Desde París

Pocos se animarían a afirmar que somos unos sometidos integrales, en plena pérdida de nuestras libertades, totalmente abiertos a que nos colonicen hasta las venas, sin la más mínima conciencia o voluntad para entender el desastre que nos acecha y adeptos indolentes a que nuestras existencias se vuelvan un negocio planetario para una elite que nos vendió una narrativa tramposa. El pensador francés Eric Sadin lo hace abierta, rigurosa e insolentemente a través de una obra cuyo eje es la crítica a las industrias digitales, a lo que él llama el tecnoliberalismo. Internet, objetos conectados, inteligencia artificial, aplicaciones, nuestro guía supremo, Google, y otras ideas de la modernidad que se presentan como aportes para el desarrollo de la humanidad no son, en realidad, más que una inagotable industria que hurga nuestras esencias humanas con una sola intención: llenar las arcas de los intereses privados. Los tecno fanáticos se no estarán de acuerdo, pero el pensamiento de Eric Sadin sí se inscribe en esa estrecha franja -por no decir heroica minoría-que levanta su voz para, sin derrotismos, denunciar un sistema ladrón y abusador. La editorial argentina Caja Negra nos ofrece el insolente beneficio de poder leer uno de los libros mayores de Sadin, La Humanidad Aumentada, La administración digital del mundo. Esta obra traza los rumbos de una interconexión integral entre los seres humanos. Es un retrato de las vertientes más alucinantes y privativas de la llamada “revolución digital”, aquellas que cartografían permanentemente cada palmo de la existencia humana y que la modernidad, en una suerte de negación colectiva, toma como una fuente de la salvación reactualizada. Lejos, muy lejos de ello, asegura Sadin. Se trata, más bien, del nacimiento de una “humanidad paralela” cuya piedra fundadora es el flujo de conexiones inteligentes, exploradoras de las intimidades humanas, y cuya pretensión central consiste en administrar los destinos humanos del siglo XXI. La famosa computadora de la película Odisea 2001 del Espacio de Stanley Kubrick, Hall 9000, salió de la nave Discovery One para instalarse en el corazón de nuestras vidas y administrarlo todo, espiarlo todo y tratar de cambiar nuestros gustos y nuestras inclinaciones existenciales. El robot inteligente rige nuestros destinos. En este ensayo elegante y preciso, Sadin desenvuelve la trama de ese “otro” que está detrás de nosotros y se apodera, cada día y con nuestra complicidad, de nuestra esencia humana. 

Antes de La Humanidad Aumentada Eric Sadin escribió otros dos libros, Surveillance globale (Vigilancia Global)y La Société d’anticipation (La Sociedad de Anticipación), y después otras dos obras más:La vie algorithmique : Critique de la raison numérique (La Vida Algorítmica, Crítica de la razón digital), y La silicolonisation du monde : L’irrésistible expansion du libéralisme numérique (La silicolonización del Mundo:el irresistible ascenso del liberalismo digital). El autor francés expondrá La Humanidad Aumentada y los otros libros durante La Noche de la Filosofía, en Buenos Aires. Eric Sadin estará presente este sábado en Sarmiento 151 a partir de las 19 hs. En esta entrevista con PáginaI12 en París, el pensador francés nos ofrece un apasionado cuadro crítico de nuestras inocencias y del dinero y el control que los amos de la Silicon Valley obtienen con ello. 

–¿En qué aumentó la humanidad con las tecnologías de la información? ¿Y en beneficio de quién?

–A finales de los años 90 vivimos lo que se conoce como la era del acceso, es decir, la capacidad para millones de individuos de tener accesos a corpus de textos, de sonidos y de imágenes. Esa era no ha cesado de amplificarse, pero ahora estamos en otra era: la era de la digitalización de la vida. Ya no se trata más de digitalizar el sonido, la imagen o los textos sino la vida misma. Estamos ahora exactamente en ese presente, en la era de los sensores, de los objetos conectados y de la inteligencia artificial. Esto nos lleva a que, si no tenemos cuidado, todos nuestros gestos más íntimos serán escrutados: los sensores en mi cama informarán sobre mi sueño y, al igual que los espejos inteligentes de Microsoft, habrá otros sensores que informarán sobre mis estados y, con ellos, sobre toda mi intimidad. Los sensores estarán presentes en todas las superficies de lo real. Vamos hacia un testimonio integral de la vida, pero ese testimonio es, de hecho, una explotación con dos finalidades: la primera, consiste en instaurar un nuevo estado del capitalismo, lo que he llamado el tecnoliberalismo, cuyo propósito es no dejar ningún lugar vacío de la existencia, es decir, se trata de lanzarse a la conquista integral de la vida. Con sensores a lo largo de toda la superficie de la vida se llega a rentabilizar, a monetizar todo el       conocimiento comportamental. Ello acarrea de hecho la mercantilización integral de la vida. Por ejemplo, una balanza conectada no es sólo la curva evolutiva de mi peso sino, también, a través de aplicaciones, la inclusión, la oferta,en función de mis estados, de complementos alimentarios o de estancias en las montañas. Los mismo va ocurrir con los demás objetos conectados:detrás está la idea de una enorme potencia para penetrar en nuestros comportamientos y, mediante sistemas de inteligencia artificial, sugerir ofertas, bienes o servicios adaptados a cada perfil y a cada instante de la vida cotidiana. Allí donde el capitalismo encuentre un espacio vacío, sea un paseo en el bosque o una cena entre amigos, se va a introducir para sacar provecho de ello a través de los objetos conectados. El horizonte que se nos viene encima es el de la capacidad de mercantilizar todos los momentos de la existencia humana. Es el estado último del capitalismo. Fíjese en Google. Nació con el negocio de las palabras claves y ahora está en el de la cartografía en 3D, en el mercado de la salud, de la educación, está presente con la Google Car y la casa conectada. Google y la industria digital anhelan conquistar toda la vida. Ello pasa, primero, por el conocimiento fino de los comportamientos de cada individuo, de manera evolutiva, detallada y a escala global. Ese es el modelo y, paradójicamente, ese modelo es celebrado por toda la sociedad  cuando, en realidad, su efecto mayor radica en reducir la vida y al ser humano a un objeto perpetuamente mercantil y condenado eternamente a ofrecer el testimonio de su vida. La segunda funcionalidad de este medio ambiente tecnológico apunta hacia la organización algorítmica o automatizada de sectores cada vez más extensos de la sociedad. El ejemplo más reciente es de las empresas piloteadas por los datos, el Data Driven. Con la arquitectura tecnológica como base, este dispositivo torna visibles y en tiempo real las performances y dicta las acciones humanas en relación con la eficacia constatada, los parámetros y los algoritmos. Esos sistemas niegan la espontaneidad humanas, la creatividad y la capacidad de las personas que trabajan para determinarse de forma regular. Los seres humanos se ven así transformados en robots de carne y hueso. Esto conduce a que sean pisoteadas la dignidad y la integridad humanas. Pasamos así de la era del acceso, donde solo se trataba de acceder a los documentos y a comunicar con otros individuos, y la de ahora, donde el conjunto de la vida es captada para ganar dinero con ello y optimizar la producción. La figura del ser humano como ente libre y autónomo se aleja cada vez más en beneficio de sistemas que deciden por nosotros. 

–Las nuevas tecnologías o las tecnologías de la información funcionan de hecho como una trampa engañosa. 

–Sí, todo esto es el resultado de la tan celebrada innovación digital. Es la nueva heroína de nuestro tiempo, cuyo modelo proviene de la Silicon Valley. Pero parece que nadie está dispuesto a medir la amplitud de sus consecuencias, incluso más allá de sus ventajas, que son muchas, no lo niego. La socialdemocracia y los demás sistemas políticos liberales han convertido a la innovación digital en una suerte de diosa. La izquierda y la derecha celebran la duplicación de ese modelo y nadie piensa en su impacto: todos buscan duplicar el modelo de la Silicon Valley. Esto se plasma en lo real a velocidades exponenciales. Y este carácter exponencial va más allá de la velocidad misma: de hecho, lo que produce es la muerte de lo político, es decir, la capacidad humana para determinarse, libre y concertadamente, o en plena contradicción. 

–¿Y cómo se explica esta sumisión? Si miramos la historia humana ésta es la historia permanente de una revuelta. Sin embargo, frente a estas tecnologías invasivas, no hay reacción ante lo que usted llama “el órgano sintético”. En suma, ¿por qué nos sometemos tan fácilmente a la esclavitud tecnológica? 

–Creo que se debe a que nuestra representación de lo digital sigue estando marcada por la era del acceso. La mayoría de los individuos conocieron el universo digital y el acceso a internet a finales de los 90. Había que ser un protestón para no encontrar en esas tecnologías algo formidable. Pero hoy estamos en otra era más nociva y aún no tenemos plena conciencia de ello. Seguimos inmersos en la fascinación digital como un instrumento para acceder, para hacer que ciertos aspectos de la vida sean más ligeros sin ver que hay detrás un poderoso movimiento que aspira a conquistar nuestras existencias, meterse en cada sector de la vida. Debemos tomar distancias frente a la digitalización: no se trata solamente de un simple acceso. Hay que tomar conciencia de que lo que se está instaurando es un asistanato permanente de la vida mediante sistemas desarrollados por la industria que sólo piensan en su provecho. Fijémonos en lo que pasa con los asistentes digitales como Siri o Google Homme: ¿qué pretenden? Pues simplemente orientarnos permanentemente hacia productos. Ello desemboca en la monetización de los conocimientos de la existencia. Esa es la dimensión actual. Nuestra vida integral está cuantificada. La inteligencia artificial, por ejemplo, lo que hace es presionar al ser humano, sea con fines comerciales o para optimizar las decisiones. Se trata de una negación de los principios humanistas, del libre albedrío de los seres humanos y de las bases de la vida que nos permiten decidir individual y colectivamente. Se trata de un vasto movimiento que tiende a hurtarnos la capacidad de decidir. 

–Pagamos por el objeto conectado que nos espía y nos vigila. Estamos regalando nuestra libertad. 

–Así es. En todos los regímenes socioliberales hay un consenso en torno a la industria digital: se piensa que la economía de los datos y de las plataformas es el modelo radiante e insuperable de nuestro tiempo. Los responsables políticos, las grandes escuelas, las universidades, todo el mundo afirma esto. No hay ninguna distancia crítica ante este movimiento. Hasta los mismos textos legislativos están escritos en respaldo a la economía de los datos. ¿Qué podemos hacer? Los seres humanos debemos actuar y hacer valer nuestros derechos, concebir discursos críticos, exigir auditorías en el trabajo, en la educación, en las plataformas digitales. El reemplazo, bajo la presión de la industria, del libro por el libro digital en las escuelas es un escándalo. Hay que movilizarse y afirmar que no queremos compartir en su totalidad el porvenir que nos está construyendo la industria digital: hay otros modelos de organización de la sociedad alejados de esa búsqueda integral y compulsiva del provecho. 

–En su otro libro La Vida Algorítmica usted trata de esa segunda tecnodictadura que es la modelización de todo el espectro de lo real. Es otra crítica a la emergencia de esa humanidad paralela que surge con el universo digital. 

–Si, lo que hago es describir cómo nos dirigimos hacia una cuantificación constante de nuestras existencias, cómo funciona la utilización de esa cuantificación y la inserción, la filtración o la inmisión de la industria digital como acompañante de nuestras existencias. Estos fenómenos son a la vez singulares y masivos. Lamentablemente hay muy pocos discursos críticos. Necesitamos distancia y posturas criticas, en la acción y en el pensamiento ante este movimiento masivo que apunta a orientar la existencia en beneficio de intereses privados. 

–Su último libro, la Silicolonización del mundo, elabora una mirada critica sobre ese espacio mitológico que es La Silicon Valley. En ese lugar de California nació el buen rock, abundaron los hippies, se plasmó cierta idea de la libertad y, también, emergieron las nuevas tecnologías. Nuestro presente nació allí y, con él, un modelo de desarrollo muy cuestionable: la startup. Para usted se trata de una utopía social falsa. 

–Los peligros de la silicolonización del mundo están en esta paradoja: el corazón de la innovación tecnológica digital está en California del Norte, en la famosa Silicon Valley. La Silicon Valey sueña con que su radioso modelo económico sea duplicado en todo el mundo. No se admite que ese modelo de las Startups es invasivo y falso. La base de ese modelo es la famosa publicidad “hay una aplicación para cada cosa”. El modelo funciona  justamente así, con la aspiración a que todo sea negocio. Es un modelo económico que no acepta que existen lugares vacantes en la existencia. Ese modelo se ha vuelto el horizonte económico, político y social de nuestro tiempo. Pero ese esquema no acarrea un cambio de sociedad sino la transformación de la civilización fundada, en adelante, sobre la colecta ininterrumpida del conocimiento humano, de nuestros comportamientos, la cuantificación y la mercantilización de las existencias así como la organización automatizada y algorítmica de la sociedad: su única ambición es satisfacer los intereses privados y sacarle al ser humano su capacidad para la determinación. No es una casualidad si la industria digital afirma hoy que en un mediano plazo es la inteligencia artificial la que administrará todos los sistemas y los rincones de la vida. No podemos aceptar esto. La industria de la Silicon Valley desarraiga lo político y los valores humanistas vigentes desde hace siglos. 

–Usted los trata de colonos. 

–Sí, desde luego, pero lo peor es que no se trata de una colonización forzada, violenta, sino de una colonización anhelada por todas las socialdemocracias. Es una silicolonización de los espíritus celebrada universalmente. Esa es la paradoja. 

–¿Qué quieren hacer ellos con el Siglo de las Luces, con Diderot, Voltaire, todos esos pensadores que tanto reflexionaron sobre el ser humano, los derechos, el individuo, el sujeto histórico, la democracia? ¿Qué pensamiento puede salvarnos de la sumisión tecnoliberal? 

–Ese modelo apunta a la erradicación de la figura del individuo fundada sobre la autonomía del juicio y su capacidad para determinarse libremente gracias a toda la potencia sensible de su cuerpo. Se quiere eliminar cierta esencia humana en provecho de sistemas orientados a satisfacer beneficios privados. Está emergiendo una nueva civilización sin críticas, ni contradicciones, ni análisis sobre lo que está en juego. Es increíble. La paradoja histórica es inquietante. Debemos innovar con una respuesta y oponernos al ascenso poderoso de los héroes de la Silicon Valley y de la industria digital. No debemos aceptar que conquisten y colonicen toda la existencia. No podemos aceptar que un puñado de individuos administren la existencia humana de la A a la Z. Ellos afirman que actúan por el bien de la humanidad, pero no es cierto. No le corresponde al tecnoliberalismo la tarea de tener entre sus manos el curso de la vida, del porvenir, de forma integral y a escala global. Nos corresponde a nosotros. Es nuestra misión, no la de ellos.

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