PáginaI12 En Francia

Desde París 

La era del presidente Emmanuel Macron, electo en mayo pasado, comienza realmente este lunes con un amplio y libre territorio de acción política. Su partido, La República en Marcha, obtuvo la mayoría absoluta en la segunda y última vuelta de las elecciones legislativas. Sus adversarios, de izquierda o de derecha, ocuparán una modesta sombra parlamentaria al lado de la poderosa fuente de poder que los electores le entregaron en los tres procesos electorales consecutivos: las presidenciales y las dos vueltas de la consulta legislativa. La ola macronista fue menos masiva de lo previsto, pero no por ello lo priva al presidente de una confortable mayoría para gobernar. Según estimaciones de la prensa, de los 577 escaños La República en Marcha ganó 361 diputados, la derecha de Los Republicanos sacó 128, el Partido Socialista quedó reducido a 46, Francia Insumisa, la Izquierda radical de Jean Luc Mélenchon, ganó 26 y la extrema derecha del Frente Nacional alrededor de 8. Su líder, Marine Le Pen, ingresa por primera vez a la Asamblea Nacional luego de haber disputado ante Macron la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. El dato que empaña la victoria presidencial es el de la abstención. 57% de los electores no acudieron a votar y con ello se dibuja lo que el matutino Libération llama “la Francia invisible”. Esa Francia no se movilizó para limitar los poderes presidenciales, lo cual testimonia de una incapacidad critica por parte de las oposiciones a suscitar un entusiasmo en torno a sus propuestas. El macronismo ha tenido al final efectos analgésicos que durmieron a los electorados más militantes. 

Sin sorpresa alguna, el Partido Socialista es el más afectado por el efecto Macron. Pasó de tener una mayoría de 264 diputados a los 46 de hoy. Es la víctima más afectada por sus incapacidades políticas, sus querellas de egos y el antagonismo nunca resuelto entre social liberales y socialistas natos. Emmanuel Macron empujó al partido a una aclaración que le terminó costando su propia identidad. Su Primer Secretario, Jean-Christophe Cambadélis, presentó su renuncia. Cuestionado de todas partes desde hace varios años, Cambadélis dijo que era “consciente de su deber y del momento crucial que atraviesa la izquierda”. El, junto al ex presidente François Hollande y su último Primer Ministro, Manuel Valls, habrán sido los enterradores del socialismo francés. Las urnas no le perdonaron sus ambivalencias, sus traiciones y sus insospechadas inoperancias. Tampoco perdonaron a la derecha. Aunque sale con una victoria parcial cifrada en sus 126 diputados, los conservadores también se vieron forzados a la renovación. La cantidad de dirigentes políticos celebres que desaparecieron del mapa electoral con estas elecciones es alucinante. La lista de derrotados es una colección de ex ministros y de hombres y mujeres que, hasta ahora, detentaban las riendas del gran poder. Casi todo lo que se construyó como eje de poderío se diluyó en la renovación impulsada por el macronismo triunfante. La mayoría presidencial está, de hecho, constituida por dirigentes nuevos, que jamás habían entrado en los engranajes de la política y que, en adelante, tienen la misión de respaldar las reformas económicas del presidente. Ni la derecha, ni la izquierda radical, ni los socialistas o la extrema derecha cuentan con la capacidad de ejercer una oposición eficaz en la Asamblea. Macron se reforzó al mismo tiempo que se debilitaba el equilibrio democrático. El desencanto francés desembocó en una suerte de absolutismo que redujo a los demás a una minoría sin influencias decisivas. El antiguo sistema político se hizo añicos en medio de una indiferencia democrática probada por los porcentajes históricos de abstención. Los dos partidos que constituyeron el pilar de las construcciones democráticas, los herederos del gaullismo hoy agrupados en Los Republicanos, y el Partido Socialista, sucumbieron ante el imparable avance de otro partido, La República en Marcha, que apareció recién hace poco más de un año con el inconsistente nombre de “En Marcha”. De allí, sin otro respaldo que una narrativa que apunto al corazón de la sociedad, Emmanuel Macron, el ex Ministro de Finanzas de François Hollande, fue seccionando los troncos del árbol enfermo hasta llegar a la cima. Desde una idea de extremo centro y siempre con la apuesta de una superación del esquema izquierda derecha, a sus 39 años, Macron, respaldado por minorías diversas, derrotó tanto a los populistas de extrema derecha, a los discursos anti Europa, a quienes ponían en tela de juicio al capitalismo, a la derecha ultra liberal y católica y a la socialdemocracia amparada en el Partido Socialista. Todos son ahora minoritarios en la Asamblea. El centro liberal del macronismo funcionó como un encantador de serpientes. Los inexpertos candidatos que se presentaron con las siglas LRM (La República en Marcha), casi todos desconocidos y oriundos de la sociedad civil, desplazaron a aguerridos diputados salientes. El cambio es, sin embargo, aparente: lo esencial de la Quinta República no se mueve. Hay siempre un presidente casi rey, una figura tutelar por encima de todo. El abstencionismo de todo el proceso electoral deja otro dato: la refundación se lleva a cabo con un telón de fondo de indiferencia.  

Ahora viene lo mejor. La victoria aplastante es casi una humillación para los demás y una promesa de antagonismos políticos densos. Jean Luc Mélenchon pronostica un “golpe de Estado social” por parte del macronismo. Su primera misión ya está agendada: completar la reforma laboral iniciada bajo el mandato de François Hollande. Había anoche en Francia un gran silencio. Los derrotados estaban anonadados. Sólo emergió una voz combativa, la de Jean Luc Mélenchon. El líder de Francia Insumisa advirtió que asumiría la “resistencia” ante la mayoría presidencial y, cuando interpeló al poder, dijo “que ni un sólo metro del derecho social le será cedido sin lucha”. A falta de una oposición parlamentaria de peso, las próximas batallas se desplazan al terreno donde se mueven las mayorías sociales: la calle. 

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