Los libros policiales de Joel Dicker suelen dar vueltas sobre sí mismos una y otra vez en un remolino de acción, dudas, suspenso, pistas falsas, descubrimientos, epifanías y crisis emocionales. En una traducción bien hecha pero con problemas de dialecto castellano (muy español) para los argentinos, El caso Alaska Sanders es parte de una trilogía con El libro de los Baltimore y La verdad sobre el caso Harry Quebert, ambos traducidos ya por la misma editorial. El narrador es siempre el escritor Marcus Goldman y hay lazos constantes entre este libro y los dos anteriores. En todos ellos, como si eso también fuera identitario para la serio, Dicker mestiza géneros: funde el género policial y la metaescritura, es decir la literatura dedicada a hablar sobre literatura, en este caso, sobre un escritor y su oficio.

Como todo policial, este se cuenta en una doble línea temporal: por un lado, la investigación, que va hacia adelante en el tiempo; por otro, el caso, que significa ir hacia el pasado y reconstruir lo que llevó al crimen. Dicker maneja ese tiempo doble con un esquema muy complejo de flash backs, que, sin embargo, es absolutamente comprensible. El caso A. S. está dividido en un prólogo, tres partes y un epílogo, que a su vez están divididos en capítulos relativamente cortos, que empiezan con un párrafo introductorio, al que siguen un título y la aclaración del lugar y la fecha en los que ocurrirá la escena que se está por contar. En el interior de esos capítulos, cuando un personaje recuerda una escena anterior, también se la describe en un relato independiente que empieza con la fecha en que sucedió. Así, se trata de una presentación claramente cinematográfica con montaje explícito, como cuando se ponen las fechas sobre la pantalla en películas con tiempos complicados de seguir. Eso tiene sentido: el narrador habla de la transposición de sus libros anteriores al cine. Este parece preparado para esa misma operación.

La historia se desarrolla en seiscientas páginas. El caso parece resuelto varias veces y después, se complica. El primer crimen se va uniendo a otros anteriores con los que está relacionado y los sospechosos cambian una y otra vez. Por lo tanto, hay varios resúmenes (típicos del género) sobre lo que puede haber sucedido antes del asesinato pero siempre queda algo sin cerrar y la solución completa solamente se consigue al final. Pero claro, en ese momento, como siempre en las series, se promete una nueva investigación para la “pareja” que forman el escritor y su amigo policía, Perry Gahalowood.

Ese esquema espiralado se refleja también en las cuestiones humanas: ¿es posible dejar atrás un trauma, el contacto con un crimen, la pérdida de un ser querido o esos hechos marcan para siempre? Como afirma uno de los personajes: “un caso nunca se cierra del todo, te persiguen los vivos y los muertos”. Para salir de un “caso”, entonces, es necesaria una redención que se promete al final, no solo para el escritor sino tal vez, también para los lectores, a los que el escritor se dirige constantemente en segunda persona plural (un “vosotros” español) y hasta separa en lectores de este libro en particular o también los anteriores.

La complejidad del esquema temporal se hace todavía más densa cuando se trazan relaciones con los libros anteriores, tanto los recuerdos del escritor sobre su familia en Baltimore como su relación con Harry Quebert, el amigo al que ayudó en el caso anterior. En ese sentido, la trilogía no cumple exactamente con la estructura de “serie”: aquí, ningún “caso” es independiente del todo, tal vez justamente porque los casos “nunca” se cierran y, al contrario, pasan a formar parte del “ser” de los protagonistas.

Quizás es por eso que se reflexiona mucho sobre “ser escritor” y “ser policía”, es decir, sobre la forma en que la función social pesa sobre las personas y las define. Ambas profesiones tienen contactos claros: las dos explican algo, tratan de comprenderlo, de reconstruirlo. Y en su tratamiento de “lo policial” y “lo escrito”, Dicker es profundamente europeo en la cultura: aquí, lo único que importa es la mente humana y su capacidad para construir una historia coherente: “había llegado a la conclusión de que, en realidad, la vida no podía repararse, solo se podía reconstruir dándole un sentido”. La dimensión corporal, natural, está completamente ausente.

Por otra parte, los libros de Dicker son narraciones clásicas que no utilizan los recursos que entraron a la literatura durante el siglo XX. A pesar de la complejidad de las señales, las pistas y los personajes, cuentan una historia con “un” único sentido (no varios como se hizo después). Ese clasicismo implica también una concepción canónica de la literatura como centrada en la originalidad: si uno es “un gran escritor es justamente porque” no se parece a los anteriores, se dice en una discusión sobre literatura en general. Y sin embargo, Dicker (ya no su personaje) repite constantemente esquemas anteriores: es clásica la forma en que el narrador/protagonista anticipa lo que vendrá (por ejemplo, cuando dice que tal o cual pista no parecía importante en su momento aunque lo sería más adelante) y la manera en que guía a sus lectores (por ejemplo, cuando aclara ciertos detalles a quienes no leyeron sus libros anteriores). Y por cierto, es “clásica” (tal vez sería mejor decir “anticuada”, o “prefeminista”), la mirada sobre el amor, ya que hasta se acepta de la existencia de “un amor verdadero”, homo o heterosexual pero uno solo.

Hay un detalle importante en cuanto a la ambientación: los pueblos chicos de Maine y New Hampshire en los que transcurre todo son parte de la cultura del Norte de los Estados Unidos, incluyendo a la policía, la justicia, los interrogatorios, la cuestión del dinero y, por supuesto, la centralidad de los autos y las armas. Y sin embargo, Dicker es suizo y escribe en francés. Cabría preguntarse si esta novela (en realidad, toda la trilogía) es “literatura estadounidense” e incluso (desde un análisis más libre y más profundo) hasta qué punto casos como este desafían la división “nacional” de las literaturas en la Academia, ahora que estamos en tiempos de globalización.