocoliche, e songo cregollo gasta lo güese de la taba e la canilla de lo caracuse, amique, afficate la parata...

Y se contoneaba coquetamente.”

El mismo diálogo es recordado por Angela di Tullio, en un brillante artículo publicado en el Volumen 5 de la Historia crítica de la literatura argentina, a propósito del cocoliche y el “giacumin”, hablas muy ricamente comentadas en ese volumen como fenómenos de encuentro de capas inmigrantes con el castellano oficial. Curioso que en ese diálogo tan remoto como el año 1890 recurriera a la “e” pero para aplicar a lo masculino, la “a” del femenino es conservada. ¿Por qué esa vocal y no otra? Pero también es curioso que los viejos de mi familia, judíos todos, procedieran del mismo modo.

En conclusión, la “e”, vocal abusada, ella tan inocente, y por eso mismo fascinante, no como la “o” con su abismal agujero, ni la “u”, apta para el ulular, ha sido empleada para garantizar el funcionamiento del lenguaje llamado “inclusivo”, escoltando, y a veces sustituyendo, a las serviciales “x” y @.

No tengo explicación de este fenómeno, de aparición reciente, no como otros cambios en la lengua, lejos de mí pensar que quien tuvo la idea de usar esta pacífica letra se haya inspirado en Franchisque Cocoliche, no cometeré la indelicadeza de suponer que haya leído los aportes de Ángela di Tullio, irreemplazables para comprender algunos secretos de la lengua que empleamos todos los días. Pero lo que sí me parece interesante es que haya regresado, “Nihil novum sub sole", aunque en otras circunstancias, con otros hablantes y con otras explicaciones, lo que no quita que las palabras modificadas de esta manera constituyan una jerga que, como todas, se incorporará o no, en todo o en parte, a la lengua general, no se puede saber, tal como ocurrió con la gauchesca y con el lunfardo que andan por ahí, la gauchesca para las bromas de Fontanarrosa y el lunfardo para las evocaciones eruditas de Oscar Conde, no así con el cocoliche y el giacumin, totalmente desaparecidas que yo sepa o que no sepa, y vaya uno a saber qué otras tentativas espontáneas de jergas hayan surgido durante el siglo XX.

Esa vocal, entonces, regresa en esta época y, como ocurrió con esos otros fenómenos, provoca apasionadas discusiones sólo que en ámbitos muy diferentes: la gauchesca en el campo literario-político, el lunfardo en el habla vulgar y corriente, el cocoliche y el giacumin en el teatro y en el humor cotidiano, hasta en el campo académico --hay que recordar que la Facultad de Filosofía y Letras, inaugurada en 1906, es creada con la misión de preservar la lengua, amenazada por estas creaciones que están fuera de control-- pero en ninguno de ellos en el gubernativo y oficial, mientras que el inclusivo da lugara arduas decisiones en el educativo, universitario y oficial: hasta se prohíbe desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires con hirvientes protestas de muchos grupos de diverso tinte.

Sería bueno examinar los argumentos empleados para defender su razón de ser y sostener su defensa que parece una causa de la misma importancia que tiene, por ejemplo, la de los derechos humanos. Pero no hay mucho material de orden lingüístico para entenderlo y aceptarlo, en las discusiones se agota pronto y es sustituido por afirmaciones, cuanto más tajantes menos compartibles, al menos por mí, generalmente referidas a la lucha por la igualdad de géneros o la derrota del predominio de uno de ellos, el masculino. Tampoco hay mucho que decir en contrario, ciertos fenómenos sociales y comunicativos están y no hay mucho más que decir pero en lo que se puede pensar es en las circunstancias que rodean al hecho verbal, a eso aludí en su momento. Y lo primero que se me ocurre es que en los primeros casos, históricamente superados, opera un deseo, mientras que en el actual una intención.

Diría que hay matices en la acción del deseo; el lunfardo es de ocultarse, jerga de ladrones; la gauchesca surge, por iniciativa del peluquero Bartolomé Hidalgo, de defender a la Patria pero diferente es el caso de los inmigrantes que llegaron por oleadas desde el último tercio del siglo XIX hasta avanzado el XX. Quiero imaginar que el encuentro con idiomas desconocidos debe haber sido un choque y también que había que superarlo, ignorarlo y seguir tal cual implicaba el encierro, una reduplicación de la soledad, de modo que en muchos seguramente brotó un deseo de asimilarse, de apropiarse lo más rápidamente posible de esa lengua desconocida: aprendizaje precario y creencia ingenua del logro, sin otra escuela que el oído que, también se sabe, capta y engaña, de ahí, entre deseo y creencia, la jerga.

El inclusivo es justificado como un momento o una táctica de una estrategia general que tiene muchas facetas; supone que el lenguaje fue construido en todos sus aspectos y elementos por un poder masculino, excluyente del femenino, autoritarioy opresivo y que en su forma misma consagraba, en su uso, opresión y rechazo. Cambiar los plurales de los sustantivos de género y los artículos correspondientes tenía como función poner de relieve la acción formativa de la lengua y crear conciencia acerca de la opresión de género y hasta quizás de clases. La intención es inocultable, de ahí el fervor con que lo defienden y la otra intención, que condene al lenguaje heredado de modo que todo el mundo escriba de esa manera, hablar no es tan fácil pero a lo mejor nos acostumbramos a ambas cosas. Dejan de lado que con el lenguaje, tal como lo conocemos, se han producido grandes obras literarias sin las cuales la existencia tiene escaso sabor; personalmente, no puedo erradicar a Sor Juana Inés de la Cruz, Góngora, Sarmiento, Storni y un largo etcétera. Pero, quizás, si esto se produce, un redivivo Pierre Ménard, ese insistente escritor que inventó Borges --en inclusivo Pedre Ménard--, escriba otra vez el Quijote, ajusticiando a todas las o que saturan la primera y muy reproducida versión de las andanzas del Caballere de le triste figura, infaltable en toda biblioteca de la lengua.