En medio de un clima preelectoral se le quitan recursos a los minusválidos. La medida no puede ser tachada de demagógica. Es su antítesis. Pero hay quienes creen que más vale que los Down sufran antes que demostrar que se tiene el talante del populismo demagógico. Vean, es tan poco demagógico este gobierno que no le importa perder votos si las cuentas cierran. Un funcionario dice: “Los Down pueden trabajar”. Eso es tener coraje. Lo macro ante todo. Y hay quienes comprarán el argumento de un gobierno al que, dicen, hay que darle tiempo para ordenar el país luego de la “pesada herencia”. (¿Algún gobierno dejó de recurrir a este argumento justificatorio?) La “pesada herencia” entrega validez y sustento al “pesado presente”. El presente, se dice, es pesado porque lo que se recibió del pasado lo fue. La culpa es del populismo. Que siempre da más de lo que hay para mantenerse en el poder. Como ayer se dio más de lo que había hoy no queda nada para repartir. Por el contrario, hay que recaudar para que la economía “se sincere”. Así se explica la quita de los recursos a los Down. (Y todos los otros recortes.)

En rigor, la negación sigue funcionando como dinamizador de la historia. Es una negación que unos ejercen sobre quienes a su vez los niegan a ellos. La negación (según nos proponemos mostrar conceptualmente) no tiene superación dialéctica. No se agita en ella el aufhebung hegeliano. Los apóstoles de la afirmación se basan en Nietzsche. Para este filósofo del martillo estremecedor la afirmación pertenecía a los aristócratas. “Nosotros, los veraces”. El esclavo es sólo negación. Deleuze afirmará que su filosofía parte del rechazo de la negatividad. Hay, aquí, una ausencia de la dialéctica entre negación y afirmación. El que niega se afirma a sí mismo. No soy lo que niego. Al elegirme como opuesto a algo me doy una identidad. Un ser. No soy eso, soy algo distinto. El aristócrata afirma porque su ser reside en su linaje. (Recordar: los aristócratas no compran nada, lo heredan.) El esclavo tiene que inventarse. Hay una famosa leyenda de la Resistencia Peronista (que fue popular, obrera, no tuvo conducción de Perón ni grupos armados) que decía: La oligarquía, las grandes corporaciones y los yanquis apoyan a la libertadora. Villa Manuelita no. Ese “no” define el programa de lucha de los huelguistas de Villa Manuelita. Ese “no” es, simultáneamente, una afirmación. Si la afirmación es aristocrática, la negación expresa la rebelión de los que rechazan. Hay –a lo largo de la historia– un fundamento de la rebelión: decirle no a lo establecido. 

La ontología antidialéctica de Deleuze nos sirve menos que la dialéctica negativa de Adorno. La dinámica histórica reside en la negación que nunca cesa, que no tiene conciliación hegeliana. 

El peronismo se ha vuelto afirmación pura. Es tanto que es nada. De aquí que cualquiera pueda definirse como peronista. Macri inauguró un busto de Perón. Es la famosa boutade del líder: “Peronistas son todos”. Es el significante vacío de Laclau. En vida, Perón era el único significante. Desde que murió hubo un estallido de significantes. Hoy las bases tienen un hastío de significantes. Abruman y desalientan las divisiones sectoriales. La derecha sabe unirse mejor. Y tiene un referente de conducción apoyado por todo el establishment. Cuidado. En época de elecciones hay que sumar. Y el show del divisionismo no seduce a los votantes.