Cuenta Ethan Hawke en el comienzo de su ambiciosa docuserie The Last Movie Stars que, siendo pequeño, su padre lo llevó al cine a una proyección de Butch Cassidy and the Sundance Kid y que, desde ese momento, quedó fascinado ante la presencia en pantalla de la más veterana de sus dos estrellas: Paul Newman. Quizás la anécdota no termine de explicar las razones por las cuales el actor texano, nacido en 1970, se haya puesto sobre los hombros la realización de un extenso (más de seis horas) proyecto documental centrado en la vida y obra de Newman y su esposa, la actriz Joanne Woodward, pero ayuda a comprender en parte el relato en primera persona que lo atraviesa de principio a fin. De zoom en zoom con sus amigos –¡y qué amigos!– en tiempos de cuarentena, Hawke convence a colegas de oficio como George Clooney, Laura Linney, Sam Rockwell y Billy Crudup, entre muchos otros, para que interpreten las voces de Newman, Woodward y demás figuras del mundo del cine cercanas a la pareja y así guiar la narración a lo largo de los seis episodios. El origen de la idea lo detalla el protagonista de Antes del amanecer y sus secuelas al comienzo del primer capítulo: una enorme cantidad de cajas llenas de transcripciones de entrevistas realizadas por Stewart Stern, el sobrino de Adolph Zukor y guionista de películas como Rebelde sin causa y el clásico de culto de Dennis Hopper The Last Movie, base primordial para una biografía sobre Paul Newman que nunca llegaría a escribirse. Entrevistas en las cuales el propio homenajeado y personas allegadas, tanto en lo personal como en lo profesional, revelan recuerdos e impresiones sobre el trabajo en los sets, la vida íntima, los deseos, los miedos y las frustraciones. Newman destruyó las cintas originales a comienzos de los años 90, arrepentido tal vez de algunas de las confesiones allí volcadas. Martin Scorsese, cuando no, hace las veces de productor ejecutivo y aparece en pantalla en varias ocasiones, rememorando impresiones, pero es Hawke quien organiza el material (el guion, el montaje) en pantalla, desde los primeros pasos de los jóvenes actores, cuando el cine de Hollywood se reinventaba tibiamente en los años 50, hasta los últimos proyectos de la dupla –en conjunto o por separado– antes de la muerte de Newman en 2008. En el medio, ascensos y caídas, la compleja relación de pareja, el vínculo con los hijos e hijas, el alcoholismo como sombra al acecho, las complejidades del estrellato y el compromiso político en la era de Vietnam. Apenas algunos de los temas que recorre la serie, disponible en HBO Max, aunque un poco escondida entre las novedades de la plataforma.

¿A qué refiere el título The Last Movie Stars? Desde luego, ni Newman ni Woodward pueden ser consideradas las últimas estrellas de cine en un sentido estricto. Sin embargo, Hawke insiste en que se trata de los últimos representantes de una manera extinta de entender el estrellato, nacidos profesionalmente en una era en la cual los grandes estudios de Hollywood observaban el ocaso de una forma de entender el negocio (y de manejar a su antojo a las estrellas). Se trata, además, de una cuestión de familia: dejando de lado las participaciones en telefilms y obras teatrales, los integrantes del matrimonio participaron juntos en dieciséis largometrajes, que en más de una ocasión reflejaron los conflictos de la vida real en la gran pantalla. El viaje comienza atrás en el tiempo, mientras la voz de Clooney hace las veces de Newman y Linney adopta la personalidad de Woodward, los conductores de un viaje a las profundidades de la profesión actoral, de unas vidas públicas y privadas tan ricas como complejas. Virtuosas, sin duda, y también –cosas del ser humano– acechadas por defectos. 

Cuando Paul conoció o Joanne en 1953, durante las presentaciones de la obra teatral Picnic en Broadway, el joven blondo estaba casado con otra mujer, Jackie Witte, y era padre de un hijo y dos pequeñas niñas. Pasaron cuatro años hasta que volvieron a verse, en el rodaje de Noche larga y febril, del realizador Martin Ritt, film en el que compartieron pantalla por primera vez. Woodward era una de las figuras jóvenes femeninas más importantes del momento, condición reforzada con creces pocos meses después, cuando ganó un premio Oscar por su actuación central en Tres caras tiene Eva (1957), de Nunnally Johnson. Newman, en tanto, era todavía un “muchachito lindo” que nadie consideraba realmente en serio, y la imagen de ser un segundón, un “Brando de segunda categoría”, lo seguiría persiguiendo durante años. Más tarde la ecuación se invertiría: divorciado y casado en segundas nupcias con Woodward, el ascenso del actor en términos de fama nacional e internacional coincidió con un descenso marcado en la popularidad (ay, ese término) y su “valor” como figura (aún peor) de Woodward. The Last Movie Stars también cuenta la historia del complejo equilibrio entre la carrera actoral y aquello que ocurre por afuera de los rodajes y los escenarios.

UN ASUNTO DE FAMILIA

“Este proyecto fue realmente algo personal para mí”. Entrevistado por el medio especializado IndieWire, Ethan Hawke, cuya carrera como actor también tuvo sus altibajos y quien viene practicando el berretín de la realización desde los tiempos de Chelsea Walls, estrenada en 2001, recuerda que pasó el primer año de trabajo preguntándose por qué todo eso había terminado “cayendo sobre mi regazo. Hay mejores documentalistas que yo. ¿Qué podría aportar? Bueno, soy un actor y sé lo difícil que es hacer una buena película. Si amás y deseás tener ese sentimiento de nuevo, es increíblemente estresante y competitivo. Newman ganó un premio a Mejor Actor en Cannes en los años 50 y de nuevo en Berlín en los 90. Tuvo una gran carrera. No tiene ningún período malo, excepto tal vez durante un par de años. La verdad es que eso es siempre algo duro de lograr. Él intentó resistirse a convertirse en una marca, al mismo tiempo que la industria le decía que, si quería actuar, tenía que pagar. Si no lográs hacer dinero, no tenés libertad creativa. Uno puede reírse hoy de Infierno en la torre, pero fue la película más grande de esa temporada y le aportó a Newman diez años de libertad creativa. Fue muy inteligente de su parte, aunque no es un film que valga la pena citar como parte de su legado”. Súper activo en términos de promoción de la serie, que Hawke define como un largometraje de 380 minutos dividido en seis partes, el actor recuerda que el proyecto comenzó con el más inesperado llamado telefónico de una de las hijas del matrimonio Newman-Woodward: “Normalmente no respondo llamados de números que no conozco. Claire Newman consiguió mi teléfono gracias a un amigo, me llamó y me habló de la idea. Sabía que si decía que sí, mi casa iba a estar completamente tomada, que me obsesionaría con eso. Pero no pude encontrar una buena razón para negarme, tanto admiro a Paul y a Joanne. Mucha gente joven piensa en Paul como el hombre que hacía aderezos para ensaladas, y a ella ni siquiera la conocen. Así que me pareció que era tiempo de recordarle a todo el mundo acerca de sus notable vidas”. 

El protagonista de la reciente El teléfono negro, todavía en cartel, donde encarna por primera vez en su carrera a un temible asesino de niños, afirma que ninguno de los actores y actrices que participaron como talentos vocales cobró por ese trabajo. “Realmente lo hicieron por amor a Paul, Joanne y la profesión. En un primer momento, no era mi intención utilizar los Zooms, eso vino después”.

Uno de los innegables atractivos de The Last Movie Stars es asimismo una clara señal de inteligencia de las decisiones creativas de Hawke a la hora de organizar el material. A diferencia del grueso de los documentales televisivos dedicados a figuras de la industria del cine, que utilizan el material de archivo y fragmentos de películas como simple ilustración de las cabezas parlantes en acción, aquí cada una de la escenas de films conversan con la línea narrativa central o alguna de las paralelas, ya sea reflejando momentos clave en las carreras de los homenajeados o bien como espejo de algún aspecto de sus vidas privadas. Ejemplo máximo de ello, en el cuarto episodio varias secuencias de 500 millas (1969, dirección de James Goldstone) permiten discutir la conflictiva relación de Newman con su hijo Scott, fallecido tempranamente en 1978 en un accidente motociclístico, a partir del vínculo ficcional entre el protagonista Frank Capua, un corredor de autos a punto de dar el gran salto en su carrera, y su hijastro Charley. Y, desde luego, con su esposa Elora, interpretada por Joanne Woodward. “Los actores somos malos padres”, se dice en cierto momento, en una de las entrevistas de Stern, poniendo de relieve de manera dolorosa el choque entre la profesión –que implica ausencias prolongadas y atenciones demasiado enfocadas en los roles a encarnar– y las necesidades y obligaciones de la paternidad y la maternidad. ¿Y qué decir de Woodward? ¿Cuándo mutó su estatus de actriz famosa y prestigiosa a presencia olvidada por el gran público, a pesar de que nunca dejó de lado la actuación, ni en el cine ni en la tevé ni en el teatro, además de iniciar una carrera paralela como bailarina? El sonido y la furia (1959, dirección de Martin Ritt) y Desde la terraza (1960, de Mark Robson), esta última junto a Newman, señalan el apogeo de la filmografía de alto perfil de la actriz, películas marcadas por su temática “adulta”, en ambos casos basadas en obras previas de prestigio: las novelas homónimas de William Faulkner y John O'Hara, respectivamente. Woodward, a través de la voz de Linney, recuerda con amargura cómo el estudio 20th Century Fox destruyó el montaje original de la ópera prima de Franklin J. Schaffner, Venus a la venta (1963), en la cual interpreta a una corista en decadencia que originalmente iba a ser encarnada por Marilyn Monroe.

MI CUERPO ES MÍO

“Es muy difícil encontrarles un sentido único a estas dos vidas realmente grandes”. Así describe Ethan Hawke las dificultades a la hora de desarrollar el relato del documental, incluso a pesar del extenso metraje. “Su matrimonio atraviesa cincuenta años. Traté de concentrarme en la historia de amor, pero incluso allí el alcance es muy grande. Comencé a pensar en cómo contar la historia de Paul y Joanne sin contar la historia de su generación. Al mismo tiempo, no podía ser solamente yo, tenía que estar presente mi generación reflexionando sobre ello. Todos estamos conectados y nos inspiramos mutuamente, al tiempo que somo influenciados por otros. Nuestro trabajo está determinado por el público. ¿Qué es lo que quiere ver la audiencia? ¿A qué reacciona?”. The Last Movie Stars dedica, desde luego, un generoso espacio a los grandes éxitos de Newman, aquellos que lo transformaron en uno de los rostros y cuerpos más amados por el público de su país y el mundo. El audaz, el clásico de Robert Rossen de 1961 en el cual interpreta al problemático jugador de pool Eddie Felson; El indomable (1963), de Martin Ritt, uno de los roles que terminó definiendo su “persona” cinematográfica; La leyenda del indomable (1967, Stuart Rosenberg), sin relación con la anterior a pesar de los títulos locales similares, y los mega éxitos de público Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969) y El golpe (1973), ambas de George Roy Hill, un amigo personal de Newman. Entre muchas, muchísimas otras, incluidas las menos populares, los fracasos, las películas fallidas. “Una de mis peores pesadillas es perder estos ojos azules y amanecer con otros marrones”, afirma Newman en broma durante una entrevista televisiva, aunque la chanza incluye un subtexto para nada menor. En un capítulo previo, la voz de Clooney recupera las palabras de su colega en la actuación, afirmando que esa feroz sexualidad en pantalla, ese torso desnudo adorado por millones de mujeres, no es el suyo. Simplemente fue creado por el cine, para el cine. Tal vez por ello, como vía de escape artística ante un cuerpo manufacturado para la fama, Newman y también Woodward, inseparables, se embarcaron en otras aventuras más independientes.

La pareja del año, de la década, de las décadas, se cansó de ofrecer entrevistas a revistas masivas que inexorablemente publicaban títulos del tipo “como sobrevivir al matrimonio”, utilizándolos como ejemplo rutilante de resistencia a pesar de las dificultades, exaltando la institución americana familiar en tiempos de divorcios en alza. The Last Movie Stars incluye una suculenta cantidad de películas hogareñas en las cuales puede verse a la familia en actividades cotidianas, ilustraciones de momentos de felicidad que, sin embargo, en más de una ocasión chocan con detalles conflictivos de la vida personal de los protagonistas. En el terreno creativo, Newman no sólo participó en 1968 de la fundación de la compañía independiente First Artists junto a Sidney Poitier y Barbra Streisand –imitando el ejemplo temprano, en 1919, de Chaplin, Griffith, Douglas Fairbanks y Mary Pickford, creadores de United Artists–, sino que iniciaba al mismo tiempo una carrera como realizador, dirigiendo a su esposa en Rachel, Rachel (1968), que le valdría una nominación al Oscar como Mejor Director y a Woodward otra como Mejor Actriz. El compejo de una madre (1972) seguiría en esa línea –Newman director, Woodward actriz– en un (lamentablemente) olvidado film que anticipa muchos de los intereses y desafíos formales del cine indie made in USA de los años 90 en adelante. Otra actuación descollante que, hoy en día, es recordada con algo de ambivalencia por la hija de la pareja, Nell Potts, a su vez actriz infantil del film: Woodward estaba tan compenetrada en el papel de Beatrice, una mujer difícil y poco agradable, que las características del personaje se desbordaron en la vida cotidiana durante el tiempo que duró el rodaje. Algunos años más tarde, el triste fallecimiento de Scott disparó la afición por las carreras automovilísticas de Newman padre y la llevó a límites impensados, en particular teniendo en cuenta su edad: más de cinco décadas de vida cuando comenzó a tomarse en serio los fierros como segunda profesión. ¿Deseo de muerte o simple ansia vital?

POR SIEMPRE JUNTOS

El final de la vida de Newman llegó en 2008, luego de un cáncer terminal. Hawke decide abrir el sexto y último episodio de la serie con la subasta por 15 millones y medio de dólares de un reloj que Joanne le regaló a Paul. En la parte trasera, una frase amorosa: “Conducí con cuidado”. Es el episodio más desparejo de los seis y, al mismo tiempo, el más emocionante. Hay espacio para la impensada línea de aderezos Newman’s Own, cuyas ganancias iban directamente y sin excepciones a la actividad filantrópica, y también para el resurgimiento de Woodward como actriz en telefilms y miniseries en los años 80 y 90, que le valieron una docena de nominaciones a los premios Emmy (y varias estatuillas), y también como profesora de actuación para una nueva generación de talentos. La importancia de films como Será justicia (1982), de Sidney Lumet, y El color del dinero (1986), de Martin Scorsese –secuela en escorzo de El audaz que le valió a Newman, final y justicieramente, un premio Oscar– marcan el ingreso en la etapa madura del actor. Y, desde luego, allí están los fragmentos de El señor y la señora Bridge (1990), de James Ivory, con Newman y Woodward regalando notable performances sinérgicas que permiten que Hawke comience a anudar las varias líneas narrativas del documental hasta llegar al cierre. Los nietos, las enfermedades, la maldición del Alzheimer, que tomó por asalto la vida de Woodward hace más de una década y continúa haciéndolo hoy en día, a los 92 años, el legado de ambos, juntos y separados. Cuando “God Only Knows What I’d be Without You” de los Beach Boys comienza a sonar antes de los títulos finales es casi imposible no sentir un estremecimiento. La historia de amor real que acaba de finalizar es mucho más grande que cualquier otra que Hollywood haya llevado o intentado llevar a la pantalla.

 

>Una conversación con Stewart Stern, el guionista de Rebelde sin causa

UN ENIGMA LLAMADO PAUL NEWMAN

En 1991, la investigadora de la Universidad de California Margy Rochlin entrevistó al guionista Stewart Stern para una publicación académica centrada en guionistas del cine estadounidense de los años 40 y 50. En el párrafo introductorio, además de afirmar que Stern “ha creado esa clase de guiones que subvierten las tradiciones del cine convencional, como así también los valores de la clase privilegiada en la cual nació”, destaca el hecho de que el autor del guion de Rebelde sin causa se encontraba en ese momento “editando las transcripciones de entrevistas, cerca de 15.000 páginas, para una biografía sobre Paul Newman”. Se refiere, desde luego, al libro biográfico oficial que finalmente nunca vería la luz. Esas mismas páginas que, treinta años después y ahora amarillentas, Ethan Hawke recibió en su casa. En otras palabras, la columna vertebral del documental The Last Movie Stars. A continuación, un extracto de esa conversación con Stern, en la cual se destaca la conflictiva relación con el matrimonio Newman-Woodward.

¿Fueron las colaboraciones con Joanne Woodward y Paul Newman las experiencias más positivas de toda su carrera como guionista?

-Fueron muy difíciles. No difíciles con Joanne, pero muy difíciles con Paul. Por las dificultades en la comunicación, básicamente. Yo tiendo a ser muy verbal y Paul es minimalista. Muchas veces ocurría que no entendía que quería decir realmente. Además, él es refinado de una manera que yo no soy. Es selectivo en una forma que yo no soy. Él se refiere a mí como “barroco” y yo me refiero a él como una ‘mente lineal de Cleveland’. Nos lo decimos. Quiero decir, así nos hablamos mutuamente.

¿Hubo dificultades ligadas a los guiones?

-Existieron instancias, por ejemplo con Rachel, Rachel, tanto durante la escritura como en el rodaje, en las cuales Paul sentía cosas demasiado emocionales o sobre dramatizadas que no necesitábamos. Él está muy a favor de que el actor traiga a colación una experiencia, de forma tal que esa experiencia pueda ser vista en la actuación, en lugar de mostrarla literalmente. Se resistió mucho en esa película a mostrar a Joanne haciendo el amor con el personaje interpretado por James Olson. Cuando llegamos al set, no quería filmar la escena.

¿Porque era su esposa?

-Supongo que un poco tenía que ver con eso. Pero lo que quería evitar eran los excesos. Pensaba que las cosas eran mejores si quedaban implícitas en lugar de mostrarlas. Eso permeó la manera en que se filmó. La otra noche volví a verla, y es una de las escenas de sexo más hermosas que he visto en la pantalla. Porque es tan implícita, tan discreta. Pero en un primer momento no quería filmar la escena en absoluto. Entre la montajista Dede Allen y yo tuvimos prácticamente que quebrarle el brazo con el argumento de que era mejor filmarla y decidir después, y no tomar esa decisión en el set. Porque siempre podía optarse por eliminar la escena en el montaje. Así que terminó accediendo. Algo parecido ocurrió con la escena del embalsamamiento, cuando el personaje de la joven Rachel, interpretado por la hija de Newman y Woodward, Nell Potts, va a ver al niño mientras es embalsamado. Quiero decir, cuando llegó el momento de filmar, con la cámara lista, no quería filmarla.

Quizás pensaba que la escena era demasiado perturbadora para que la viera su hija…

-Sí. Cuando vio cómo iba a quedar, no quería que Nell tuviera que ver eso. También pensó que era demasiado para el público.

¿Cómo era tratar de hacerle frente a esos repentinos deseos de protección de Newman hacia su familia, especialmente cuando significaba que el guion sufriría las consecuencias?

-Muy, muy difícil. Tratar de mantener la amistad en todo momento era duro. Hubo momentos en los cuales simplemente no nos hablábamos. Pero incluso así, todos los días estaba presente en el set. Mi vigilancia casi obsesiva se convirtió en una carga pesada, tanto para Paul como para Joanne. Finalmente, durante el resto del rodaje me hicieron sentar en una pasarela con una tabla puesta frente a mí, yo mirando a través de un agujero, para que no pudieran ver mi expresión. Les molestaba mucho.

Todo esto suena a que el proceso de colaboración con Newman fue algo doloroso.

-Difícil, pero gratificante. Filmar la escena del Tabernáculo tomó tres días más de lo que Paul había imaginado, ya que queríamos captar el comienzo del cambio de color de las hojas para la última secuencia. Me dijo que saliera e hiciera un storyboard de todo para que él pudiera simplemente llegar y filmar. Y lo hice. Dibujé toda la secuencia, toma por toma, y verifiqué mis instrucciones con Dede Allen, asegurándome de que la gente mirara a la cámara a la derecha y a la izquierda cuando debían hacerlo. Diseñé en papel todo el paseo de Rachel por el campo, después del beso con Calla, cuando la niña huye y se convierte en Rachel, recogiendo las flores del prado. Plano general de Rachel bajando la colina, descubriendo la granja; todo eso lo diseñé por completo. Paul simplemente lo filmó, moviéndose de una locación a otra.

Usted continuó colaborando con ellos. Recientemente completó un libro sobre los doce días de ensayo de El zoo de cristal (1987), una producción que Newman dirigió y Woodward protagonizó. ¿No está ahora trabajando en una biografía autorizada de Paul?

-Bueno… tengo un problema con Paul, a quien conozco desde hace treinta y tres años. Me pidió que escribiera su biografía y, aunque lo conozco bien, tengo serias dificultades para tomar una decisión sobre el libro. Hay cosas que simplemente sé porque soy su amigo, pero no quiero hablar de ellas. Hay otras que sólo sospecho porque él no se conoce bien a sí mismo. Podría unirlas, llegar a alguna clase de teoría e intentar probarla. Aunque probablemente sean tres teorías y debería elegir una, porque hay tantas corrientes dentro suyo.

¿Qué quiere decir con eso?

 

-No puedo, realmente. Él es tan… no contradictorio, pero son como corrientes, cuatro o cinco líneas, que corren dentro suyo de forma paralela y nunca se cruzan. Aparecen y desaparecen, ves el brillo y enseguida desaparece. No hay nada, ni un eco. Uno podría poner todo eso junto y armar una teoría. Todas esas líneas dicen ‘Yo soy el verdadero Paul Newman’. Pero no lo sé. No me atrevería a hacer eso. Incluso conociéndolo desde hace tanto tiempo.