PáginaI12 En Gran Bretaña

Desde Londres 

Los conservadores no saben qué hacer con Theresa May, están divididos sobre el Brexit y no terminan de concretar una alianza parlamentaria con el DUP, los Unionistas Protestantes de Irlanda del Norte. Los conservadores fueron electos el 8 de junio para cinco años de gobierno, pero no tienen mayoría propia en el parlamento y nadie apuesta a que completen su mandato. Los conservadores presentaron ayer un escueto programa legislativo para los próximos dos años que tuvo el mérito de no dejar a casi nadie contento. El enigma ahora es si la Cámara de los Comunes lo aprobará en la votación de la semana próxima. Si la primera ministra Theresa May no atraviesa ese escollo, sus días están contados.

La confusión que produjo la pírrica victoria electoral de May hace menos de dos semanas alteró hasta la pompa medieval que tiene la presentación anual del programa legislativo gubernamental. El evento estaba fechado para el lunes 19 de junio. Se postergó hasta el miércoles 21 por las idas y vueltas de la negociación entre Conservadores y el DUP y el deseo de Theresa May de mostrar una apariencia de gobernabilidad parlamentaria en la presentación de su programa legislativo. 

La postergación resultó tan inútil que exasperó a todo el mundo porque ni con los dos días extra se llegó a un acuerdo. La reina Isabel II, que siempre llega al evento en carroza, utilizó un discreto coche oficial, llevaba un sombrero en vez de corona y vestía su clásico tapado azul en vez del elaborado manto real, indumentaria más sencilla que le permitió llegar a tiempo al otro evento del día, la tradicional carrera de Astor. Pero era evidente que el lío conservador con la alianza parlamentaria había trastornado el “schedule” semanal monárquico.

En resumen, nadie estaba de muy buen humor en la ceremonia, pero restaba un misterio profundo: ¿cuál sería “el programa de su gobierno” que leería la monarca a los parlamentarios? El programa electoral de May fue una de las principales razones de su desastroso desempeño en las urnas donde, en vez de la mayoría aplastante para negociar el Brexit que le auguraban las encuestas en abril, perdió la estrecha mayoría que tenía. Con lo cual se sabía que no iban a figurar las escasas propuestas concretas del programa, causantes en gran medida de su desvarío electoral: el sigiloso recorte a las jubilaciones, el llamado impuesto a la demencia senil, la legalización de la caza del zorro. Como el resto de la plataforma electoral era pura retórica, no quedaba bien en claro cuál sería el programa del gobierno de “su majestad”. 

La primera novedad es que, rompiendo con la tradición, el actual programa legislativo no durará un año sino dos. Según el gobierno esto se debe a las negociaciones del Brexit que comenzaron formalmente el lunes y que, aparentemente, acaparán la mayor parte de la atención oficial. La segunda novedad es que para un programa gubernamental de dos años la agenda que presentó ante el parlamento es, como la calificó la BBC, “escueta”. Los 24 proyectos de ley que tratará de acá a 2019 son una poco más de la mitad de los 45 que presentó Tony Blair en 2005 para su primer año en 10 Downing Street y menos que los 27 de David Cameron al inaugurar su malogrado gobierno en 2015: un año más tarde renunciaba por el referendo a favor del Brexit. 

El Brexit, la agenda antiterrorista y la tragedia en la Grenfell Tower dominaron este programa legislativo bianual, pero incluso en estos temas no hubo detalles concretos. Los ocho proyectos del Brexit se referían a temas como pesca o inmigración que afirmaban lo obvio, es decir, que el Reino Unido recobraría el control de sus fronteras con lo cual se presentarán los proyectos correspondientes al igual que con Comercio o Aduanas.

La ley más importante del Brexit, fundamento del resto, es la “repeal law” que revoca toda la legislación europea incorporada al Reino Unido en los 43 años de pertenencia a la UE. Señal de la debilidad de May, al proyecto de ley se le quitó el adjetivo “great” que le daba un aire de triunfal refundación nacional. En el resumen ejecutivo del proyecto, el gobierno incluso aclara que “esta ley no limita el tipo de acuerdo de separación al que lleguemos con la Unión Europea”, es decir, que la “repeal law” misma puede ser trascendida por la negociación con la UE.

En un país conmocionado por cuatro atentados en tres meses que dejaron un saldo de 36 muertos y cientos de heridos, el gobierno se limitó a prometer una revisión de la legislación vigente. “A la luz de los ataques terroristas en Londres y Manchester, la estrategia antiterrorista de mi gobierno será revisada para asegurar que la policía y los servicios de seguridad tengan el poder que necesitan y que las penas para estos delitos sean las adecuadas”, dijo la Reina Isabel con la voz un poco más débil por la edad (90 años). 

La misma vaguedad rodeó el otro gran evento que sacudió a los británicos en estas semanas dementes: el incendio de la Torre de Grenfell que dejó un saldo provisorio de 79 muertos, un número incierto de desaparecidos y 500 personas sin hogar. “Mi gobierno va a llevar adelante una investigación pública para determinar las causas y asegurar que se aprendan las lecciones apropiadas”, señaló su majestad. En cuanto a los 500 que sobrevivieron y quedaron sin techo prometió que serían reubicados “tan pronto como fuera posible”. 

En el “programa de mi gobierno” enunciado por la reina (cómica pantomima porque, como se sabe, el/la monarca reina, pero no gobierna) no figuraba la invitación a una visita de estado al presidente estadounidense Donald Trump y no se decía una palabra del sueldo congelado de trabajadores estatales como los bomberos, servicios médicos o de seguridad que, junto a la respuesta espontánea social, fueron los grandes héroes de los atentados y el incendio. 

La jornada estuvo marcada por varias marchas de protesta en un llamado “day of rage” (día de furia). A la hora en que “mi gobierno” leía su programa el “Movement for Justice by any means posible” (Movimiento para obtener justicia sea como sea) llamaba a provocar la caída de May a la que acusaban por la tragedia de la Torre de Grenfell “con su austeridad brutal, los cortes y los ataques contra inmigrantes”. Con similares mensajes había dos manifestaciones más en Londres a las cuatro y seis de la tarde. 

Más de un comentarista memorioso compara la actual situación con las manifestaciones contra la “Poll Tax” (impuesto a la vivienda), instrumentales en la caída de Margaret Thatcher en 1990. Más peligroso parece por el momento para el gobierno de May las grietas que están apareciendo sobre Europa y que quedaron en evidencia en ese primer round de la negociación con la Unión Europea celebrada el lunes. 

Antes de las elecciones del 8 de junio el mantra del gobierno era que las negociaciones para un nuevo acuerdo se llevarían a cabo al mismo tiempo que las de “divorcio”. El lunes el ministro para Brexit, David Davis, anunció que, tal como siempre había exigido la UE,  primero tendría que haber un acuerdo de “divorcio” y solo luego se avanzaría en los otros aspectos. Este “divorcio” puede ser una cuenta de hasta 60 mil millones de libras que los británicos deberían pagar y que siempre le cayó como un ladrillo a la derecha eurófoba y sus diarios.

Los eurófobos empiezan a sentir que la apuesta de May al convocar a elecciones anticipadas en abril les está sacando de las manos una victoria que, después del referendo del año pasado a favor del Brexit, acariciaban con la punta de los dedos. Según estos sectores, May ha logrado transformar el tradicional proverbio deportivo de “snatch victory from the jaws of defeat” (arrancar una victoria de las fauces de la derrota) en su inverso “snatch defeat from the jaws of victory” (arrancar una derrota de las fauces de una victoria segura).

La votación del próximo jueves será clave. May tiene 318 escaños, 8 menos de los que necesita para tener mayoría propia. Un acuerdo con el DUP le daría 10 votos más en el parlamento para sortear este primer escollo, pero no son una garantía a prueba de balas. Los tres principales partidos de oposición, el laborismo, los nacionalistas escoceses, y los liberal-demócratas planean presentar enmiendas a la agenda legislativa que atraigan a sectores conservadores descontentos con la marcha del gobierno, con su política europea o con la misma Theresa May, es decir, un conjunto que hoy en día abarca prácticamente a la totalidad de los diputados conservadores.

Como en el poema de Borges, a May y los parlamentarios conservadores no los une el amor sino el espanto, pero la consecuencia no es que la quieran mucho sino, en el mejor de los casos, un cálculo de puro pragmatismo. Y es que una derrota del programa legislativo de May llevaría a su sustitución por otro líder conservador que inevitablemente aceleraría una nueva convocatoria a elecciones con Jeremy Corbyn, líder del laborismo, como favorito.