Desde Barcelona

UNO De los pocos sites a los que Rodríguez está apuntado y de los que se alegra cuando recibe alerta es el de la revista The New Yorker. Gratuito además: selección de artículos (frescos y vintage) como forma de tentación para hacer caer en la suscripción total y paga. Y Rodríguez siempre está a punto, pero luego piensa (aunque se trate de apenas un puñado de dólares cada vez más parecidos al euro) en que no sobran vituallas en el naufragio de su existencia. Y en que no es que esté robando sino aceptando un regalo (a cambio de data algorítmica-personal) que prefiere no pensar como limosna, porque si no, una cosa lleva a la otra. Y comienzan a sonar otro tipo de alertas: internas y de esas que sólo oye uno en las noches oscuras del alma en las que (como decía Francis Scott Fitzgerald, quien recién pudo publicar relato hecho y derecho en The New Yorker no hace mucho, hace mucho muerto) siempre son los tres de la mañana.

DOS Y ahora, además, a las tres de la mañana hace calor. El calor no baja con la caída del sol sino que se mantiene casi diurno y con las aguas del Mediterráneo a 30 grados centígrados y ese infernal "'Chicharraíto" como jingle estival en el canal La Sexta. Una de estas madrugadas, el teléfono de Rodríguez vibró y ahí había viñeta neoyorquina y se trataba de una breve pieza de Arthur Miller de 1998. Allí, el autor de Panorama desde el puente evocaba los años de Manhattan sin aire acondicionado, "probablemente 1927 o 1928", cuando todas las ventanas de la ciudad estaban abiertas y los chicos con el torso al aire vendían trozos de hielo para que los transeúntes envolviesen en sus pañuelos o se los metiesen en la boca y, por las noches, familias enteras se iban a dormir a los parques y el aire se llenaba de llanto de bebés como extraviados en bosques de embrujados de cuentos de hadas y el rumor de los trenes elevados era como una mecánica y rítmica canción de cuna. Allí, Miller recuerda que "un caballero sudafricano una vez me dijo que New York en agosto era más calurosa que cualquier sitio en África y que no podía sino sorprenderse por el que la gente se vistiese igual que en una ciudad del norte. Él hubiese querido llevar shorts pero temía ser arrestado por exhibición indecente". En Barcelona por estos días hace mucho más calor que en Johannesburgo y los turistas (que han vuelto con entusiasmo turístico) se pasean semidesnudos y cerveza en mano y... Mejor no seguir pensando en eso, piensa Rodríguez. Porque ahora --despiyamado y en la oscuridad desacondicionada de todo aire en movimiento-- puede escucharlos ahí abajo, por las calles, ululando en la oscuridad. Y Rodríguez se acuerda de esas primeras y escalofriantes páginas de Drácula en las que, mientras los lobos aúllan, el Conde le sonríe a Jonathan Harker aquel "Escúchelos. Los hijos de la noche. ¡Qué música que hacen!" Y, sí, Rodríguez piensa en que los turistas, de acuerdo, son hijos, pero no de la noche. Son hijos de otra cosa y lo son las veinticuatro horas del día.

TRES Y a la mañana siguiente Rodríguez despertó pensando en que, por algún motivo que no alcanza a precisar del todo, Arthur Miller nunca le cayó del todo bien y que nunca le gustó demasiado lo suyo: todos esos agonistas con la mirada al suelo y el puño al cielo pidiendo explicaciones a lo invisible. Tal vez sea porque todos esos moribundos viajantes de sí mismos se parecen demasiado a él (aunque prefiere convencerse de que lo que Miller hizo con su ex casi recién muerta Marilyn Monroe en After the Fall no es de caballeros). Y entonces se acuerda de que pronto se estrenará en Netflix biopic rubia en negro y blanco protagonizada por Ana de Armas (refrescándose entrepierna en boca de metro de Lexington Ave.) y programa su recordatorio con el control remoto de su tv (y la deja encendida a ver qué hay para no ver que acabará viendo lo que sea). Y después va a la cocina por café. Pero antes enciende el horno y mete la cabeza y respira profundo dos o tres ráfagas de gas y no, Rodríguez no es otra suicida, no ha sido poseído por el versado espíritu de Sylvia Plath. Nada que ver. Pero se viene el ahorro eléctrico/gasístico por guerra en Ucrania y vendetta de Putin y vaya a saber si en otoño, cuando haga menos calor, no vayan a extrañarse la comida caliente y las series a descongelar.

Con este espíritu, Rodríguez ve cualquier cosa y traga lo que le pongan en el menú. Así --descamisado por calor-- no puede resistirse a jornada maratónica con persiana baja de la miniserie Santa Evita basada/teñida en/con la novela de Tomás Eloy Martínez. Y, ah, el "dilema" de las biopics... No hace mucho Rodríguez volvió a ver Amadeus de Milos Forman. Y no pudo sino admirarse y admirar un tiempo en el que existían súper-producciones de semejante calibre para todo el mundo y a las que todo el mundo veía y que hoy han sido suplantadas por algún repliegue del metaverso Marvel (y, hey, Amadeus no es tan diferente: saga de mutante genial acosado por mediocre súper-villano, ¿no?). Y volvió a pensar en que las mejores biopics son las que buscan no imitación fiel sino las que encuentran reinvención respetuosa o hasta (re)creación (in)creíble del original. Y que así, muy de tanto en tanto, sus intérpretes consiguen reemplazar al interpretado en el inconsciente colectivo. Ahí están: Iván El Terrible, The Master, Lawrence de Arabia, El Toro Salvaje, Ed Wood, I Shot Andy Warhol, El paciente inglés, Thirty-Two Short Films About Glenn Gould, Butch Cassidy & The Sundance Kid, La Red Social y...

 

CUATRO ...La Eva Perón sin dueño pero de todos en versión Natalia Oreiro se expresa con pasión revanchista de condesa de Montecristo; pero no de madonna de opereta sino de arrabalera Tita Merello (tanguera que no quiere milonga favorita de Rodríguez) más en plan "Se dice de mí"for all seasons que ese "Despechá" como pasajera canción del verano. El posesivo-poseído Carlos Moori Koening (Ernesto Alterio) es (volviendo a los Cárpatos del espíritu) una mezcla de Van Helsing con R. M. Renfield. Y ese Perón (Darío Grandinetti) parece animatronic de atracción presidencial en Disney World o concursante en Tu cara me suena. Y --lo que refresca-- no se dice mucho "boludo" (sólo en los momentos en que se quiere que "boludo" signifique "boludo"). Pero no hace mucho Rodríguez vio la temporada que le faltaba ("Cult": buenísima, política, desopilante y megalo-mesiánica) de American Horror Story. Y no pudo evitar soñar/desear/imaginar al vértigo necro-demencial y gótico (¡si hasta contaban con milico gay!) que podrían haber alcanzado Ryan Murphy & Brad Falchuckcon las idas y vueltas de ese sacra muñeca brava con aires de reliquia bíblica de Indiana Jones, de objeto/sujeto volador identificado y top-secret Made in Roswell/Área 51, y de novia-cadáver de multitudes seducidas por la razón/cuestión de su vida/muerte: Argentinian Horror Story, sí. ¡Hay tanto histórica e histérico horror argentino para tantas temporadas! Y pensando en esto Rodríguez ni se da cuenta de que llueven unas gotas y que la temperatura descendió unas centésimas en su biopic. Pero seguro que en el episodio de la semana que viene... Mientras tanto y hasta entonces --el sin monumento y más empleado espiritual que jefe Rodríguez-- volverá y no será más que un solo Rodríguez entre millones:s aliendo una y otra vez en la mortalidad, a este misma hora y por este mismo canal, donde y cuando le roban hasta la camisa.