Hace seis años Laura Marling se tatuó en el muslo la expresión “semper femina”, sacada de la frase de La Eneida “varium et mutabile semper femina”: “la mujer es siempre voluble y cambiante”. Al cortarse la expresión amplía el sentido a “siempre mujer”, y tatuada abre la conversación acerca de la sentencia de Virgilio. Ahora llamó así a su nuevo álbum, el sexto. En 2011, cuando se hizo el tatuaje, iba por el tercero, A Creature I Don’t Know. Tenía 21 años y era la revelación del folk británico: le habían dado el Brit Award como mejor artista femenina por el segundo, I Speak Because I Can (2010), que recibió muy sorprendida, no terriblemente conmovida, con las palabras “hola, soy Laura Marling”. Se lo dedicó a la madre, dijo “esto es muy raro”, y deprisa retiró su sencillo atuendo del escenario y volvió al lugar de los seres concretos que fuman cigarrillos, andan en subte, leen en cafés, duermen en casas de amigos. Así sus circunstancias en aquel tiempo: de viaje constantemente, sus cosas guardadas en un depósito en Londres, las dos hermanas mayores haciendo su vida, los padres en Eversley, Hampshire, el rico condado con el cartel de bienvenida al pueblo de Jane Austen. 

Allí se crió Laura Marling, en una granja donde el padre, el último de una dinastía de barones, manejaba un estudio de grabación. Él le enseñó a tocar la guitarra, y la madre también es profesora de música; entre ambos le formaron el gusto, que todavía no se ha extendido demasiado mas allá del año 1972. “Es elogioso que me incluyan, pero no entiendo por qué me nominan a un premio que fomenta la música vanguardista porque yo me muevo para atrás”, dijo en 2010 sobre el Mercury Prize que finalmente no ganó. El debut Alas, I Cannot Swim (2008) también estuvo nominado. Semper Femina marca entonces una década de carrera y el inicio de una etapa independiente. Cuando Marling dejó la granja con escudo propio y luego la ciudad de Reading donde estaba becada en el prestigioso colegio Leighton Park, para convertirse en una de las fundadoras de la nueva escena folk de Londres, lo hizo con un contrato por cinco discos con Virgin Records, que firmó asesorada por el padre “y uno de sus abogados de los ‘70”. Vínculo que no resiente de todos modos: “Nunca me molestaron y nunca los molesté”. 

Llegó a Londres con 16 años y se enamoró enseguida de Charlie Fink, el frontman de Noah and the Whale, la banda con la que salía a tocar al principio. Fink fue el productor de Alas, I Cannot Swim, y tanta fue su implicación que Marling lo considera un disco de los dos. Después lo dejó y él sufrió lo suficiente para componer el bellísimo The First Days of Spring (2009). Marling empezó a salir con Marcus Mumford, de la otra banda indie folk Mumford & Sons, que había tocado el acordeón y la percusión en el debut y era el baterista del siguiente. Al segundo lo produjo Ethan Johns, un ingeniero que trabajó en la primera etapa de Kings of Leon y lo último de Paul McCartney y Tom Jones. I Speak Because I Can se grabó en vivo con banda y dice Marling que el sonido es un poco resultado de estas interacciones. El tercero es el que empieza a considerar más propio. Curioso que los nombres operen en sentido contrario: del afirmativo “hablo porque puedo” al cauteloso “una criatura que no conozco”. Inútil igualmente buscarle sentido práctico a la narrativa de Laura Marling, personalidad ultra reservada, amante de la literatura antigua, fan de los crucigramas. Otra curiosidad es que escribe a flujo de conciencia y nunca edita las letras, aunque sí deja reposar las canciones todo lo que considere que haga falta. Las del tercer disco las trabajó sola un rato largo antes de presentarlas a Johns y la banda. “Esta vez pensé: ‘Tengo la confianza, sé cómo quiero que suene, ¿por qué no le pongo mi sello antes de que cualquiera le empiece a meter mano?’”, dijo en The Guardian en 2011.

EL AGUILA Y EL CORTOMETRAJE

También había terminado con Marcus Mumford, y el cuarto álbum es el de los relatos llenos de metáforas y crueldad sobre desamor y relaciones fallidas. “Te escribí un libro y lo dejé bajo la lluvia” en “Breathe”; “cuando estábamos enamorados, si es que estábamos, yo era un águila y vos una paloma” en “I Was An Eagle”; “curé mi piel, ahora nada la atraviesa aunque mucho lo intente” en “Master Hunter”, donde suena hosca y profunda como Fiona Apple. Once I Was An Eagle surgió del proceso más íntimo hasta ese momento, con el resultado más exuberante: 16 canciones de voces y guitarras todas de primera toma, grabadas el mismo día con sólo dos músicos de la banda. Cuando se lanzó en 2013, también producido por Johns, Marling se había ido a Los Ángeles y arrancado una gira autogestionada en un auto alquilado: “Todos estaban en shock cuando me fui, ¡ja! No me pueden acorralar”.

En el camino se volvió a enamorar de un fotógrafo canadiense, pero la relación se terminó en un rato de convivencia y unos kilómetros de ruta. Entonces comenzó el verdadero viaje de Marling, que tuvo que incursionar en las barras de los pubs porque era la única forma de mantenerse sociable. Necesario para compensar los silenciosos road trips a Joshua Tree, Monterrey o Big Sur que hacía: “Nunca vi lugares más hermosos”, dice. Tenía 23 años. Se cortó el pelo, bajó de peso, y según ella eso le desdibujó los rasgos femeninos y le concedió “la buena experiencia de ser una presencia no sexual en el mundo”. Grabó un disco y lo descartó; dejó esperando otro porque sintió que “el espíritu creativo se había adelantado demasiado”. Decidió tomarse vacaciones de la música, aprender cosas nuevas, leer otra literatura, experimentar con marihuana y otras plantas. Leyó y vio todo lo que pudo del padre de la psicomagia Alejandro Jodorowsky: “Vengo de un background al que le gustan esas cosas, pero yo era muy cínica y rechazaba ese costado de mi crianza. Pero en LA te lo venden tan bien. Hacer yoga durante todo el día es algo legítimo y es genial. Podés comprar cualquier tipo de espiritualidad, ocultismo, misticismo. Y yo prefería gastar la plata en eso en lugar de ropa o lo que sea”, dijo este año también en The Guardian.

Entre las revelaciones de California hubo dos particularmente importantes. Algo que no se había cruzado en su circuito privilegiado en Inglaterra: artistas desinteresados en hacer carrera, o para los que hacer arte constituía un esfuerzo económico: “Fue perturbador y una lección muy inspiradora”. La segunda ficha fue darse cuenta de estar experimentando la verdadera soledad. De repente, una mañana cualquiera, entendió por qué sus hermanas le decían insensible porque nunca llamaba, o por qué no funcionaban sus noviazgos: “Las personas quieren pasar tiempo juntas, necesitan saber que quien sea que tengan alrededor los quiere, y yo no le ofrecía eso a nadie”. Empezó a sentir desamparo, tanto que estuvo a punto de meterse en algún tipo de secta, dice ella: “Hasta el sol es implacable, como si ni Dios te estuviera cuidando poniéndote nubes encima”. Lo llamó un período de “bancarrota social”, de “muerte del ego”. Una tarde en una barra conoció a un flautista y chamán con el que alcanzó a tener una conversación profunda. El hombre terminaba todos sus cuentos con la expresión “es un maldito cortometraje”. Así, Short Movie, se llamó el quinto disco, el que cerró el contrato con Virgin Records. 

PERSONALIDAD FUERTE

Lo armó de vuelta en Inglaterra a fines de 2014 con canciones que trajo. Convocó a sus cellista, bajista y violinista, pero a ningún productor. Se encargó de eso ella misma con asistencia del baterista Matt Ingram: quería “desmitificar” la actividad. Como acá además toca la guitarra eléctrica (una Gibson 335 de 1959 del padre), se lo puede considerar un claro disco de transición. Tal vez un desvarío para los fans, tal vez un hallazgo para nostálgicos de la PJ Harvey de los ‘90. Aunque también está ese clásico y fabuloso country “Strange”: “Nadie quiere estar solo, pero si te enamorás de mí, tu amor se vuelve mi responsabilidad, y nunca podría hacerte mal”. Pero sin duda lo más elocuente de este álbum es el casi pop “Gurdjieff’s Daughter”, en referencia a la conocida lista de consejos del filósofo y místico para su hija. En el video Marling tiene el pelo corto y un vestido negro con corte modernoso, un look distinto a cualquier cosa que haya llevado. Mira y canta consignas a cámara (“la oscuridad no puede hacerte daño”, “que no te impresionen las personalidades fuertes”) mientras besa y a abraza a mujeres, varones y niños adentro de una casa. Sólo que al final se va corriendo por la calle descalza.

Short Movie pareciera un registro bruto, necesario, de lo que fue la experiencia en Los Ángeles. Semper Femina, el disco que acaba de salir bajo el sello propio More Alarming, extrae material de la misma fuente (“mi ángel del Oeste”, le canta a alguien), pero de un modo más calmo y cohesivo, empezando por que son solamente nueve temas. También hubo tiempo de otras actividades estimulantes (un podcast llamado Reversal of the Muse donde entrevistó mujeres de la industria, movida por el dato de que en diez años se cruzó sólo dos mujeres ingenieras) y de encontrar nuevos referentes para elaborar una imaginería y un relato que acompañen la música. Cita a la psicoanalista Lou Andreas-Salomé y su amigo Rilke, Leonora Carrington, la mujer que no tenía tiempo de ser la musa de Max Ernst. “Creo que todas las mujeres en algún punto de sus vidas se han sentido adoradas e incomprendidas. Se han visto amordazadas por esa adoración. Yo he sido objeto de una adoración que me ha hecho sentir muy incomprendida, y quería entender qué piensa esa mirada cuando no me comprende”, dijo Marling en Vice a los 27 años. Entonces empezó escribiendo como si fuera un hombre, cuenta; después entendió que no necesitaba hacer eso para hablar sobre mujeres con intimidad. Así es que todos los personajes de Semper Femina, los que observan y los observados, son mujeres. No es claro lo que las une, pero más que novias o parientes parecen amigas. Y es la amistosa finalmente la mirada que puede contener todos vínculos, incluido el personal. Un amor que también puede apreciar la belleza y ser servicial, y es además el más maduro y respetuoso y el menos posesivo. “No hay hazaña más dulce tal vez/ Que amar algo lo suficiente para querer ayudarlo a ser libre”, canta en “Wild Fire”. 

Puede que con estas canciones lentas e invernales, que parecen caminar por la pradera, meterse en un bosque y volver a salir, Laura Marling esté dejando entrar un poco más a su mundo privado, eso que se le reclama por asociarla a un género caracterizado por el confesionalismo. El disco abre como si fuera a arrancar una copla, y empieza a construirse con bajos profundos, un guitarrón y climáticos violines. Es la atrayente “Soothing”, con la que debutó como directora, en un video con mujeres en malla de látex abrazándose en una cama, imágenes que vio en un sueño. El sonido del álbum, claramente más groovy que todo lo anterior, responde a un nuevo vínculo de trabajo al que Marling se entregó como nunca hasta ahora. En 2016 volvió a Estados Unidos donde la esperaba Blake Mills en su estudio de Nashville. Blake Mills es un chico de 30 años que Eric Clapton llamó “el mejor guitarrista vivo”, que la tenía a ella en la lista de artistas que quería producir. Marling, todavía sin poder reconocer su propio valor, le da los créditos por “todos los acompañamientos tonales, locos, retorcidos y fabulosos”, y dice que creció muchísimo tocando con él. Mills a su vez actuó completamente a su favor: rellenó espacios con gracia y dulzura, sumó oscuridad y tensión, la dejó sola con su voz y guitarra cuando era todo lo necesario, la potenció para cerrar el álbum con una balada que podría ser “Wild Horses”. Se llama “Nothing, Not Really” y nombra el oeste, septiembre, un río. Dice la narradora que lo único que aprendió en todo un año sin sonreír de verdad es que nada importa más que el amor. Ya antes se habían escuchado ruidos del estudio y acá al final se oyen los pajaritos. Lo que hace imaginar esa situación de grabación, la textura de los instrumentos, la respiración conjunta, y todo lo que felizmente se puede esperar de esta dupla.