Se nos fue Sylvia Molloy. Emprendió lo que será, sospecho, su último viaje a la tierra lejana del más allá. Lejana y cercana, debiera decir y me corrijo, porque el más allá o el más afuera fue una idea vertebrante en su escritura de la disidencia. El extravío y la “errancia” de la que hizo parte posicionó tempranamente su mirada crítica e informó decisivamente su intervención en la escena latinoamericana del género.

Ese pensar desde la orilla, ese re-flexionar lo propio en la distancia, era una manera tan suya, tan persistente además. A la Molloy que yo conocí, ya mayor, le seguía importando (le divertía, escribió en una oportunidad, aprovechando el doble sentido de divertir) examinar la deriva de la disidencia sexual pero aún más los modos de decir, y sobre todo de no decir, incluso de omitir, practicadas por intelectuales del pasado y críticos de su presente. Con ellos y sus escritos Molloy era implacable, con sus alumnes, en cambio, era una maestra sagaz: estaba empeñada en iluminar para nosotres las rutas de esos desvíos que tantos se negaron a llamar por su nombre.

Sus acercamientos a los textos desde el género (y no sólo en el género) pretendían descarriar la lectura disciplinaria en la que tantes de nosotres, alumnes suyos, nos habíamos educado. Esos acercamientos los ejercía ella incluso (o precisamente) en textos que no se proponían abordar el género o que rehuían el asunto. Recuerdo, por emblemático, su ir más allá en los escritos de viajeros latinoamericanos. En una de aquellas tardes doctorales, extrajo de su maletita rodante sus habituales apuntes en hojas amarillas y letra redonda, y sacó asimismo el grueso tomo de los Viajes de Juan Domingo Sarmiento. Enseguida empezó a glosar las memorias que el argentino, exiliado, había escrito en el barco que a mediados del siglo xix lo llevaría de Valparaíso a Europa.

Se detuvo, Molloy, en una escena que la “intrigaba”, ese fue el verbo que eligió. (Ese fue el verbo que seguiría usando, seductora como era con la palabra, para comentar esa escena en un magistral ensayo; fue el verbo con el que retornaría a ese episodio aun décadas después, ya acercándose al final de su vida.) En la sala de clases neoyorquina, Molloy nos hizo notar que el barco de Sarmiento se había desviado, por los vientos, hacia el archipiélago de Juan Fernández y había varado en la remota isla de Más Afuera. Releyó en voz alta el encuentro del viajero con cuatro náufragos que constituían una curiosa comunidad sobre la que Sarmiento, incomodado, prefirió no indagar.

Molloy afirmaría que ese no querer saber en un intelectual que quiso saberlo todo, era un modo de destituir el desvío de género de la reflexión teórica y de la vida política. El proyecto de Molloy no era entonces rescatar textos perdidos de su naufragio ni ingresar, acaso falsamente, esos textos a un canon del que habían sido excluidos, normalizando su transgresión: Molloy estaba más bien fisurando las lecturas de género establecidas en la literatura y en otros discursos.

Se había adelantado a todo, Molloy, incluso al estallido de los géneros que ella misma nos había instado a pensar, pensé yo, ya despidiéndola, diciéndome que quizás recién estábamos empezando a alcanzarla en este allá.

*Lina Meruane (Chile) es novelista, ensayista y docente en la Universidad de Nueva York.