Parece una broma o se huele exagerado pero de los objetos inanimados sorprendentemente más calenturientos de todos se yerguen dos redondos, simétricos y blandengues pedazos de silicona. En el mundo del cine se habla del concepto de Macguffin, un elemento de suspenso que hace que los personajes avancen en la trama: no se sabe por qué pero todos los implicados están detrás suyo. En ese registro se figuran la bolsa de diamantes de Perros de la calle, la valija de Ronin o la misteriosa caja del final de Belle de Jour. Todos son artefactos de misterio que contienen significado más allá de sí mismos.

En esta historia, el objeto de deseo es un par de tetas o, más bien, su equivalente en plástico. Acá, el fetiche es el resorte que activa el erotismo: no se trata de un plástico cualquiera, sino unas prótesis usadas por Lucía Lapiedra, uno de los grandes nombres de la industria del XXX en habla hispana. Un tuit fue el big bang de esta fábula. Un posteo de 140 caracteres invitó a la aventura: “Vendo”, decía. Por entonces, Lucía Lapiedra era una neumática actriz que quería un cambio en su vida: pensaba en reducirse las siliconas por una cuestión de salubridad. “Vendo”, aprovechó. “Vendo”, y resignificó aquello que tenía destino de tacho de basura. Y fue un caricaturista español llamado Rufo quien dijo yo, son mías, no va más: ese par de tetas tiene ahora un nuevo hogar.

“Pagué 500 euros por ellas, aunque si hubiese sido necesario estaba dispuesto a subir mi oferta hasta los mil”, cuenta el orgulloso comprador. Y, de paso, se excusa: “500 euros puede parecer mucho, pero es lo que gasta un fumador en España en sólo tres meses fumando un paquete diario”. Rufo es una rara avis, un buscador de esos que no se conforman, un Indiana Jones chancho: su obsesión es la memorabilia pornográfica. Compra películas, pósters, ropa interior y, por caso, su hit, viene de más adentro: aquí anda este par de tetas.

Su rollo con lo ajeno comenzó hace dos años, cuando fue a la caza de la actriz Carolina Abril, cuando ella iba a dar una charla. Al finalizar, Rufo le cayó con una tanga: soñaba con que ella se la firmase. “Me comentó que si se lo hubiera dicho antes, me podía haber traído unas suyas.” No obstante, lo más extraño que tiene este sibarita del cachondeo “son unos pelos íntimos de una ex webcamer a la que veía por Internet con frecuencia”, apunta. Cuando se retiró de la actividad, Rufo le preguntó si podía tener un recuerdo suyo y ella le envió muy amablemente un frondoso recorte de su vello vaginal. “Era su seña de identidad.” Buen provecho.

“Aquí se mezcla el mito con el fetiche: el ser fan de una actriz con tener algo personal de ella”, observa La Becaria, cronista sexual española que auguró de madrina de este cuento. Tras ganar la subasta, Rufo recibió las siliconas en una caja y durante unos días estuvieron ahí, quietitas, estáticas, fantasmagóricas. “Después decidí ponerlas en una estantería de mi habitación y, para que no les afectase demasiado el polvo, la humedad ni los cambios de temperatura, las metí en una bolsa de plástico transparente bien cerrada. Así se puede ver su firma y dedicatoria”, expresa sobre su Macguffin, su anhelado objeto de deseo.

¿Qué sensación dan esos pechos al tocarlos?

–Al tacto son muy similares a los pechos naturales. Hay otros implantes que están duros como piedras, pero estos son blandos y muy agradables de tocar. Quizás cuando ella los llevaba puestos también eran duros al tacto por estar en el cuerpo a presión, no lo sé, no tuve la suerte de tocarlos entonces.