Afuera, un domingo, los jardines del Parque Independencia resplandecen al sol invernal; una vez adentro del edificio pintoresquista de la antigua escuela de jardinería, actual Museo de la Ciudad "Wladimir Mikielievich" (Boulevard Oroño 2361, Rosario), se abre un túnel del tiempo al pasado. Pichincha. Historia de la prostitución en Rosario, 1914-1932 hace honor a la etimología de su subtítulo: "historia" viene del griego "histos", tejido. Y entre las salas del Museo se teje un relato entre documentos y testimonios, entre fotos y objetos, con los cuales el equipo curatorial logró una minuciosa reconstrucción de la vida cotidiana de las mujeres prostituidas legalmente en el infame barrio de Pichincha.

Señalizaciones y los textos curatoriales de las cartelas van guiando a los espectadores. Si bien la legalización se terminó en 1932 gracias a las denuncias de la valiente Raquel Liberman, mucho de aquel ambiente se perpetuó hasta la penúltima década del siglo pasado. "Yo me crié en Pichincha, y hasta hace treinta años era todo así, como se ve acá" -narró espontáneamente un visitante el domingo-, Ahora son todas cervecerías".

Como en una película, se tiene primero la vista panorámica. Dos pinturas de Rodolfo Elizalde (1932-2015) convierten en equilibradas composiciones, fieles no obstante al realismo documental, los grises muros de inquilinatos que verían en los alrededores. A sus pies una pequeña vitrina reúne los libros de donde se extrajeron los textos de sala, cuyos autores son el novelista y crítico Roger Plá, el poeta e investigador Rafael Ielpi y la investigadora académica María Luisa Múgica (UNR), directora de la Maestría en Historia Sociocultural de la Universidad de Rosario y especializada en Estudios de Género. En todos los textos el lenguaje es accesible, apto para todo público, vívido sin ser explícito, y con pinceladas de humor culto: "Una noche con Venus... una vida con Mercurio", se apunta en referencia a los tóxicos tratamientos de la época para la sífilis y otros males.

Otra vista general es proporcionada por una viejísima postal de la Estación Sunchales (actual Rosario Norte) y por un plano urbano al que colorean chinches con cabezas de colores: amarillo para las "casas de tolerancia" (burdeles legalizados), rojo para "cafés y otros espacios de sociabilidad", azul para "establecimientos sanitarios", verde para las farmacias y una blancura inocente para "Establecimientos educativos y de culto". Veinte chinches amarillas y seis rojas se concentran en un ancho de tres cuadras de norte a sur entre Güemes y Salta, y una de este a oeste entre Ricchieri (ex Pichincha) y Suipacha, con dos verdes y dos azules estratégicamente ubicadas en la misma zona y un par de blancas a una distancia física de apenas una cuadra, entre la hipocresía y la tentación.

Hay un momento preciso del pasado y unos documentos en particular que irradian su efecto de realidad y sirven de base para la puesta en escena: unas fotos tomadas por Antonio Berni, un pintor de 26 años vuelto con gloria de París, y que en compañía del periodista Rodolfo Puiggrós entró una tarde de 1932 a aquel pequeño mundo de luz filtrada y patios sin tiempo. Son de las pocas que se conocen de un prostíbulo local de la época, y existen gracias a la pequeña cámara Leica que el astuto muchacho traía oculta bajo el sombrero. Se exponen sobre fondo gris, y el punctum en la sala es la imagen en blanco y negro de una muchacha entrada en carnes, sentada a una mesa, escribiendo. 

Son las ancestras de Ramona Montiel, el personaje creado por Berni décadas más tarde, en una obra gráfica revolucionaria. En los empapelados finiseculares puede reconocerse la inspiración del barroquismo de aquellas obras estampadas con desechos industriales.

Cuenta el director del Museo, Nicolás Charles, que en la inauguración de la muestra una actriz representó a aquella mujer y leyó una carta misteriosa, esparcida sobre las mesas, en copias para llevar. Según se indica en ese texto, el burdel registrado en las fotos es el Petit Trianon (cuyo cartel original cuelga en el vestíbulo de ingreso al Museo). "Hace ya muchos años de aquel día... Esta tarde, después de 90 años, me hace recordar aquella... En (estas imágenes) me veo junto con mis compañeras... Son de las pocas que ilustran nuestras vidas casi invisibles". La caligrafía es verosímil; la firma al pie ("María") parece evocar una pureza perdida. En la penumbra de la reconstrucción, con música de tangos centenarios que parecen salir del fonógrafo a púa marca Decca, la cronista se pregunta si el testimonio es verdadero, si una de esas mujeres tan explotadas pudo vivir más de cien años y contarla. Charles ríe al teléfono y explica que no, que la carta es una ficción.

En la misma sala se reproducen en bucle tres videos del Centro Audiovisual Rosario y se exhiben (nunca más adecuado el término) unas fotografías de señoritas ligeras de ropa que venían en los atados de cigarrillos, seguramente precursoras de un modo local de autopromoción de las meretrices actuales: las diminutas fotocopias -casi en el mismo tamaño- que suelen verse discretamente esparcidas por las veredas de las zonas rojas. (La artista visual mexicana Ruth Vigueras Bravo realizó una obra conceptual sobre esas imágenes durante una residencia en el barrio La Sexta de Rosario en 2019; sin aquella intervención artística, producto de la mirada atenta de una extranjera, serían invisibles).

No produce nostalgia, sino una mezcla indescriptible de vergüenza y pena, la rueda de la fortuna con nombres de mujeres para que el cliente eligiera una al azar. Es un objeto original, cuya historia figura en una cartela que la penumbra impide leer. Aún funciona. Pero a nadie se le ocurre tocarlo. La sala de enfrente muestra el backstage policial, legal y sanitario de la prostitución tolerada por el Estado de entonces. Prontuarios completos con foto de frente y perfil, reglamentos interminables, instrumental de escrutar cuerpos y medicamentos de una toxicidad increíble para las enfermedades infecto-contagiosas de transmisión sexual (presentados a través de frascos y otros objetos de la colección "Farmacia Dinamarca" del Museo) dan cuenta de hasta qué punto aquellas mujeres eran cosa pública. Sin embargo, tras biombos y paneles, se puede observar todavía la mínima intimidad que preservaban: sus transparentes enaguas adornadas con cintas, sus jofainas y lavabos de porcelana esmaltada para el lavado personal, sus perfumes y cosméticos en primorosos envases; sus posesiones preciadas, defendidas, identitarias.

Pichincha. Historia de la prostitución en Rosario, 1914-1932 fue producida por el Museo de la Ciudad con la colaboración del Museo Histórico Provincial "Julio Marc" y su director Pablo Montini, el Ministerio de Salud de Santa Fe, el Archivo General de la Provincia de Santa Fe (Sede Rosario), UNR Editora, la Cinemateca del CAR, el Museo de la Salud de Rosario, la Fundación Antonio Berni, familiares de Berni y de Elizalde, la revista Barullo, el Museo de Peyrano, la Comuna de Peyrano (Santa Fe), el Museo y Biblioteca Policial Alguacil Mayor Bernabé de Luján (Santa Fe), la Red Patrimonio en Construcción y otros actores sociales. Puede visitarse miércoles, sábados y feriados de 13 a 18 y los domingos de 10 a 17.