La zaranda, teatro inestable de ninguna parte vuelve a Buenos Aires. Integrado por Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez, el grupo cuenta con la conducción de este último, llamado Paco de La Zaranda para diferenciarse en los roles de actor y director. Como siempre, Eusebio Calonge es su dramaturgo. Desde su primera gira latinoamericana, ocurrida en 1988, La Zaranda no dejó un solo espectáculo sin mostrar en Buenos Aires. Pero con la llegada de la pandemia hubo que hacer una excepción: su obra El desguace de las musas no pudo presentarse en el Teatro San Martín. A modo de consuelo se puede decir que, de algún modo, La batalla de los ausentes, el nuevo montaje que se estrena el miércoles 10 en el Teatro Regio (Córdoba 6056) está relacionado con aquel otro. Si el que no pude verse tenía lugar en un teatro de varieté clausurado, la nueva obra se desarrolla en la barricada que allí estaba oculta: “En esta Batalla de los Ausentes se abre esa trinchera”, adelantan Eusebio Calonge y Paco de la Zaranda en la entrevista con Página/12. “Esa fosa escarbada a la muerte nos sitúa en un escenario bélico”, precisan.

En las anteriores 16 temporadas realizadas en el país, Vinagre de Jerez, Perdonen la tristeza y Obra póstuma fueron las primeras obras que trajo el grupo. Y fueron aquellos montajes los que dejaron para el recuerdo su estilo personal, con su atmósfera espectral hecha de objetos ajados por el uso y unos personajes unidos en vínculos invariablemente absurdos, que obsesivamente repetían un puñado de frases como trabalenguas. Frecuentemente vestidos con andrajos y con gesto exasperado, sus personajes –ya fuese lustrabotas, bailaor, náufrago, buhonero, promesante o mendigo-dejan entrever agonías metafísicas inconsolables aunque se lamenten de nimiedades.

La forma en que el grupo crea su espacio de representación es otra de sus marcas singulares: los actores acarrean ellos mismos parte de la utilería para transformar la escena, mientras irrumpen fragmentos de músicas procesionales. En las últimas obras (El régimen del pienso, de 2012 o El grito en el cielo, de 2014) estructuras metálicas comenzaron a reemplazar a los objetos desgastados por la vida. En todo caso, La Zaranda siguió poniendo el acento en la atmósfera de cada situación y en la temperatura de los dichos de unos protagonistas que parecen siempre llegados de una historia antigua. Con la misma vehemencia sus personajes siguieron echándose en cara mezquindades del pasado, unidos en un mismo fervor mesiánico o lamentando por turno las inclemencias de la fortuna. El humor es, finalmente, otro de sus puntos fuertes, unido siempre a la voluntad de retratar a una humanidad demente, a unos “prófugos de sueños que se fugan hacia la nada”.

Según se lee en el dossier de prensa, los personajes de La batalla de los ausentes fueron “Sobrevivientes de una guerra que nadie recuerda”, que pugnan por ganar una batalla contra el olvido, magnificando unos combates de poca monta. Así entonces, los tres actores son “los restos de un ejército en desbandada, en esta guerra sin cuartel que dura ya más de cuarenta años”, observa el texto en referencia a la trayectoria de este colectivo teatral. El sentido final de la eterna contienda es, al mejor estilo del Quijote, la lucha contra “un mundo que amenaza el sentido poético de la existencia”. Finalmente, como suele suceder en sus montajes, un dejo de ilusión encuentra su lugar entre tanto desconcierto: “Porque ya es tarde y pronto va a oscurecer¨, sugieren, ¨dejar una luz prendida como un faro en mitad de la tormenta que alumbre la esperanza”.

Una vez más, este espectáculo condensará el universo de esta compañía que lleva el nombre de un cernidor, instrumento utilizado para quitar las impurezas de una sustancia preservando así lo esencial. La batalla… presentará con su desamparada imaginería y sus personajes desahuciados, ecos de liturgias, tintes esperpénticos y regusto a tragedia, además del humor perturbador de siempre.

A lo largo de 40 años, La Zaranda mantiene el mismo procedimiento: Calonge escribe por completo la obra antes de que él y los actores se den cita en el galpón de ensayos de Jerez, donde hoy solamente vive Campuzano, ya que los demás residen en Madrid. Allí en la nave, como llaman a su espacio, tienen la tarea de “destrozar el lenguaje conseguido, cambiando sin alterar lo esencial”, como declararon en su anterior visita. “El texto es una semilla que luego, con los ensayos, se hace carne en nosotros y nos termina sorprendiendo”, decía Calonge, para quien “crear es sacar a la luz algo, ocultar y desocultar todo el tiempo”.

-En su visita anterior aseguraban que Buenos Aires siempre les ha sugerido temas. En ese sentido, ¿esta vez también hizo la ciudad su aporte?

Paco de la Zaranda: -Nuestra pasada obra El desguace de las musas, estaba impregnada de la revista, ese género que aquí pervive mucho de su atmósfera, y en concreto de su vestuario, el cual estuvo anteriormente sobre los escenarios porteños. Desgraciadamente la pandemia truncó su presentación en el Teatro San Martín. Y este corte en el ciclo de nuestras presentaciones fue también el de la cercanía, la relación con la ciudad.

Eugenio Calonge: -Creo que la ciudad siempre está presente desde el punto de vista de todo lo que nos enseñó, el teatro que vimos aquí durante décadas, todo lo que uno aprende está siempre presente en su propio modo de hacer. También en un modo de responsabilidad hacia un público que uno no quiere defraudar porque es el que hace posible que uno regrese sin depender de ninguna institución, sin apoyos gubernamentales. 

-En referencia a las fotos del nuevo espectáculo, al ver actores y muñecos en medio de un clima bélico es difícil no recordar a Tadeusz Kantor. ¿Lo pensaron como una especie de homenaje?

P.Z.: -Muchas veces se citan autores en el teatro, en el nuestro siempre suele citarse a Shakespeare, muchas veces al momento de la creación afluyen pintores que uno tiene en su memoria… ¿por qué no citar a maestros del teatro que son ya clásicos? Una cita estética diría yo, porque con toda humildad nuestro teatro se tensiona con otros elementos dramáticos.

E.C.: -Antes citaba Paco nuestra anterior obra, donde al final se descubre que el escenario de estas varietés está justo encima de una trinchera. Ocultándola, entre los artistas de aquel teatro clausurado, hay un ventrílocuo con un muñeco, propenso a los discursos. En esta Batalla de los Ausentes se abre esa trinchera, esa fosa escarbada a la muerte, y nos sitúa en un escenario bélico.

-¿Cómo son estos muñecos?

E.C.: -Los muñecos aquí son peleles porque será determinante esa lectura de hombres de paja, en el acto en que hablamos del poder. Hemos empleado santos sincréticos tallados en madera, esqueletos, muñecos de ventrílocuos, peleles…hasta un maniquí con una inquietante presencia que encontramos en la Plaza Dorrego… para nosotros no son simplemente muñecos sino unos personajes más con los que nos expresamos. Y en cuanto a lo bélico por desgracia no hacía falta profetizar, son azotes que siempre vuelven a la historia de la humanidad.

-¿Hay autores clásicos que, como en otras oportunidades, encontraron un espacio en esta nueva creación del grupo?

E.C.: -Hay muchas voces en una voz, sin duda. A veces de modo consciente otros inconscientes, en esta obra el tono de farsa prevaleció, quizás antiguas lecturas de Ghelderode pudieron aflorar ahí. Shakespeare, claro, está en esa relación de desengaño con el poder. Pero todo esto lo descubre uno después, cuando se ha alejado de la nave de ensayos. “En el fragor de la batalla” uno no está pendiente de esto.

P.Z.: -Por otra parte, como actor uno se nutre también con lecturas que ayudan a abrir las puertas al personaje. El personaje sabe de esto más que yo.

-¿Cómo describiría el humor de La zaranda?

P.Z.: -La risa es quizás el modo más inmediato de relacionarnos con el público. En nuestras obras se ha señalado muchas veces que la risa se congela, quizás porque no es una risa evasiva, sino hacia dentro, porque nos damos cuenta de que nos reímos de nuestra propia tragedia.

E.C.: -La risa no permite que la muerte tenga la última palabra. Es la única que puede hacer frente a tantas devastaciones. Nace de la tragedia como impulso hacia la vida. En nuestro caso es perturbadora y honda, un dedo en la llaga…no tiene nada de frívola o de chabacana, es caustica, hasta irreverente en esta obra crítica con el poder. Porque el humor puede liberar de lo políticamente correcto. Esa risa es lo único humano que nos va quedando en un mundo anestesiado, para que al menos seamos “los que ríen los últimos” ante tanto dolor y brutalidad.

-Algún crítico español menciona a Miguel Gila, humorista español que vivió muchos años en la Argentina. ¿Sus monólogos de la guerra aportaron material a la obra?

P.Z.: -Directamente no, pero sin duda Gila, ese cómico absurdo y genial, quedó donde las influencias no pueden saberse y decidió estar con nosotros. ¿Se imagina compaginar a Kantor con Gila? ¿Quién pudiera hacer eso?

-Ustedes han dicho que en cada espectáculo realizan cambios sin alterar la esencia del grupo. ¿Qué cambios podría señalar que concretaron en éste?

E.C.: -Creamos siempre más bien intentando romper con esa esencia, para que nuestro lenguaje no sea una fórmula. Eso implica un riesgo, una tensión, que es lo que hace perdurable el teatro.

P.Z.: -Yo diría que se ha revitalizado nuestro sentido crítico, que del desengaño en muchos aspectos hemos pasado a la rebeldía, de la resistencia hemos pasado al ataque como se dice en la obra. La Zaranda mantiene unas constantes, la más importante es la de una defensa de la dignidad, como personas y como artistas. No se crea en un camino trazado sino en un vuelo, y este no deja huellas.

*La batalla de los ausentes, Teatro Regio (Avda. Córdoba 6056) desde el 10 de agosto, de miércoles a domingos, a las 20 horas.

LA FICHA

 

A más de cuatro décadas desde sus inicios, La Zaranda continúa la intensa labor creativa que le ha valido su gran prestigio internacional. Su trayectoria tiene como constantes el compromiso existencial y la voluntad de partir de su raíz cultural de origen andaluz para alcanzar a revelar una simbología universal. La Zaranda se caracteriza por la búsqueda de una estética que aúna lo trascendente y lo cotidiano. En cuanto a sus recursos dramáticos, se destaca por el uso simbólico de los objetos y el impacto visual a partir de métodos artesanales. En cuanto a su método de trabajo, el grupo se destaca por un riguroso proceso de ensayos sobre una dramaturgia abierta a la creación de conjunto. La Zaranda, como “cernidor que preserva lo esencial y desecha lo inservible”, desarrolla una estética teatral propia que se ha consolidado en un lenguaje singular que siempre intenta evocar a la memoria e invitar a la reflexión. Sus creaciones han recorrido los principales festivales de los cuatro continentes. En Buenos Aires se conocieron Mariameneo Mariameneo (1985, Centro Cultural Recoleta), Perdonen la tristeza (1992, Teatro Margarita Xirgu), Vinagre de Jerez (1995, Teatro San Martín), Obra póstuma (1995, Teatro San Martín), Cuando la vida eterna se acabe (1997, Teatro Nacional Cervantes), La puerta estrecha (2000, Teatro Liceo), Ni Sombra de lo que fuimos (2002, Teatro de la Ribera), Homenaje a los malditos (2004, Teatro Presidente Alvear), Los que ríen los últimos (2006, Teatro Nacional Cervantes), Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros (2010, Teatro 25 de Mayo), El régimen del pienso (2012, Teatro Nacional Cervantes), El grito en el cielo (Teatro Nacional Cervantes) y Ahora todo es noche (Teatro Picadero).