Años 90, la gran biógrafa de Evita, Marysa Navarro, había venido a la Argentina para auscultar el clima generado alrededor de la filmación de la película con Madonna dirigida por Alan Parker que tenía en vilo al país y que se conocería finalmente en 1996. La entrevisté en ese momento y pronto salió la nota publicada en el diario.

Una tarde, poco después, sonó el teléfono en la redacción y alguien, demudado, aplastó el tubo sobre su pecho contrito y me dijo en un susurro penoso: “Para vos. Del Comando de Organización”. Tomé el teléfono en mis manos como quien asume su destino sudamericano, pero contra mis prevenciones más funestas, un hombre de tono muy jovial que se presentó como el secretario de Alberto Brito Lima me dijo que habían leído la entrevista a Marysa Navarro y que les gustaría conectarse con ella porque les habían encantado sus comentarios alrededor de las figuras de Evita y de Perón. Y después, el golpe a los tobillos: “Y qué raro en ese diario tan gorila ¿no?”. Como quería obtener el contacto con la biógrafa (que por supuesto le facilité) había obviado, calculo yo, la palabra “zurdo”, lo que realmente quería decir. De todos modos, seguimos departiendo, salió el tema candente de la filmación de la película y entonces, ya en confianza, le dije si le podía hacer una pregunta yo a él. “¿Por qué usan contra Madonna los mismos argumentos que usaba la oligarquía contra Evita?”. Me refería a las pintadas del Comando de Organización regadas a lo largo del camino de Ezeiza a la ciudad: “Madonna puta fuera de la Argentina”. El intercambio con el amable y asombrado hombre de hierro (que no esperaba seguramente mi terminología nacional y popular de boca de un zurdito), terminó muy cordialmente. Que de todos modos mi nota le hubiera interesado a un ultra duro como Brito Lima me llenaba de una extraña y turbia satisfacción narcisista que me infló el pecho por varios días.

Hoy, si pudiera hacer algo para bajar desde el cielo a la Evita más desafiante, la menos capturada en las redes de la canonización y sin recaer en el canon antiperonista de buena parte de la literatura argentina, haría foco en repensar la Evita narrada elípticamente, con terror, erotismo y fascinación por Néstor Perlongher en el cuento “Evita vive”, ese que precisamente despertó las iras de sectores del peronismo más ortodoxo y beligerante pero también el desconcierto de muchos otros.

El cuento, escrito originalmente en el año 1975 y publicado en inglés en 1983, había permanecido inédito en castellano hasta que fue publicado en la revista El Porteño en 1989, desatando un vendaval que llegó a una protesta airada del Concejo Deliberante y un intento a medias de quitar de circulación los ejemplares de la revista en los quioscos. Hay que decir, a la distancia, que más allá de los actos de censura, había sectores que actuaban convencidos y de buena fe en nombre de preservar el honor de una Eva que en el cuento es terrenal, cuerpo sexuado y fantástico, y cuyo tratamiento les parecía ofensivo y, por qué no, herético. Pero la verdad que la lectura de Perlongher era política y estaba lejísimos de denostar la figura de Evita a la manera de los años 50.

En cambio, Perlongher se había sumergido con énfasis, audacia, pero también seriedad, en una de las versiones más extremas de la contra (la Evita actriz, advenediza y trepadora, por así decir) para apropiarse del estigma y más que revertirlo, crisparlo, llevarlo al exceso, la resurrección y la redención, sin dejar de delinear nunca la figura de una mujer fuerte y decisiva, trágica y enérgica. Pudo haber sido irreverente, pero no hipócrita ni gorila, ni odiador.

Evita vive en hoteles de mala muerte y en departamentos de maricas con sus chongos, Evita va a repartir marihuana para la felicidad real del pueblo, es como una super heroína que protagoniza “episodios” espeluznantes en los bajos fondos de la ciudad.

En la nota que acompañó la primera publicación del cuento (recuperada en el volumen Papeles insumisos) Perlongher había anotado:

“Los peronistas usaron la consigna Evita vive con diferentes aditamentos: Evita vive en las manifestaciones populares. Evita vive en las villas, Evita vive en cada hotel organizado (slogan del movimiento de inquilinos peronistas). Estos textos juegan en torno a la literalidad de esa consigna, haciendo aparecer a Evita viviendo situaciones conflictivas y marginales”.

La versión de Perlongher obviamente fue y es revulsiva y hasta si se quiere, subversiva, no solo de cara a una perspectiva canónica: también esquivó la mirada de la izquierda intelectual y cool que se permitía su momento camp con Evita, fantaseando con su look y su iconografía, sacándola de los brazos del tosco Perón para arrojarla por un rato a los pies del Che Guevara, resaltando de paso su glamour, su costado Paquito Jamandreu.

En “Esa mujer” de Rodolfo Walsh, el militar y el militante discurren alrededor del cuerpo ausente de la mujer como en una partida de póker. Pero los dos son conscientes de que no está en juego la eternidad sino apenas el presente. El texto de la Evita de Perlongher comparte esa filiación del cuerpo presente siempre en tensión, en conflicto, en su paradójica ausencia.

La de Perlongher es la Evita plebeya, la Evita de los marginados y el lumpen, los denostados planeros del hoy si es que estos tuvieran en algún momento una representación no prejuiciosa en la literatura; la Evita no asimilada ni eterna. Por el contrario, es la Evita siempre viva, siempre a punto de estallar, Evita permanente.

Quizás, Perlongher ofendió tanto con su cuento porque simplemente le quitó el velo de la muerte protectora y la devolvió a la vida. Quizás haya sido y siga siendo el único texto realmente maldito y al borde de la ilegibilidad que se haya escrito sobre el peronismo, sin pertenecer a la esfera de los textos anti de Borges o Cortázar como “El simulacro” o “Las puertas del cielo”.

Si Evita viviera… vaya uno a saber.

En “Cadáveres”, su poema más famoso, su gran denuncia sobre los crímenes de la dictadura, además, Perlongher había machacado con insistencia el verso “Hay cadáveres”. Y era verdad, y es verdad. Hay cadáveres. Y cadáveres. Hay ausencia. Pero Evita, vive.