En la continuidad de la temporada lírica del Teatro Colón, este martes a las 20 se pondrá en escena la primera de las siete funciones de L’elisir d’amore. La ópera de Gaetano Donizetti, un clásico del género bufo sentimental que maduró en el Romanticismo, contará para esta producción con dos elencos particularmente interesantes, además de la puesta en escena de Emilio Sagi, la escenografía de Enrique Bordolini, los vestuarios de Renata Schussheim, la iluminación de Juan Carlos Fioruccio y la dirección musical de Evelino Pidó, al frente del Coro y la Orquesta Estable del Colón.

El primer elenco estará encabezado por dos figuras sobresalientes de la lírica global de esta época: el tenor mejicano Javier Camarena, que asumirá el rol del macilento e incauto Nemorino, y la soprano estadounidense Nadine Sierra, que interpretará el papel de la deseada Adina, caprichosa y terrateniente. Antes de este estreno, Sierra y Camarena ofrecieron sus recitales solistas dentro del ciclo “Grandes Intérpretes”, con los que dejaron en claro por qué hoy es posible incluirlos entre los cantantes importantes de la actualidad.

Este primer elenco, que tendrá a su cargo además del estreno del martes 2, las funciones del jueves 4 y miércoles 10 --a las 20-- y domingo 7 --a las 17--, se completa con el bajo Ambrogio Maestri, en el papel del doctor Dulcamara, traficante de elixires de improbable efecto; el barítono Aldredo Daza, como el torpe y presuntuoso sargento Belcore, y la soprano Florencia Machado, en el papel de Gianetta, gauchita y sencilla. También la pareja protagonista del segundo elenco, integrada por Oriana Favaro y Santiago Martínez, resulta atractiva. Con ellos estarán Ricardo Segel, Germán Alcántara y María Luisa Merino, en las funciones de miércoles 3, sábado 6 y martes 9, a las 20.

Música inmediata, sentimientos a flor de piel y expedientes dramáticos ordinarios, L’elisir d’amore, “melodramma giocoso” en dos actos, se estrenó con gran éxito en el Teatro della Cannobbiana, el lado B de la lírica en Milán, en mayo de 1832. Hacía poco que Gioachino Rossini, cansado de triunfar y en la cúspide de la fama, se había retirado voluntariamente del mundo de la ópera, dejando un vacío que por entonces en la capital lombarda muchos consideraban imposible de llenar. Donizzetti, escaso de talento pero con un alto concepto de sí mismo y la capacidad de trabajo que la ópera exige, aspiraba a ocupar ese lugar en la sucesión, en competencia con Vincenzo Bellini, este sí talentoso, pero de salud frágil.

Después de la tibia recepción de Ugo, conte de París, en marzo de 1832 en el Teatro alla Scala, y el éxito sin estrépitos de Anna Bolena, dos años antes en el Teatro Carcano, con L’elisir d’amore Donizetti logró finalmente la consideración de la crítica. Así salió del rol de “perdedor” ante Bellini, que con La sonnanbula y Norma, verdaderas joyas del belcanto, ya se había afirmado en las preferencias del público.

Felice Romani, uno de los libretistas más apreciados del momento --autor de títulos importantes como Il turco en Italia, para Rossini, e Il pirata, La straniera y La sonnambula, para Bellini--, fue el autor del libreto de L’elisir. Con fecha de estreno fijada y poco tiempo a disposición para elaborar un nuevo argumento, el poeta se limitó a traducir casi literalmente Le philtre, un libreto del francés Eugene Scribe, como él mismo se ocupó de aclarar en el prefacio de la primera edición de la ópera. No obstante el apuro, Romani logró incluir algunas mejoras en el carácter de los personajes, antes de pasar el libreto a Donizetti, que según la leyenda terminó de componer la ópera en poco más de dos semanas.

Apreciada enseguida más allá de los muros de Milán, L’elisir se convirtió en un clásico, aunque sin ajustarse del todo a la descripción de “melodramma giocoso” y mucho menos a las recetas de la “ópera buffa” clásica. Justamente el gran mérito de Donizetti fue el de encontrar un registro propio en torno a ese género que Rossini había marcado a fuego a partir de acentos sarcásticos y hasta despiadados. Acorde a la sensibilidad burguesa del nuevo tiempo --esa que el mismo Rossini aborrecía-- Donizetti remarcó el elemento sentimental, corriendo el eje hacia el filón lacrimoso, piadoso y, cuando hace falta, patético.

Lo hace sobre una historia simple, la de siempre: el tenor que desea a la soprano pero el barítono se entromete. Lo hace sacando a los personajes del chiché y humanizándolos a través de una música que los individualiza desde el gesto melódico, con una eficiente asistencia orquestal. La célebre romanza “Una furtiva lacrima”, página que en su sencilla belleza termina de hacer de Nemorino el personaje mejor delineado en su mezcla de patetismo y heroísmo de entrecasa, es el gran momento de esta ópera. También el conmovedor dúo de Adina y Nemorino “Chiedi all’aura lusinghiera”, y el aria de Adina “Prendi, per me sei libero”, contribuyen a hacer de L’elisir d’amore un momento irrepetible en Donizetti. La obra poco común, de un compositor común.